Lleva un rato ya el despertador sonando. Extiendo la mano a ciegas hasta apagarlo y voy abriendo los ojos, me incorporo poco a poco tocándome la cabeza. Miro alrededor, hay ropa y botellas por el suelo. Pufff. Diría que me extrañaría ver que alguien ha dormido conmigo, pero no, no me extraña. Aunque ahora mismo no me acuerde ni de su nombre.
Se despereza y me sonríe. Me voy a la cocina. Entre platos sucios, copas de vino, y ropa, hago sitio para prepararme una taza de café. «Menuda noche», pienso mientras echo a andar la cafetera y recojo un poco todo este espectáculo. Noto que me agarra por detrás, susurrándome unos buenos días.
Buenos días, ─contesto mientras me mira esperando un beso que no le voy a dar. Después de ofrecerle café con esa frialdad que me caracteriza en una mañana de resaca y tras negarme a que nos volvamos a ver (o que ni siquiera le haya pedido un taxi), se marcha con un sonoro portazo. Sigo con mi taza de café como si no hubiera pasado nada. Me da igual, ducha y al trabajo.
De camino al curro, en el metro es todo silencio, aunque yo puedo escuchar algún que otro «Hijo de puta» en los mensajes que voy leyendo y que llevo días sin contestar. Y la verdad es que no me extraña.
Ya en el trabajo, en la hora del almuerzo, se acerca mi amiga y compañera de fatigas Yaiza a preguntarme qué tal la noche. Supongo que me lo nota de lejos, hace un montón de años que nos conocemos y unos cuántos marrones que nos hemos comido para salvar el cuello en el trabajo. Somos compañeros de armas en un mundo desigual. Yaiza es de esas personas que siempre están para oírte, es como una pequeña madre postiza a la que no haces caso porque sabes que va a seguir ahí. Echándote el sermón, pero ahí. Intento desahogarme con ella, pero no lo hago. Hoy no. Bastante tiene con aguantar un vago marido y alcohólico que no la valora, además de dos hijos que van a su puta bola y que la están quitando la vida entre los porros y las malas compañías. Cosas de la edad, ─me dice casi todos los días con los ojos a punto de llorar. Le resumo la noche sin entrar en detalles y es en ese momento cuando para todo mi mundo con una pregunta:
«¿Por qué te has vuelto así?»
Al no recibir respuesta se marcha dejándome pensando durante un momento, y joder, todo se me viene encima de golpe. Miles de pensamientos agolpados en mis retinas intentando un orden, una explicación, una justificación quizá. No sé, mil cosas, desde mi primer beso, mi virginidad, mi primer te quiero, las miles de llamadas desde una cabina, la de cartas con mi nombre en el remitente entre corazoncitos, las muchas formas de hacer el amor y otras tantas de no saber hacerlo, el morbo, los atardeceres, los kilómetros cogidos de la mano, la de nombres marcados a hierro en la madera…
Miles y miles de besos, de sueños.
Y luego viene mi realidad, cuando toda esa llama se fue apagando en una y mil historias que creí la última, en la primera mentira, en la primera decepción, en la primera vez que me rompieron el corazón, en esa taza de café que nunca terminé en aquél bar porque ya no me quería, en la infidelidad, con todas las familias que has tenido que combatir para salvar el amor, en las humillaciones, ese jodido «Necesito tiempo» …
Sí, esa puta coraza a base de hostias que nunca busqué y sin embargo es lo único que recibí y creo que es lo que me mantiene muchas veces a salvo. Por último, pienso en toda esa gente que se ha cruzado en mi camino, que se ha interesado por mí y ha terminado pagando los platos rotos con mi indiferencia. Sí, esa gente que no me importa, que no he llamado más, que no volveré a besar, de la que me alejaré antes de joderle la vida, porque llega un momento en el que piensas que ni todo el amor del mundo podrá salvarte. Yaiza vuelve con dos tazas de café y una sonrisa picarona.
Estoy bien, ya sabes, soy un cabrón sin sentimientos, ─le digo mientras le arrebato una taza y le guiño un ojo.
Yaiza sonríe, y mirándome con esa sonrisa que provoca la mía, se da la vuelta y mientras se marcha, la oigo decir:
Ya.
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