La situación es crítica. Doce mujeres discuten acaloradamente sentadas alrededor de una mesa metálica de forma ovalada. Un mapamundi preside una de las paredes del cuarto, iluminado por una fría luz, ligeramente azulada. Varias pizarras llenas de fórmulas escritas con tiza colgadas en en el resto de paredes añaden más sensación de desorden aún. Sobre la mesa, un montón de ficheros, papeles y mapas sin ningún orden aparente. Entre aquel desbarajuste, unas cuantas tazas de color blanco repletas de café completan la escena. Algunas de las mujeres visten diferentes uniformes militares repletos de medallas, otras visten bata blanca de médico y otras llevan trajes de apariencia bastante cara.
—El tiempo se agota y no avanzamos nada —dice una de ellas, tirando una carpeta más, de color amarillo pálido, sobre la mesa. De ella se deslizan un montón de papeles con complicadas fórmulas y una letra ininteligible.
—Hemos debido pasar algo por alto, no se. Algún fichero o… algún archivo. —dice otra, secándose el sudor de la frente.
—Sea lo que sea, el tiempo juega en nuestra contra. Hay que salir de este atolladero como sea.
—¿Y si… no se. ¿Y si simplemente no tenemos ese dato?
Un reloj digital situado encima del mapamundi con enormes números de color rojo le da la razón a la tercera mujer que ha hablado. Todo depende de ellas y no disponen de mucho tiempo. Algunas mujeres resoplan con desesperación, otras pasean nerviosas de un lado a otro con evidente gesto de esfuerzo mental. A pesar de todo, ninguna consigue dar con la solución. Aquello que consiga darle salida a la enorme crisis que se está produciendo.
A pesar de la enorme gravedad de la situación, las doce mujeres no le dan importancia al hecho más extraño de todos pero que ellas aceptan con naturalidad: Son todas idénticas. A pesar de la diferencia de vestuario y de peinado, todas son rubias, de metro sesenta y cinco, delgadas y con los ojos azul celeste, casi grises.
El reloj sigue su curso, ajeno a la enorme crisis. A falta de varios segundos para el final, una puerta se abre y entra una nueva mujer, la decimotercera. Es, también, idéntica al resto pero viste con botas, unos vaqueros, una camiseta de tirantes negra con la etiqueta de Jackson Daniels serigrafiada y una diadema de color verde. Sonríe maliciosamente y pronuncia solo dos palabras: Lo tengo.
Una bombilla se ha encendido. El proceso mental ha terminado. El cerebro emite una serie de señales eléctricas que son correctamente interpretadas. Estas se propagan a la velocidad de la luz. Unos ojos azul celeste, casi grises, miran fijamente un punto inconcreto de la pared. Ajena a su alrededor.
—Eh. ¡Eh! Venga tía, te toca. Si no sabes la respuesta dilo ya, se te va a acabar el tiempo. Vais a perder la partida. —dice una de las cinco personas que está sentada en la misma mesa que la absorta mujer. De pronto esta parpadea varias veces volviendo en si y sonriendo maliciosamente.
—Joder. Qué hija de puta. Odio cuando hace eso. —dice uno de los chicos, que sujeta con una mano un botellín de cerveza y con el otro un pequeño rectángulo de cartón con una pregunta escrita en él y el logotipo del trivial en el reverso. —Ya sabes la respuesta ¿no?
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