TODAS LAS NOCHES MIRO AL CIELO
Mi amigo Ramón ha sido abducido por los extraterrestres. No sé cuándo ha podido suceder, aunque es posible que fuera aquel día nublado que fuimos a cazar lagartos al depósito. Ramón es mi mejor amigo desde hace unos meses cuando su padre llegó trasladado al cuartel. Al principio me caía bastante mal porque no se juntaba con los niños más pequeños que él, pero al final no le quedó más remedio porque todos los de su edad se marcharon. En realidad solo tiene tres años más que yo, o sea doce, pero quiere hacer como que tiene más. Nos hicimos amigos un día que yo llegué al cuartel con un lagarto enorme que había cazado en el depósito. Cuando lo saqué de la caja donde lo llevaba y lo cogí por detrás de la cabeza para que no me mordiera, todos los chavales me hicieron un corro y me preguntaban que dónde lo había cogido, que si me había costado mucho y algunos se atrevieron a pedirme que se lo dejara coger, pero yo les dije que de ninguna manera, que mi lagarto no se lo dejaba a nadie. Mi padre estaba de puertas ese día y cuando vio el alboroto que había a mi alrededor, se colocó el tricornio en la cabeza y me dijo que fuera. A mí mi padre sin tricornio ya me daba miedo, pero cuando se ponía el tricornio parecía que la cara le cambiaba y se ponía tan serio que no parecía ni mi padre. El caso es que me entró un canguelo de aúpa, pues me había dicho montones de veces que no quería que fuese al depósito a cazar lagartos, y mucho menos que los trajera a casa. Ramón debió de verme la cara de terror porque me dijo: dámelo, que yo te lo guardo, y sin pensármelo dos veces se lo di y fui a ver a mi padre. Cuando la tempestad había pasado, fui a buscar a Ramón a las eras y allí estaba, tumbado en la hierba seca al lado de la caja de zapatos donde había guardado el lagarto. A partir de este día nos convertimos en amigos inseparables. Ramón es un poco cojo porque de pequeño tuvo una enfermedad que se llama polio y se quedó así para siempre, pero tuvo suerte porque podía haberse quedado paralítico del todo y entonces ya no hubiéramos podido ser amigos, porque los paralíticos, que yo sepa, no pueden ir con la silla de ruedas a cazar lagartos, hay demasiadas piedras en el camino y se atascaría todo el rato. A veces, cuando teníamos que correr, él se quedaba un poco para atrás pero cuando yo veía que había mucha distancia entre nosotros, me paraba y lo esperaba. Me sentaba en el suelo y le decía: ¡Venga cojo, que te la cojo! y me partía de risa, pero Ramón no se enfadaba y me contestaba: ¡Vale manco, que te la arranco! y los dos nos moríamos de la risa. Bueno, Ramón me decía eso porque yo soy manco de verdad, pero de nacimiento. Tengo la mano izquierda doblada hacia abajo y por más esfuerzos que haga es imposible que la pueda poner derecha, y los dedos no los puedo mover, pero eso no me impide cazar más lagartos que Ramón que tiene las dos manos bien. Es un don que me ha dado Dios, poder cazar lagartos con una sola mano, y no sólo lagartos, también he cogido alguna culebra, ranas, sapos, un ratón...y una vez, eso sí, con un frasco de cristal, cacé un alacrán, pero cuando lo llevé a casa, mi padre me dijo que si era tonto, me dio una colleja, tiró el alacrán al suelo y le pegó un pisotón con las botas de campaña que lo dejó irreconocible. A mí casi se me saltan las lágrimas pero aguanté porque si mi padre me ve, me pega otra colleja. El caso es que el día que yo pienso que Ramón fue abducido, fue un día que hacía calor, pero había muchas nubes grises en el cielo. Cuando llegamos al depósito de agua, nos tumbamos como siempre un rato en la roca grande y plana que hay a la derecha del tanque y yo me quedé mirando una