En alguna entrevista con algún antiguo jugador que otro, siempre aparecían las anécdotas de los inevitables partidos locales, y casi siempre coincidían:
“Entramos en el vestuario y el ambiente era irrespirable, algunos compañeros comenzaron a toser, no podíamos permanecer allí. Cuando conseguimos que aquel habitáculo estuviese lo suficientemente ventilado, nos dimos cuenta que habían hecho desaparecer los enchufes, algunos de ellos tapados con esparadrapo para que no pudiésemos enchufar nada”
Estas cosas, de echar salfumán, amoniaco y lejía juntos en el vestuario visitante, entre otros muchos casos que no acabaríamos de contar en este blog, parecían que eran reminiscencias loperianas con el paso de los años, una obra de un señor que incluso llegó a poner su busto de bronce tras el presidente sevillista, cuando este último no renunció a acompañar a su equipo en campo visitante.
Pero no. Nos damos cuenta que todo ese estilo de hacer las cosas frente al rival, no corresponde a un señor al que se le iba la olla un día sí y otro también, sino que corresponde a un estatus muy determinado, y a una idiosincrasia muy particular de todo un colectivo, porque ni tan siquiera con la llegada de savia nueva a los estratos directivos verdiblancos, es posible cambiar ese estilo tan incrustado en el alma verderona.
Parece que les dolió en exceso la eliminación en Europa hace dos temporadas, y la posterior celebración sevillista en sus gradas. Para evitar algo así en esta ocasión, (que una afición profiera sus cánticos) se han dedicado a tirar de decibelios, poniendo el himno de su club, tortura de balas de cañón que recuerdan sus orígenes militares, hasta que la expedición sevillista -aficionados, jugadores y directivos incluidos- ha abandonado el estadio. Han reproducido el himno 21 veces, intentando acallar los cánticos de la afición rival.
Aún con el paso de los años, no han aceptado con la deportividad necesaria la derrota casi permanente frente al eterno campeón andaluz, que los es, y con el señorío que es menester en estos casos que se les debiera presuponer, incluso exigir. Es un grito sordo de quien se duele profundamente, el grito de la impotencia endémica y crónica a la sombra sevillista.
Mantener el señorío y la sevillanía institucional no ha sido nunca el fuerte del equipo de Heliópolis, y lo que es peor aún, fusionar sin remilgo alguno las actuaciones y los hechos como el que les relatamos, como si de unos ultras se tratase.
Y decimos que afortunadamente todo sigue igual, porque si es verdad que el fútbol es un estado de ánimo, como decía aquel, el de esta afición y sus dirigentes están en un estado anímico verdaderamente paupérrimo y marcado por un espíritu del que se siente siempre perdedor siempre ante el rival, causa directa por la que nacieron, incluso antes de la contienda que solo se debe desarrollar en el terreno de juego.
En cuanto al desarrollo del encuentro en sí mismo, decir que solo así, de la forma en que han jugado provocando multitud de faltas, parando el encuentro, olvidarse de su delantero, provocar un partido bronco, etc. es la única forma que tienen de parar al Sevilla FC, y dejar de convertir su propio feudo en un humilladero permanente. Las declaraciones de Maciá argumentando la superioridad de su equipo, cuando en realidad el portero sevillista no trabajó tan poco en su vida, no hacen mas que confirmar lo que aquí explicamos.
Desgraciadamente nos quedan por vivir más capítulos de este tipo, máxime cuando nos han tocado en el Campeonato de España.