Revista Opinión
Este precioso verso de Pablo Neruda pertenece a su Canción desesperada y muy probablemente no lo escribió para referirse a la Justicia española. No, seguro que no. Aunque bien podría aplicársele porque el naufragio de la Justicia en España es absoluto y total: desde la más altas instancias a las más humildes magistraturas.En la anterior entrada os hablaba del proceso al juez Baltasar Garzón por intentar sacar de las cunetas a los asesinados de la Guerra Civil y el franquismo. También mencionaba de pasada una anécdota, en la que una funcionaria de un juzgado de Violencia sobre la Mujer pedía al abogado de una víctima que se llevara un cable USB para poder extraer del teléfono móvil la grabación de una conversación amenazante a una víctima para incorporarla como prueba al proceso.
Hoy les voy a contar con más detalle lo que sucedió ayer, cuando por fin abogado y víctima acudieron al juzgado pertrechados de teléfono móvil y cable USB.
Pero antes permitidme recoger aquí una noticia de hoy mismo relacionada con Garzón y la Justicia. Os pongo el enlace aquí para no extenderme. Revela la negligencia de los jueces, que firman sentencias sin leerlas. ¿No se les puede exigir responsabilidad? Y pone de manifiesto la malicia de algunos compañeros de Garzón, que utilizan torticeramente los vehículos judiciales para perjudicarlo.
Pero a lo que iba:
Resulta que ayer abogado y víctima se presentan en el juzgado con el dichoso cable USB (además de un CD con la grabación completa de la conversación), pero el secretario judicial, en una decisión propia de un campeón olímpico dice que no hace falta, que se van todos a la sala de juicios (que está vacía) y allí colocan el móvil sobre el estrado y con el micrófono del sistema de grabación audiovisual de la sala graban la conversación completa. Más de una hora.
Hay que decir, para quien no lo sepa, que todas las vistas judiciales se graban en vídeo.
De modo, que allí sentados en el estrado judicial, secretario, víctima y presunto maltratador, con sus respectivos abogados, aguantan una vergonzante conversación de más de una hora. Ni qué decir el papelón del maltratador escuchando sus lamentables amenazas y la angustia de la víctima al revivirlo de nuevo ante su verdugo.
Al terminar, el secretario judicial se va a su despacho y descubre con horror, ¡oh sorpresa!, que solo se ha grabado la imagen, pero no el sonido. Imaginen la escena: siete u ocho personas en una película muda arremolinadas entorno a un teléfono móvil, como si de niños se tratara diseccionando una rana.
El secretario llama a la víctima y a su abogado y les comunica la noticia y amenaza con una nueva sesión de espiritismo alrededor del móvil para cuando los servicios informáticos del juzgado (son como las meigas: haberlos haylos pero no se les ve) arreglen el sistema audiovisual.
En esto se les aparece la Virgen (ya se sabe que la Virgen se aparece a los pastores muy de vez en cuando y a los tontos) en la forma del novio actual de la matrada. ¡Es informático! ya digo que la Virgen...
El caso es que el novio/Virgen (perdón por las connotaciones que lleva esta asociaicón de palabras. Puedo asegurar que no es de la Obra), además de llevar el susodicho cable USB, acudió al juzgado con un ordenador portátil, un manojo de cables de todas clases, varios pendrive y demás parafernalia cual teleinformático a domicilio.
Este hombre es recibido como un salvador o una Santa Madre descendida de las alturas. Logra conectar el teléfono móvil a su PC portátil y descargar la conversación. Después, con el pendrive, traspasa el archivo con la conversación al ordenador del secretario judicial, que a esas alturas está dando palmas con las orejas de contento a pesar de la irregularidad que supone que un ajeno (la Virgen del Pendrive no forma parte del procedimiento ni es funcionaria del juzgado, por mucho poder que tenga en los altares o muy abogada nuestra que sea).
El secretario corre feliz a buscar un disco para grabarlo con la conversación, ya que debe ser aportado a los autos (no le vale el que grabó hace semanas el abogado). pero, ay, rrgresa con un DVD (no sabemos si proveniente de algún top manta juzgado poco antes). No vale. Se vuelve a marchar y, al fin, ¡tachán!, trae un CD corriente y moliente y se graba la conversación como Dios manda (en este caso Dios no tiene nada que ver con nuestra Virgen, sino que se trata del Sublime Procedimiento Judicial Español, ese que hace que las sentencias se diten muchos años después).
Sin embargo, algo no va bien. ¿Qué será...?
¡La otra parte no ha sido informada! El maltratador (siempre presunto, ojo) y su abogado estaban a otra cosa por ahí. Hay que redactar otro auto para citar a las partes a una nueva sesión de espiritismo entorno al móvil, de lo contrario el procedimiento de extracción y grabación de la dichosa conversaicón podría ser impugnado a mayor gloria, ya sabéis, del Sublime Procemiento bla, bla, bla...
Sin embargo, el combativo abogado de la víctima logra una gran victoria para su clienta maltratada: habida cuenta de que cuando escucha la conversación y/o ve a su maltratador le entra la temblequera y se echa a llorar compulsivamente, lo mejor es que a esa nueva sesión de ouija no acuda ella. Total, si no tiene nada que decir.
Sobre mi corazón llueven frías corolas.
¡Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!