Jueves, 1 de junio de 2017
Huele raro. Huele mal. No parece que sean las sábanas ni tampoco el pijama. Vivo en un piso pequeño de un barrio denso y mal abastecido, seguramente serán las cloacas. O algún vecino cocinando. O las heces de perros en la calle, la basura acumulada en los contenedores. Me ducho. Me cepillo los dientes frente al espejo, cada día estoy más pálido, me conviene tomar el sol. En el móvil un mensaje de Cora con una foto suya semidesnuda. Se me pone tiesa. Me noto cansado, debo de haber dormido sin descansar. Cojo el autobús hasta la oficina donde desempeño el rutinario trabajo de revisar albaranes de salida y pasárselos a la contable que hace las facturas en un taller de metalizado de ABS en la zona industrial. Se me ha metido el olor, ese tufo extraño, en la nariz y no me lo saco en todo el día, salvo cuando paso entre las cubetas de ácidos y productos químicos del taller donde algún empleado hace broma y habla en un andaluz tan cerrado que soy incapaz de entender. Me limito a sonreír sus gracias. Trabajo siete horas y media, parando en el mismo despacho a comerme un bocadillo, hasta las tres. Cojo el autobús de vuelta. Entro en casa, ese olor molesto continúa. Abro las ventanas para que corra el aire, tiro ambientador en el baño, reviso el fregadero. No viene de allí. Leo, miro la televisión, me hago una paja con las fotos de Cora, pero no consigo correrme. No tengo hambre para cenar. A las diez ya estoy cansado. Me duermo.
Viernes, 2 de junio de 2017
Huele peor que ayer. Un olor que me recuerda a la vez que en el despacho se quedó un gato muerto en el respiradero. Huele a putrefacción. Me subo a una silla para abrir una de las placas del falso techo: no veo ningún animal muerto. Pongo una solución de desinfectante en el váter y en el fregadero de baño y cocina. Me ducho raspando con fuerza. Me cepillo los dientes frente al espejo, ¿empalidezco cada día o es efecto de la luz? Un mensaje de Cora semidesnuda y un “nene, nos vemos esta noche”. Nene. ¿Por qué usa este vocabulario? Es chabacana y ordinaria, pero tiene cuerpo de cantante de pop latina y se mueve de tal forma que solo pensar en cómo camina la sangre me baja a la entrepierna. Y esos besos con sus labios gruesos y su lengua. Me pongo cachondo, intento masturbarme de nuevo, pero cuando llevo un rato, la polla se me vuelve flácida. Me visto. La ropa también huele mal. Pongo el pijama y las sábanas en la lavadora. Me voy a trabajar. En el autobús leo un libro sobre viajes en el tiempo en que, como en todos, el autor se acaba haciendo la picha un lío entre paradojas y saltos y me pierdo. Me duermo. Me despierto gracias a que mi parada es la última. Trabajo siete horas y media, no me he traído el desayuno, no tengo hambre. Una bronca de la contable porque un albarán está mal hecho. El despacho también huele raro. Las cubas llenas de productos químicos hoy no me quitan el olor incrustado en la nariz. Me extraña que nadie más note nada. Quizá lo notan, pero este hedor ha estado siempre y yo soy el único que hasta ahora no se ha dado cuenta. Vuelvo a casa. No como nada. Enjuago los fregaderos, limpio todo el baño a conciencia, barro y muevo los muebles esperando encontrar un gorrión muerto que se colara por la ventana que he dejado abierta. Nada. Tiendo la ropa. Me vuelvo a duchar a conciencia, me duele la piel. ¿He meado hoy? Creo que no, se me hace raro. Mensaje a Cora de que voy para allá. Tengo la sensación de que el olor, la peste esta, me acompaña. Cuando Cora abre la puerta se me olvida todo, lleva unos pantalones de esos marcando culo y coño y un top recogido que muestra su ombligo moreno, la cabellera negra suelta. Es hortera y vulgar. Follamos, su lengua se mueve como buscando un tesoro entre mi boca, luego me la chupa, me como sus pechos como si fuera a acabarse el mundo, la pongo de espaldas contra el armario para follármela de pie, grita como si estuviera en una película porno. Ella se ha corrido varias veces. Yo ninguna. Es casi tan raro como no mear. Después del polvo sin eyaculación estoy derrotado. Me dice que ha comprado cosas para cenar, pero no me quedo, ella se molesta, me grita algo en su castellano chapucero y algún insulto en portugués. Cora es de Brasil. Me voy a casa. Estoy sudando y mi ropa huele fatal. Pongo las sábanas limpias, decido dormir desnudo. Mensajes de Cora en el móvil pidiendo que no le tenga en cuenta los insultos y preguntando que qué me pasa. Me duermo.
