Revista Cultura y Ocio

todo el tiempo del mundo

Por Aceituno

Desde pequeño me enseñaron que hay que tratar de ver el lado bueno de las cosas aunque parezca que no lo tienen. “De perdido, saca lo que puedas”, me decían. Pues muy bien, me alegro, porque la vida me ha puesto en una situación en la que ese tipo de enseñanzas resultan fundamentales. No es fácil ver el lado bueno cuando te toca estar enfermo, pero debo admitir que lo tiene. Por ejemplo no tener que ir a trabajar. Eso es maravilloso. Otro detalle estupendo derivado de no tener que trabajar, es poder quedarse en casa cuando llueve. Esas mañanas tormentosas de viento y frío, esa lluvia que sabes que te va a mojar sí o sí, aunque vayas con tres impermeables y seis paraguas, esos pies congelados, esa nariz fría y moqueante… desde casa es una maravilla ese desayuno en pijama, con las cortinas abiertas, escuchando la radio, sintiendo el aroma del café y el pan tostado, mientras fuera el mundo entero se deshace bajo un chaparrón interminable.

No tiene precio poder disfrutar de momentos así, momentos en los que se me olvida el mal trago que estoy pasando y simplemente me dedico a gozar de la vida. Como poder pasar tantas horas con mi mujer, Carolina, viendo películas y series a la hora que se nos antoja sin tener que preocuparnos por madrugar. O el hecho de tener todo el tiempo del mundo para ir a mercado a hacer la compra y caminar lentamente, eligiendo el género con cariño para luego llegar a casa y cocinar sin prisa, “con fundamento” como diría uno que yo me sé.

O poder dedicar una mañana entera a tomar fotos sin más preocupación que medir la luz y encuadrar.

O tener tiempo para leer y escribir. Así puedo llevar el blog al día.

O ir a comprar ropa a media mañana de un día laborable y encontrarte las tiendas vacías.

O poder dormir la siesta cuando se te antoja.

Sí, son muchas cosas positivas las que puedo extraer. Pero que nadie se engañe: lo cambiaría absolutamente todo por volver a estar sano, eso está claro. Lo que pasa es que no puedo y entonces ¿qué voy a hacer? Pues eso, vivir, ni más ni menos. Lo que haría cualquiera, creo yo. Si ya de forma natural y espontánea tenemos ganas de vivir, muchas más se tendrán si te dicen que tienes una enfermedad incurable, me parece a mí.

Lo malo es que también hay muchos momentos de bajón, pero esos ni cuentan ni los cuento. Esos pertenecen a otro cuento.


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