Con marcial solemnidad un declinante Francisco Franco dijo un día que su régimen quedaría “atado y bien atado” tras su muerte, y treinta años después Fidel Castro sigue su ejemplo al reformar la Constitución cubana para que el comunismo perdure en la isla cuando él desaparezca.
Todavía no habían enterrado a Franco en el interior de su símbolo de eternidad, una montaña que resistiría un ataque nuclear, cuando su sistema político comenzaba a disolverse.
Fidel deja a su hermano Raúl como garante de su inmutabilidad ideológica, pero este segundón solo tiene fijas sus ideas y reacciones ante la edad del güisqui: el joven le da malos humores y el añejo lo pone matón; es persona tan poco apreciada que lo jubilarán enseguida.
Esta semana, la Asamblea Nacional de Cuba aprobó por unanimidad y sin oposición alguna, naturalmente, una reforma constitucional que proclama irrevocable, "el socialismo y el sistema político y social revolucionario”, y que “Cuba jamás volverá al capitalismo".
La Asamblea podrá modificar la constitución, pero exclusivamente para impedir cualquier cambio que altere el sistema político, social y económico de la isla.
Fidel ha puesto siete llaves a su tumba del Cid, de quien se siente émulo, pero las abrirá cualquier tahúr del Caribe, un prestidigitador medianamente hábil.
Adolfo Suárez, salido del Movimiento franquista, fue uno de esos magos que abrieron suavemente los candados que dejó Franco: quizás por eso Alfonso Guerra le llamaba tahúr del Missisippi.
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