Revista Medios
Centrado en otras historias, pasan los días a una velocidad prohibida y aprovecho este momento para volver atrás la vista, (ya casi no me alcanza), con nostalgia pero sin arrepentimiento, por todo lo que pasó, por todo lo que vivimos, por aquellos familiares y amigos que se fueron, por todos los que siguen aquí, aparentemente, en el mismo lugar, bajo los mismos yugos.
Porque la naturaleza, vestida con los colores de cada estación, que aquí se evidencian tanto, es la misma: los montes, los caminos, las iglesias...
Nada parece haber cambiado después de los años; después, incluso, de los siglos.
Hasta las gentes, que son descendientes de los que fueron tus compañeros de escuela y de correrías, parecen los mismos; pues, aunque ibuidos en otras modas y costumbres, se mueven por los mismos lugares.
Entonces, ¿por qué lo ves distinto? ¿Por qué no lo disfrutas como antes? ¿Por qué no nos emociona como cuando volvíamos del colegio? ¿Será verdad que todo tiene su momento y que debemos disfrutar mientras podamos con los cinco sentidos de lo que nos rodea? Ni los demás te ven a tí como te vieron, danzando en medio una especie de velo, de recelo... Y ese vago sentimiento se repite en otros, que vivieron lo mismo y en el mismo momento. Esa especie de tristeza o de abandono; esa indiferencia que lo abarca todo, parece fruto de este tiempo difícil que vivimos, porque si es cierto que ya nada es lo mismo, también es cierto que nada ha cambiado en lo esencial y que aquí encontramos esa paz que nos sirve para tomar fuerzas y comenzar de nuevo.
Voy buscando sensaciones nuevas que les trasladaré a partir de septiembre.
Imagen: Iglesia de Lomilla, por Froilán de Lózar