Sábado, 3 de junio de 2017
Me despierta la pestilencia de toda la habitación. Es insoportable. Corro al lavabo con ganas de vomitar, pero solo consigo arcadas sonoras. Me miro en el espejo, parezco jodidamente enfermo. Noto cosquilleo dentro de la piel, me rasco, se me pasa. Abro todas las ventanas, el sol sale por algún lugar entre los edificios sucios y viejos del barrio. Abro las puertas. Pongo la casa patas para arriba: reviso los armarios, vacío los cajones, levanto los muebles, el hedor está en todas partes, he de ponerme algodón en las fosas nasales, pero aun así sigo notándolo. Llamo al seguro y les informo que hay algún problema en las tuberías o en los desagües o en lo que sea, pero que la casa apesta. Aseguran que estarán aquí por la tarde. Huele mal todo el piso, empiezo a sospechar que hay algún vecino que es un cadáver de hace días, salgo al rellano y subo y bajo pasando por todas las puertas de todas las plantas, en todas partes huele igual de mal, pero en mi piso es más intenso. El cosquilleo en la piel vuelve, antes era en los antebrazos ahora es en la espalda, donde no llego. El del seguro llega casi al anochecer, con pocas ganas. Dice que no huele nada, pero hace su trabajo y mira las cañerías de baño y cocina, luego me hace firmar, me mira raro, sigue asegurando –el del seguro– que no huele nada raro, pero que si vuelvo a notarlo les llame de nuevo. Le digo a Cora que no me encuentro bien, que no venga. Se enfada, pero decide enviarme una foto de sus voluptuosos pechos dentro de una camiseta que le va pequeña. No me calienta. Tengo frío. Leo un libro sobre misterios históricos lleno de tópicos y personajes arquetípicos, me duermo en el sofá.
Domingo, 4 de junio de 2017
Sueño cuerpos de animales y de personas en descomposición, sueño cuerpos pudriéndose en fosas comunes. Me despierto sudando. No, a pesar de esa sensación, no estoy sudando, estoy totalmente seco. Hace tres días que ni meo, ni cago y dos que no como nada. Estoy frío. Estoy enfermo. Huele muy mal, creo que no es la casa, ni el barrio. Soy yo. Me ducho con agua tan caliente como puedo soportar, aprieto la esponja contra la piel hasta que se me pone roja. Un hormigueo fuerte recorre mi espalda, mis piernas y mis brazos, creo que algo se mueve por debajo de la epidermis. Bajo al ambulatorio, a urgencias, a tres esquinas de mi casa. No hay duda, el olor a podredumbre me acompaña, es mi cuerpo. Lo notarán todos cuanto entre, me ahorraré la espera. Sin embargo me hacen esperar como siempre, nadie parece darse cuenta del tufo que hago. ¿Cómo es posible? Cuando me toca, entro casi corriendo al despacho y le explico al médico, un hombre que odia estar allí con todas sus fuerzas, lo que me pasa: los olores, no mear, no cagar, no comer, no sudar, estoy frío, los picores y hormigueos, lo hago hablando rápido y esto me hace darme cuenta de que no tengo saliva, mi boca está seca. Se lo digo, me pide que me calme. Me tumbo en la camilla, me ausculta, me toma la tensión, me mira la boca con uno de aquellos palos que provocan ganas de vomitar, me toma la temperatura. Dice que estoy perfecto. Miente. Lo veo en sus ojos. Miente. No lo entiendo. He de salir de aquí. Por la calle intento apartarme de todo el mundo, sé que sentirán la peste a inmundicia, sé que les daré asco. Voy a la tienda regentada por hindúes que tiene abierto siempre, compro productos de limpieza para el cuerpo y para el piso. En la escalera de mi edificio coincido con la mujer del perro flaco, la que vive debajo. Me saluda con amabilidad. Intento serenarme, le pregunto si no le parece que hace unos días que aquí huele raro y se pone a husmear como un sabueso. Dice que no, que ella no siente que huela a nada. Pongo salfumán y otros productos en diferentes sitios, ambientadores por todas partes, me vuelvo a duchar y la piel se me irrita. La piel. Hay algo debajo, lo veo moverse, como bichos, algo muy pequeño y en mucha cantidad. El médico no ha visto nada, no lo comprendo. Y si lo ha visto, ¿por qué no soy objeto de estudio en un laboratorio profesional del mejor hospital de la ciudad? Envío un mensaje a Cora y le digo que tengo que hablar con ella. Ella me quiere a su manera y me ayudará. Es corta e inculta, pero me ayudará.
