Revista Cultura y Ocio
A la vejez, a poco de morir, Johnny Cash grabó algunas piezas de bandas como Depeche Mode (Personal Jesus) o Nine Inch Nails (Hurt). Querían ser una evidencia testamentaria de que el viejo trovador, el que puso el folk en la calle, en las cárceles y en las radio fórmulas, era sensible a los trovadores modernos. No sé si alguna de las canciones que recogían la parte cuarta de su American Recordings, The man comes around, ganan o pierden cuando las interpreta Cash, pero duelen más que las originales. Hay en Johnny Cash un poso de dolor audible en el arrastrado casi gutural de su manera de cantar. En esos últimos años, en los discos que hizo, apenas cantaba. Lo que se escucha es una especie de parlamento con algunas leves inflexiones de voz, un cántico minimalista, un paseo por la periferia. Está la destrucción, está el amor traicionado, está la muerte. Cuando Cash canta, están esas cosas y están de un modo asequible al más insensible de los oídos. No importa que uno entienda lo que dice, que ignore el poema que recita: a lo que se aferra el asombro es a la rendición de un espíritu, a ese volcado majestuoso de penalidades que provienen de lo más profundo de su devastada alma. Pocas personas sufireron lo que este tipo de aspecto pendenciero, serio como un pedrada en la nuca, que bajó al infierno para regresar y contarlo. Nos ahorró un viaje. Le debemos mucho. En lo que a mí respecta, junto con Van Morrison, Bob Dylan, Neil Young y, en menor medida, Nick Cave, Johnny Cash es un superviviente, uno trágico y lírico, uno demoníaco y perfecto. Francisco Machuca, mi amigo Paco, me contó (de alguna forma me lo contó) que Cash no necesitó vender su alma en un cruce de caminos, que fue el diablo el que fue a su busca y allí estaba el tipo, esperándolo, dispuesto a invitarle a una copa. Álex, mi amigo Álex, sostiene que es un animal enjaulado que ignora el motivo de su encierro. La vida es una jaula. No sabemos nada de lo que nos aguarda. Quizá dolor y belleza, el dolor y la belleza matrimoniados en un combo sublime, paladeable. Me voy a dormir esta noche escuchando el quejido de este artista más grande que Elvis y más roto que Dylan. Me va a llevar de viaje y me a dejar después en paz conmigo mismo y con el mundo. Todo a lo que me entrego se hace rico y a mí me deja pobre, dejó escrito Rilke, el poeta. Cash, el pobre, el gran pobre. Oyendo la versión que hace del In my life, el inmortal tema de los Beatles, te dan ganas de morirte, de llorar. Primero te mueres, y luego lloras.
publicado el 25 noviembre a las 18:57
Hay cantantes que forjan su caracter artistico a punta de dolor.