Revista Cultura y Ocio
La lectura de Todo esto será tuyo me ha llevado a anotar unas frases para una futura entrada que se titulará, si no cambio de idea, «Las palabras, sus dones», sobre la gracia concedida de ganarse el sustento leyendo y, sobre lo leído, escribir. He disfrutado con estas páginas de Jordi Doce que se acoge a una primera cita del poeta Lorand Gaspar («Judea») para reivindicar su escritura fragmentaria, compuesta por anotaciones de diario, estampas, esbozos de cuadernos, frases, ideas para relatos, aforismos —sin tener la impresión de escribirlos— o versos ajenos, y formar un libro compacto y a la vez heterogéneo escrito a lo largo de varios años hasta finales de 2019, en el preanuncio del desastre que dio lugar a La vida en suspenso. Diario de un confinamiento (Fórcola Ediciones, 2020), otra muestra para el que quiera saber algo de lo que vive y escribe el traductor y poeta. A las pocas páginas de comenzado el libro, uno ya encuentra con agrado las semillas para siembra de frases muy breves como apuntes de pensamiento, que van a ir apareciendo a lo largo de todo este volumen de grata lectura. Es una de las variedades genéricas de la textualidad de Todo esto será tuyo, que contiene también apuntaciones que aluden a personas y circunstancias reconocibles —poco interés tiene esto si a uno le basta con el sentimiento de lo escrito; salvo que se trate de nombres tan principales como Paula, Marta o Layla, la perra que Jordi saca a pasear por su barrio y aquí por su parcela de letras—, o reflexiones sobre el ensayo, o, simplemente, un pararse a pensar en cuando el saludo es un acto fallido, o qué diferencia hay entre escribir a mano —Hughes mediante— y teclear directamente al ordenador. Este libro de Jordi Doce, como tantos otros, está lleno de esos momentos en los que uno se empequeñece por no llegar a ese nivel, a esa voluntad de estilo que a uno le falta: «El pequeño caracol ya era una espiral envolvente. Y lo siguió siendo hasta arrojarme, por uno de sus toboganes abruptos, a la arena manchada del amanecer» (pág. 21). Así remata un apunte sobre un insomnio provocado por el llanto de la niña de unos vecinos. Otras veces, el tono hiperbólico se impone; por ejemplo, al hablar de cómo tocamos o acariciamos un libro, cómo lo frotamos hasta «despertar el espíritu que lleva dentro» (pág. 43), y cómo lo dice el escritor siendo consciente de su comparación, como lo es de lo que escribe y cómo escribe con un temor a repetirse sabiendo que el escritor no termina nunca de hacer las paces consigo mismo, y sigue y sigue. También hay música en este libro, no mucha (Brian Eno, que no es poco), alguna referencia al cine, y mucha poesía, mucha literatura, que es lo que da sentido a todo. A todo esto que ya es nuestro.