Crónicas de Vestuario. -
“Todas las fiestas del mañana”
Una de las canciones que más me gusta de uno de mis grupos favoritos -Velvet Underground- es “All Tomorrow´s Parties”. Siempre recuerdo cuando me situaban en la dicotomía Beatles vs Stones que yo les contestaba los Doors y los Velvet.
El Real Oviedo visitaba al Mallorca, en el día de su centenario cumpleaños, un equipo y un lugar que siempre ha sido plaza de destino para los azules: tanto para grandes glorias como para ignominiosas miserias. Escribía la pasada semana que a los oviedistas no nos sientan bien las fiestas ni determinadas celebraciones tan en boga en estos tiempos donde cada fecha parece una clave suprema en la historia. El centenario bermellón confirmó esta regla no escrita y el once de Sergio Egea tuvo que padecer unas adversidades que condicionaron el resultado final, aunque la imagen haya sido buena y confirme las sensaciones positivas.
Uno no es precisamente amigo de buscar excusas, de sumirse en lo que no deja de ser una claudicación: la de tratar de explicar con conspiraciones judeomasónicas lo que se ha desarrollado sobre el tablero. Podríamos achacar a la expulsión de Dani Bautista el resultado final, agarrándonos al clavo ardiendo de oscuras persecuciones, de historias más propias de un capítulo de “Expediente X” que de la realidad, pero lo que estaríamos consiguiendo es mermar la capacidad autocrítica que permite avanzar (y mejorar) para meterse en una dinámica de negativismo que embota el buen juicio, nubla el rumbo e impide ver la realidad.El Real Oviedo salió con la intención de controlar el empuje de los baleares en el primer acto, con la idea de ejercer un desgaste físico a base de dominar el toque y mantener el balón. Los mallorquines empujaban más por la inercia de la celebración que por la creencia en su juego, a la espera de uno de esos zarpazos que condicionan los resultados en esta categoría. Hasta que llegó la jugada clave en el fatídico minuto treinta y seis: Dani Bautista entra con fuerza pero sin mala intención y Rubén Mata Eiriz decide amonestar al andaluz con una tarjeta roja a todas luces excesiva. Podríamos escudarnos en conspiraciones para que Mulder viniera a investigar qué o quiénes son los culpables de nuestra desgracia. Pero no. El once azul trató de no descomponerse para rearmarse -siempre es mejor esto que andar obnubilándose buscando fantasmas- tras el descanso.
Fernando Vázquez descubrió la grieta en la banda izquierda: fueron los momentos de Lago Junior -el jugador a quien hemos visto disputar contra los azules con tres equipos diferentes en los últimos meses, aunque con camiseta del mismo color- que aprovechó la fragilidad defensiva de Aguirre para decidir el partido. Para rematar la desdicha de la celebración bermellona, a la que bien podría haber puesto música Velvet Underground desde el punto de vista azul, el tanto llegaría en un desgraciado gol en propia puerta de David Fernández tras una de esas explosivas penetraciones del jugador costamarfileño. Los cambios causaron el efecto deseado: entró Peña para que Lago Junior desapareciera y Míchel Herrero tomara el mando del juego. A partir de entonces, el control y el dominio fueron azules. Sin la debida puntería, puesto que la profundidad sí llegaba. Pero no el remate final. No era el día para otra cosa que no fuera el final de la racha de imbatibilidad. Pero los azules trataron de luchar contra la marea con orgullo, mostrando sus virtudes de tal forma que parecía que eran los rojillos los que jugaban con diez.
En una singladura tan larga como la de esta categoría conviene aferrarse al objetivo final, que, a veces, se empeña en torcerse. Pero no perder nunca la perspectiva ni agarrarse al victimismo o las conspiraciones como un clavo ardiendo. Es momento de rearmarse y regresar a la senda victoriosa con convicción y sabedores de que hay materia prima para alcanzar el destino final.
MANOLO D. ABADFoto: J.L.G. FIERROS
Publicado en el diario "El Comercio" el domingo 6 de marzo de 2016