Revista Coaching
"TODO CUANTO SE NOS DA DE SUBLIME PROVIENE DE LOS LOCOS". Florence Delay. La Contra de la Vanguardia. 26/08/11
Por Joanpi @joanpiFlorence Delay, ocupa el décimo sillón en la Academia Francesa de la Lengua
Tengo 70 años: soy una anciana que se quedó en muchacha.La academia es un club elegante donde comentamos libros y achaques. Nací en París y moriré en París como Vallejo. Fumo: la salud si es obligatoria es una cárcel Siempre hay un libro esperándote que te salva la vida.
RICA Y LIGERALa conversación de Florence Delay es como la prosa de su maestro Bergamín: rica y ligera. Empieza por evocar el cigarro de su padre: "Para mí era el aroma de la literatura y sólo con aspirarlo estaba en el país de los libros; un país con montañas y ríos y riachuelos, pero sin mausoleos ni monumentos. Es un paisaje íntimo donde siempre hay un libro esperándote que te salva la vida. Como cuando el niño, al que dejan solo en casa muerto de miedo, descubre en un rincón un libro: La llamada de la selva y ya no tiembla, porque lee. Todos los autores escribimos para responder a una pregunta y en Mis ceniceros describo todos los ceniceros de mi vida para contestar a la pregunta de quién soy".
Tuve la suerte de nacer y crecer entre libros. Mi padre era escritor y psiquiatra, pionero en el tratamiento de la esquizofrenia, y un estudioso del vínculo entre la locura y el genio.
¿Su padre creía en ese vínculo?Creía en la locura de todos. En mi casa estábamos locos por los libros de los locos, porque hay locos que escriben libros geniales.
Por ejemplo.¡Tantos! Nietzsche, Dostoyevski, Nerval... Sus vidas y obras eran auténticas obsesiones de mi padre que después yo hice mías. Mi padre citaba un pasaje de Proust en el que su hipocondriaca abuela recibe a médicos reputados y uno, el doctor Bouldon, la reconoce como “insigne miembro de la ilustre familia de los grand nerveux”.
Digamos neuróticos.“Esa familia –dice– magnífica y lamentable que es la sal de la tierra. Todo cuanto se nos ha revelado de sublime proviene de los nerveux: son quienes fundan las religiones y componen las obras maestras. El mundo jamás sabrá de su sufrimiento para crearlas”.
¿Se es genio gracias a la locura o a pesar de ella?¡Ah, bueno! Yo creo que todos estamos un poco locos. Por eso me propuse ser escritora, me apasioné por el teatro y –eso sí que es una locura– también quise ser feliz.
¿Lo consiguió?Conseguí equivocarme mucho gracias a Dios, puesto que meter la pata a menudo –si eres joven más– es un gran acierto. Y de viejo, también es una medida muy prudente.
Mejor escarmentar en error ajeno.Para empezar, yo me casé muy pronto y me separé más pronto todavía.
¿Con quién?Con un joven poeta que no llevaba bien que su mujer fuera actriz y volviera a las dos de la madrugada del teatro. ¡Ah, pero hay que amar siempre a las personas que has amado! Yo amo a mi ex marido y a todos los hombres que amé. Y a las mujeres también.
¿Qué hizo después?Acerté con aquel error, porque pude hacer teatro y cine y estudiar y ser profesora. Ya había sido Juana de Arco a los 20 años en la gran película que le dedicó Robert Bresson. Y eso me ayudó a entrar en el teatro.
Supongo que el casting fue durísimo.¡Ah, no! Bresson escogía a sus actores por la calle: “Au hasard, Balthazar” (Al azar, Baltasar), como en el título de esa obra maestra suya sobre un asno. El asno es un animal dulce, humilde y magnífico: la más adorable de las criaturas evangélicas.
¿Bresson la eligió a usted al azar?A mí me recomendó un amigo de un amigo, de la red de amigos de Bresson en la que estaban mis amigos Godard y Mauriac.
Eso es azar, pero genial.Y pude aprender teatro con Jean Vilar en Aviñón. Pero el caso es que mi padre era un poco loco, pero también un gran realista y me exigió que estudiara oposiciones para ser profesora. A cambio, me prometió comprarme un estudio coquetón en París.
Buen incentivo.Al final aprobé. Y después también fui feliz como profesora con la condición de que nunca quise enseñar lo que sabía...
¿...?... Sino aprender con mis alumnos. En la Sorbona proponía a la clase temas de literatura que yo estaba estudiando, porque enseñar lo que yo ya sabía hubiera sido matar el curso: si no aprendes tú también, no puedes enseñar y acabas sermoneando.
¿Aceptaban?Encantados. Y estudiábamos juntos. Traduje a Lope, Calderón, Lorca... Yo no sabía qué era la luna hasta que leí a Lorca.
¿Qué es la luna?Un reflejo de la verdad: creciente, menguante, al final desaparece... Y renace.
¿Y...?No hay que desesperar. Cuando todo está perdido, todo vuelve a empezar. Algunos locos no intuyen la resurrección: la ven. Como san Pablo, que fascinaba a mi padre.
¿Es usted creyente?Mi fe es ligera y profunda. Creo en la resurrección. Eso es todo.
¿Por eso fuma?Fumo. Me rebelo contra la imposición de la salud por decreto ley. La salud puede ser una cárcel cuando es obligatoria.
Tuvieron suerte sus alumnos.¡Qué castellano magnífico aprendimos! ¡Y qué démodé! Recuerdo que una vez que vine a España y quise hablar de maquillaje yo decía afeites.
También está en el diccionario.Yo citaba a Fray Luis: “La mujer con afeites (maquillaje) no es más falsa que la natural sino más auténtica, porque al maquillarse expresa su verdadero ideal de belleza”. ¿O la cita era de Bergamín? ¿O era Bergamín y la cita de Fray Luis era apócrifa?
Creí que las académicas como usted no erraban nunca una cita.¡Qué gran error no equivocarse!
¿Las Academias no están démodées?Ah, no, son entrañables. Mi padre fue académico también y en su día presumí de ser la primera hija de académico que llegaba también a académica. Además no ando sobrada de las enseñanzas que allí recibo.
¿Es divertido ser académico?Muy agradable. Somos un club que intenta sobrellevar la ancianidad con cortesía y yo diría que hasta con elegancia. Somos amables y nos preocupamos por los libros y los achaques de los demás.