Yo nadie dice con lenguaje épico que el pueblo español se yergue para aclamar al vencedor de la fiesta nacional, un torero al que podríamos encarnar en Manolete, por matar con arte y limpieza a seis astados hasta que uno acabó con él en 1947.
La fiesta nacional seguramente única es ahora el fútbol, un deporte inglés del que España fue campeona mundial, y el lenguaje épico se aplica a los futbolistas extranjeros, como el portugués Cristiano Ronaldo y el argentino Messi.
Y la antigua fiesta nacional agoniza, aparte de que ya la han prohibido en Cataluña, y en América en Ecuador.
El boxeo era otra práctica que entusiasmaba a las masas que no sólo admiraban la lucha del hombre contra un igual, sino también la historia de ambos, por lo general ascendidos desde la mayor pobreza.
Por los años 1970 Muhammad Ali llevaba el boxeo al mundo entero; hoy sólo le interesa a un porcentaje mucho menor, aunque alguna pelea pueda llenar de oro a los relativamente pequeños combatientes gracias a los pagos planetarios de televisión.
Decía Heráclito medio milenio antes de Cristo que nadie se baña dos veces en la misma agua del río, que todo cambia, nada es estable, y lo mismo que los toros y el boxeo, en poco más de medio siglo la gente abandona ideas y proyectos que se creían perennes.
Incluso las religiones, los partidos políticos y las percepciones de lo bueno y lo malo cambian.
La visión religiosa judeocristiana se retira, renace la islámica, y los partidos políticos españoles tradicionales también parecen iniciar la decadencia para ser sustituidos por otros como Ciudadanos, que ahora es como el fútbol, y Podemos, que ha transformado el boxeo en reyerta a hoz y martillazos.
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