La maternidad es una de las experiencias más bonitas que una mujer puede experimentar en la vida pero puede convertirse también en algo ciertamente estresante. El mundo de prisas, carreras y competiciones que vivimos hoy día no se olvida de este mundo infantil que debería estar alejado de toda experiencia susceptible de provocar ansiedad. Pero por desgracia, no es así.Desde que nace un bebé, al pequeño y a su sufrida madre se les somete a una suerte de concurso / competición constante.
Nuestras propias ansiedadesEs cierto que a menudo esas carreras las sentimos las propias madres sin necesidad que otro nos insciten a ellas. ¿Qué madre no ha deseado que su hijo durmiera toda la noche del tirón cuando tenía escasos meses? ¿Qué madre no ha querido con toda su alma que su pequeño comiera de una vez todo el plato entero de verdura?
Pero todo llega. Crees que nunca dormirás del tirón, y un día te despiertas a las 7 de la mañana alarmada sin saber muy bien dónde estás después de haberte rendido incondicionalmente a los brazos de Morfeo mientras tus hijos se encuentran también en su regazo.
Crees que tu enano gordito nunca gateará y un día gatea. Piensas que no caminará y un día camina. Te angustias pensando cuándo llegará el momento de oir alguna palabreja de su bonita boca y un día empieza y no calla.
A menudo nos angustiamos queriendo que nuestros hijos superen todas las etapas y en el proceso nos perdemos algo valiosísimo que es disfrutar de cada una de ellas. Quizás sea un tic aprendido de nuestra vida más allá de la maternidad en la que siempre hemos de estar superando obstáculos y problemas.
Las ansiedades impuestasNunca he pesado a mis hijos a excepción de las revisiones periódicas. Las que me conocen y también son madres se ríen de mí cuando digo eso y miran a mis pequeños toretes. Es cierto que la lactancia materna me ha dado una tranquilidad enorme a la hora de no preocuparme por su crecimiento pero ha sido también un esfuerzo por mi parte de no unirme a la liga de las tablas, cuadros evolutivos y demás.
No digo que esos datos no sean importantes y necesarios y que se han de tener en cuenta pero a menudo provocan excesiva angustia. Si un niño no tiene ningún problema aparente y está dentro de los parámetros más o menos normales hemos de pensar que no pasa nada porque no se adapte al 100% a los cuadros evolutivos.
Puede que diga esto porque mis hijos en algunas cosas se han pasado por exceso y en otras por defecto por lo que después de agobiarme porque mi hija con un año aún no caminara o mi niño con muchos meses aun no gateara decidí que mis hijos debían seguir su propia evolución.
Lo que quiero decir con toda esta disquisición es que nos pasamos la vida midiendo, controlando, examinando y analizando cada paso de nuestros hijos cuando quizás lo que deberíamos hacer es disfrutar de ellos un poquito más.
La primera infancia, el tiempo en que nuestros hijos son bebés es un periodo de tiempo tan corto que pasa, y pasa demasiado rápido como para perderlo y no exprimirlo al 100%.
