Revista Cultura y Ocio
Vetusta Blues. –“Todo el mundo cree”“Todo el mundo cree” es una vieja canción del grupo madrileño Las Ruedas que, cada vez que la escucho me sugiere uno de los mayores males que azotan a nuestra sociedad. Ese que hace creer a mucha gente que es capaz y válida para todo tipo de actividad. Si Leonardo da Vinci levantara la cabeza y contemplara a alguno de nuestros contemporáneos, se volvería directo a la tumba. Él, que practicó con destreza diversas disciplinas, se sentiría asqueado al ver cómo, hoy en día, cualquiera se siente capacitado para desarrollar un sinfín de actividades sin que se requiera ningún tipo de aprendizaje previo. La ciencia infusa se reparte hoy entre aquellos cuya nula capacidad para un desempeño es inversamente proporcional al desparpajo, la desenvoltura, la inconsciencia, con que se creen capaces para desarrollarlo.En el mundo del periodismo y de la literatura esta tendencia, este cáncer social, se acentúa aún más. Da igual que no se sepan las mínimas nociones de sintaxis, que se desconozcan conjunciones, adjetivos, adverbios o preposiciones con tal mendacidad que hasta están a punto de crear una nueva forma, la preposición-adverbio (¡esos “sobre” y “todo”, unidos en imposible alianza por doquier!). Alguien tuvo la desgraciada idea –bien rentabilizada por un sinfín de despiadadas editoriales- de colocar la tristemente famosa frase de “plantar un árbol, escribir un libro, engendrar un hijo, las tres cosas que todos los seres humanos deben hacer antes de morir”, o algo así. Y así nos encontramos con lo que nos encontramos. En el periodismo, igual. Cualquiera se siente capaz de presentar un informativo en la tele; ejercer de reportero en la calle; escribir una reseña de un libro, un concierto, una película; entrevistar con profundidad y sustancia. Hablo de esto porque es lo que me queda más cerca, pero lo podría aplicar a un mecánico de automóviles, un fontanero, un carpintero, un médico. En mayor o menor medida, hay quien se postula como un nuevo renacentista en conexión directa con Da Vinci –a quien aprender todas las técnicas artísticas le costó una larga vida- capaz de un crisol de actividades propias de Superman. Osadía o envidia, dos males que nos acechan a cada momento para despreciar (y depreciar, económicamente) el trabajo de los demás, han convertido estos tiempos que vivimos en un territorio comanche donde los más audaces, los más descarados, se manejan a las mil maravillas para triunfar, visto que parece (sólo en la apariencia de esta sociedad del silencio) que todo vale, que todo el mundo cree ser capaz de destacar, aunque sea ocultando, ninguneando o eliminando a quienes verdaderamente nacieron con el don de ser buenos en una actividad.
MANOLO D. ABADPublicado en la edición papel del diario "El Comercio" el sábado 8 de marzo de 2014