todas las cosas son vacío
A primera vista, esto es una nota de cierta extensión que puede ocupar una página de la revista pero en un nivel más básico es un conjunto de caracteres en un archivo digital que puede o no ser reproducido mediante marcas de tinta impresas sobre papel fabricado a partir de pasta de celulosa, material que depende de la existencia de madera de árbol y que está compuesto por una inmensa cantidad de moléculas. Esas moléculas a su vez están compuestas por átomos cuyos núcleos tienen protones y neutrones, además de electrones ligados al átomo por fuerzas electromagnéticas, y también hay otras partículas elementales inestables cuyo conocimiento no será necesario para la lectura de esta nota en un tiempo y espacio dados. O sea: aquello que nuestra vista descubre a cierto nivel ya no es lo mismo que encontraría en otro, aunque sigue dependiendo de todos esos componentes variables y divisibles para su existencia. Si falta uno de esos componentes, esto dejaría de ser lo que es.
Esa interdependencia, inestabilidad, contingencia y condicionalidad es lo que Buda en el siglo VI a.C. llamó sunyata (pronúnciese “shuniatá”, entre nos): vaciedad o vacío universal. Y es lo que desarrolla Nagarjuna, el principal pensador decontruccionista de la India de los siglos I y II de nuestra era, en Filosofía budista. La vaciedad universal, publicado recientemente por la editorial Las Cuarenta.
Los traductores y comentadores, Fernando Tola y Carmen Dragonetti, dos de los indólogos más prestigiosos del mundo de habla hispana, viven, estudian y trabajan aquí cerca, en el Instituto de Estudios Budistas del barrio de Belgrano. Tola, con 98 años y Dragonetti, con veinte años menos, él graduado en Letras en la Universidad San Marcos de Lima y ella doctora en filosofía e investigadora superior del Conicet, a lo largo de cuatro décadas han traducido los mayores clásicos budistas e hinduistas al castellano y son autores de decenas de ediciones críticas, libros y artículos no solo en nuestra lengua sino también en alemán e inglés, incluso en la mismísima India. Ahora presentan una edición corregida y aumentada de textos que nunca se tradujeron al castellano directamente del sánscrito y del tibetano.
“Tú has dicho/ que el objeto cognoscible no existe/ mientras no es conocido;/ que sin él tampoco existe el conocimiento/ y que por eso el conocimiento/ y el objeto cognoscible/ no existen con ser propio”. Así se dirige el poeta y filósofo Nagarjuna a su maestro muerto seis siglos antes: “Tú no estás lejos ni tampoco cerca,/ni en el espacio ni tampoco en la tierra,/ ni en el samsara ni en el nirvana./ Te rindo homenaje a ti que no estás en ningún lugar”. Aunque en otras páginas será de difícil lectura por las citas y referencias a distintos trabajos académicos, esta edición actualiza a un clásico absolutamente moderno. En una India en la que predominaba el brahamanismo, se creía en numerosos dioses y en la reencarnación de las almas, Buda negó que hubiese una sustancia última, un espíritu eterno, un ser absoluto, un alma y un yo. Luego, la escuela de Nagarjuna desarrolló hasta sus últimas consecuencias ese descubrimiento, basándose no solo en la palabra de Buda sino en una metodología que suponía el raciocinio, la argumentación lógica y el análisis de la realidad empírica. Un análisis que podría llamarse deconstructivo o “abolitivo”, ya que implica investigar la realidad e ir descubriendo las apariencias que ocultan distintas entidades que a su vez también serían apariencias, en un proceso infinito que no encontraría nada sustancial, unitario, permanente e irreductible en qué detenerse.
Nagarjuna argumentó hace diecinueve siglos que ningún cuerpo ni idea tiene un ser propio y en sí mismo, que todo sin excepción es condicionado y dependiente de otro, que eso otro también está formado por componentes variables, impermanentes y divisibles ad infinitum, de modo que todo ser deja de ser lo que es si se elimina o cambia una de sus partes y aquello de lo cual depende. Todo es, por lo tanto, insustancial, contingente, vacío. Pero esa vaciedad no significaría que estamos al borde del abismo, que los seres vivos no sienten dolor ni que nada tiene sentido.
En estos textos puede vislumbrarse que la compasión o, más acá, la justicia social y una conducta ética hacia los seres vivos no necesitarían sustentarse en la creencia en un dios u otro fundamento último de la vida. Al contrario: que todos dependamos de todos sería una motivación suficiente para “sentir con” los otros. “El haber observado la naturaleza verdadera ‘irreal’ en el sentido de no-sustancial y dependiente de causas y condiciones para existir, no le impidió a Buda sentir el sufrimiento, primera noble verdad de la vida, y la compasión hacia los que sufren y comparten, como él mismo, la carencia de ser propio”, señalan Tola y Dragonetti.
¿Y por qué habría “vaciedad” y no más bien “nada”? Porque en el original en sánscrito, dice Dragonetti, sunya es “vacío” y el sufijo ta lo convierte en sustantivo”. “Y porque “vacío” es nada más y nada menos que carente de ser propio o vacío de sustancia”, agrega Tola. “Nunca traduciríamos sunyata como ‘la nada’, con lo cual estaríamos más cerca de un no-ser que a la escuela de Nagarjuna no le interesa enfatizar. Apoyarse en la nada o el no-ser sería como afirmarse en algo con ser propio aunque negativo”. Sunyata significa que ninguna cosa existe por sí misma, que todo depende de algo más para existir y que sin ese “algo más” no existiría. Pero el análisis de ese “algo más” no descubre a un dios, a un ser supremo o eterno sino a otros objetos o formas variables, condicionadas e impermanentes que a su vez dependerían de otras formas, sin una última sustancia que las fundamente. De allí que se pueda concluir que todas las cosas son vacío, en el sentido de “dependientes de causas y condiciones para su existencia”.
El mismo Buda sería solo un nombre contingente, insustancial, dependiente de otros para su existencia, aunque ello no invalidaría el descubrimiento clave que habría hecho aquel mortal así llamado hace 2.500 años. “Te rindo homenaje a ti carente de ser propio”, canta Nagarjuna en sus himnos de alabanza a Buda. “¿Cómo te alabaré a ti, Señor,/ que no has surgido,/ que no permaneces en ningún lugar…?”, se pregunta. “Siendo todos los dharmas vacíos,/ ¿quién es alabado?/ ¿Por quién es alabado?” La respuesta podría terminar en un noble silencio zen luego de proclamar “no sé”, o en el estudio a fondo de esta filosofía que Tola y Dragonetti nos proponen con su increíble trabajo de traducción e interpretación de aquellos textos primeros.
OSVALDO BAIGORRIA
“El vacío universal según Buda”
(ñ, 19.12.13)