Los trompetistas y los saxofonistas saben que su música depende de la forma en que respiran. No son sus manos las que guían los sonidos, sino los pulmones. En una ocasión conocía a un jazzista que dominaba la “respiración circular”: podía tocar sin detenerse, exhalar mientras inhalaba. Este virtuosismo me admiró pero me pareció circense; empobrecía la música, que no puede ser un torrente y que depende de los silencios. El estilo literario se define del mismo modo; importa por lo que callas, dosificas, frenas. Ese efecto no se ve ni se oye pero debe estar presente, y acaba por ser el sello distintivo de un autor, que permite reconocerlo en una frase. Hay algo involuntario y muchas veces torpe en el gesto; las palabras sólo alcanzan a acomodarse así. Si el autor encuentra ese tono genuino, puede decir casi lo que sea, aunque ese tono provenga de vacilaciones y de la imposibilidad de hablar de otra manera. La literatura podría ser representada como un inmenso hospital de neumología, donde cada paciente tiene un síntoma distinto. En La montaña mágica, los médicos buscan el “silbido en el neumotórax”. En el hospital literario, cada silbido lleva una melodía distinta.
La idea del hospital también me atrae porque todo estilo artístico es una forma de convalecencia. La estética surge de debilidades, fracturas, impurezas. El arte nunca es “bonito” o “perfecto”. La gran paradoja del gozo estético es que proviene de elementos que parecerían rechazarlo: una pérdida, un dolor, un malestar, trascendidos en placer. Esto se aplica a los temas pero también a las técnicas. El artesano aspira a un acabado impecable, pulcro; el artista busca algo más complejo, desordena sus materiales, trabaja desde la incertidumbre, encuentra posibilidades en los errores. Visto de cerca, un lienzo suele ser un amasijo de colores, pero el pintor calcula el efecto que eso puede tener a varios metros de distancia. Lo significativo es que pintor ordena sus imágenes desde el punto de mira en el que son confusas. También el estilo literario se alimenta de carencias, manchas, borrones. La fuerza expresiva no llega por teléfono o por comunicación divina; se logra a través de los muchos borradores, las cancelaciones, las torpezas convertidas en algo comunicable. Hablamos mejor después de un ataque de asma.
Los grandes estilistas (Nabokov, Borges, Rulfo, Faulkner, Proust, Mann, Beckett, etcétera) respiran a su manera. Quien redacta sin mayor estilo logra una página comprensible pero inerte. El estilo literario insufla vida a la página, genera la ilusión de que eso existió y sigue existiendo; es, seguramente, la forma más lograda de la respiración artificial.
Juan Villoro
El ojo en la nuca. Con Ilan Stavans
Foto: Hemingway en un hospital de Londres
después de un accidente de coche (1944)