Cora se pone a besarme y a intentar hacerme el amor nada más entrar en su piso.
— ¿No notas nada? —le pregunto mientras ella mete la mano en mis pantalones y me muerde el lóbulo de la oreja en el sofá.
— ¿Si no noto qué? —dice ella sin parar de hacer lo que hace.
Eso me molesta, no soporto a los que ignoran los problemas, así que la aparto y me levanto.
— El olor, esta pestilencia. ¿No la notas?
— ¿De qué estás hablando?
Ella me mira extrañada con sus ojos castaños hipnóticos, con sus labios deliciosos entreabiertos, con los pezones duros bajo su camiseta. Gesticulo, me huelo la ropa y los brazos y digo, quizá gritando:
— Huelo como a inmundicia, a descomposición. Es imposible que no lo huelas, cada día es más fuerte.
— ¿Qué cojones te pasa? —es su única respuesta.
— ¿De verdad no lo hueles? —digo, calmándome.
— Mira, si es una manera rara de decirme que ya no te gusto, se te ha ido la pelota, ¿vale, tío? Eres raro de cojones y por eso he soportado que pasaras de mí estos días. Pero ahora mismo estaba como una moto y ahora me has quitado las ganas de nada. ¿Ya no te pongo cachondo? ¿Por eso no te has corrido las dos últimas veces que hemos follado? Lárgate de mi puta casa, cabrón.
Vuelvo. En casa todo sigue oliendo mal, pero los productos químicos han amortiguado un poco el golpe al abrir la puerta. El piso apesta porque yo vivo aquí, lleva mi esencia, la esencia de lo nauseabundo, de lo que se pudre, de lo que se muere. No consigo dormirme pensando en todo. Al igual que el médico y que la señora del perro flaco, Cora miente, pero no tiene ningún sentido que lo haga. Todo da muchas vueltas y justo cuando creo que estoy empezando a atar cabos, a entender qué ocurre, me fallan las fuerzas y pierdo el conocimiento.
Lunes, 5 de junio de 2017
He tenido un sueño revelador y cuando despierto con un rayo de sol perdido que se cuela por la ventana del salón, todo cuadra. Todo cuadra. Por eso no puedo vomitar a pesar de las náuseas, ni llorar, ni correrme, porque no tengo fluidos dentro de mi cuerpo, por esto también cada vez estoy más pálido, ya no tengo sangre. Estoy muerto. No recuerdo mi muerte. Simplemente ahora sé que estoy muerto. Me sigo viendo en el espejo. Mi piel pálida por la falta de sangre se entesta en mantenerme en pie, como una lona fina sujetando las vigas podridas de un tejado, como la red que impide que las rocas caigan sobre una carretera. Si cierro los ojos, noto el cosquilleo de los gusanos comiéndose mi carne putrefacta. Y el hedor. El hedor insoportable de la descomposición de mis órganos, descomposición lenta y exasperante. Y no se irá hasta que sea polvo o ceniza, tierra o mota de polvo. Hace días que no pruebo bocado, ya no tengo esa necesidad porque estoy muerto. No esperaba que el infierno fuera esto. No esperaba ir al infierno. Ni al cielo.
Entiendo por qué pensé que los demás mentían. Y es porque no estoy en el mundo, estoy encerrado en una irrealidad de la que no sé salir y, por lo tanto, hago como que soy uno más mientras busco la puerta que me permita, de una vez por todas, dejar este mundo. Ni cielo ni infierno, es mi limbo. Sé que será difícil estar así mientras dure, saber que todo lo que me envuelve es una mentira e interaccionar con ella. Claro que nadie nota el olor, porque es una realidad ficticia, mi imaginación ha creado esto para que me sea llevadero mientras espero, mientras mi cuerpo se descompone. No sé si estoy muerto en un mundo donde los demás no saben que lo están o estoy solo con una realidad inventada. Sea como sea, tendré que lidiar con ello y hacer una vida normal, la salida estará en alguna parte. Me ducho con energía. Un mensaje de Cora, un mensaje de voz, en el que cree que me pasa algo y me pide que vaya a ver un loquero. Nada cura a los muertos. Me cepillo los dientes frente al espejo, estoy casi trasparente y veo cómo se mueven los gusanos debajo de mi piel. ¡Comed malditos!
El Síndrome de Cotard, también llamado delirio nihilista, es una enfermedad mental en la que el enfermo se percibe como algo no existente o fuera de la realidad y, según la cual, un número significativo de las personas que la padecen creen estar muertas e incluso en estado de descomposición. Es interesante leer estos artículos, muy cortos: https://psicologiaymente.net/clinica/sindrome-de-cotard#! y https://www.lifeder.com/sindrome-de-cotard/
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