nube con una forma elíptica (esta palabra la he aprendido en proyecto U.F.O.) y muy grande que perfectamente podía haber tenido una nave extraterrestre camuflada entre ella. No sé por qué ese día como el sol no quemaba nos quedamos dormidos. Nos despertamos cuando unas gotitas de lluvia nos empezaron a caer en la cara y nos fuimos rápidamente a mi casa a merendar. Al llegar, una sorpresa nos estaba esperando: mi hermana mayor, la que vive con mi abuela, había llegado a pasar el verano como todos los años. Mi hermana mayor se llama Nieves, y yo la odio. Menos mal que vive con mi abuela en el pueblo, que está bastante lejos de donde vivimos mis padres y yo. Solo nos vemos en verano, en Navidad, y en Semana Santa. Mi hermana vive con mi abuela desde que se murió el abuelo. El caso es que Ramón nunca había visto a mi hermana y cuando ella le dio dos besos, a él se le puso la cara como un tomate de roja, sobre todo las orejas que las tenía un poco de soplillo. Cuando mi madre nos hizo el bocadillo de tortilla francesa y nos bajamos al patio a comerlo, Ramón me dijo que mi hermana era muy guapa. ¿Muy guapa? Le dije yo extrañado. A mí me parece normal y corriente. Además si la vieras cuando se pone de mala leche, que es bastante a menudo, no dirías lo mismo, le dije. Y es que mi hermana se transforma cuando está de mala leche. Yo procuro no estar cerca de ella porque cuando le parece me suelta una colleja y me llama imbécil, además como ella es tan obediente y tan estudiosa, a mi padre se le cae la baba con ella y siempre está diciéndome que si Nieves esto, que si Nieves lo otro, que a ver si tomas ejemplo de Nieves que saca muy buenas notas y no como tú que eres un bandarra...y otras cosas por el estilo. El caso es que desde ese día Ramón cambió. A veces le hablaba y parecía que no me escuchaba y tenía que repetir las cosas varias veces. De repente le dio por no querer ir a cazar lagartos y lo que le apetecía era que nos quedáramos en mi casa viendo la tele con mi hermana, o irnos a bañar al río, con mi hermana, o jugar a los juegos reunidos, con mi hermana...pero a mí lo que me apetecía era estar cuanto más lejos de mi hermana mejor. Por eso empecé a fijarme en la nuca de Ramón, para ver si tenía alguna señal extraña que le hubieran hecho los extraterrestres al llevarlo a su nave nodriza para explorarlo. Pero Ramón tiene mucho pelo y tan duro como el alambre y es muy difícil ver lo que hay debajo. También intentaba fijarme en sus brazos, por si tenía pinchazos de agujas o algo así, o en la columna vertebral cuando íbamos al río. Intentaba hacerlo disimulando porque si nos estaban mirando y se daban cuenta de que yo lo sabía, igual venían a por mí también. Pero la evidencia definitiva (también lo he sacado de proyecto U.F.O.) la tuve cuando cazamos aquel lagarto tan grande que casi no cabía en la caja, lo llevamos a mi casa y lo escondimos debajo de la cama. Mi hermana nos vio y vino toda chula a ver lo que estábamos escondiendo. Yo le dije que se sentara, que se lo iba a enseñar, con la intención de gastarle una buena broma porque a mi hermana le aterrorizan los reptiles. Cuando se sentó en la cama, abrí la caja de cartón y le eché el bicharraco encima. Mi hermana pegó un grito y yo me empecé a reír como un loco mientras ella hacía aspavientos con las manos a la vez que se quedaba blanca como la pared. Ramón me miró a los ojos y me dijo: tú eres idiota Javier. Cogió el lagarto, lo tiró al suelo y le pegó un pisotón con las playeras que lo dejó tan espachurrado como el alacrán que pisó mi padre. Desde entonces no le he vuelto a hablar, y todas las noches miro al cielo a ver si vienen los extraterrestres y se lo llevan a su planeta.