Todo lo que vale. Tim Gautreaux. Traducción de José Gabriel Rodríguez Pazos. La Huerta Grande. 2021
I. Una satisfacción, volver a encontrar relatos de Gautreaux en español, su modo de escribir, sus temas y personajes sobre un fondo social poco complaciente, pero verídico: personajes trabajadores, en su mayoría de clases medias, medias bajas, de la Louisiana, que van a hacer la compra al WalMart, que acumulan trastos en sus jardines, que conducen tractores con alzheimer, habitan caravanas, padecen la disolución de los vínculos familiares y comunitarios, escuchan las broncas conyugales de los vecinos en el eco de silencioso de su soledad… Personajes empatizables. Y la perspectiva vital del autor. Los protagonistas de los relatos parecen seguir un patrón moral: quien responde, gana. El vecino puesto en fuera de juego por la vida, el abuelo en medio del naufragio familiar, el cura con su problema alcohólico, el jubilado hipocondriaco, el afinador de pianos y de almas, el revelador de carretes de fotografías que anda buscando historias, el joven que necesita salir del pueblo por un tiempo… Aunque la ganancia venga de un aprendizaje, más o menos, doloroso. Pero todos responden, y eso implica y transforma a cada uno, radicalmente. Una esperanza, nada dulzona, pero que tanto llega a añorar uno en la narrativa actual.
II. Un sólido narrador, Gautreaux. Su opción por un fondo moral sólido es palpable. Pero la buena literatura no se hace con fondos morales, aunque no pueda prescindir de ellos. No es la intención de este autor que la trama del bien y el mal se emborrone y se olvide en alguna conciencia que se autoexplora. El bien y el mal, en mil matices, van en las vidas e interacciones de los personajes, y el privilegio del buen narrador aquí es traernos con verosimilitud los momentos de decisión y las luces y dificultades que conllevan, en personalidades bien perfiladas. Justicia poética sí, tierna y sabiamente poética sobre todo, que reparte penas sin escarnio para los culpables y aprendizaje moral para quienes se deciden por el pequeño gran bien que un minuto cargado de invisible transcendencia reclama.
III. La opción moral de Gautreaux va bien modulada por la elección y configuración de su narrador: esa voz omnisciente -escandalizará a quien piense que la posmodernidad lo había liquidado, a beneficio de una primera persona siempre tan “auténtica”-, esa voz omnisciente que sin empacho pinta unos primeros párrafos de situación, ágiles, coloridos, incitadores para la lectura; que al final de una frase bien articulada no se corta al plantar una metáfora poderosamente sugerente, lírica, irónica o las dos cosas a la vez. “Pasó un peine por su pelo canoso, que era ondulado y blanco como el humo de leña”. O una imagen terrorífica: “Andy sonrió, dejando a la vista un par de incisivos amarillentos”, donde hemos visto un detalle cotidiano, vulgar, pero también el horror; y hemos presentido al lobo que trota en el personaje, y a la vez un atisbo de la tragedia. Pero abundan los personajes tratados con simpatía, sin almíbar, pero con comprensión. Y otro rasgo: una voz que mima los finales de relato, delicados, finamente simbólicos, como acorde final que recoge las notas que han ido sustentando el desarrollo de la tonalidad fundamental, notas “dejadas caer” con admirable arte elusivo a lo largo de la narración.
IV. Historias -es rasgo indeleble del mundo que trae el autor- de mecánicos, de gente habilidosa con máquinas, con bombas de presión, con pianos, con máquinas fotográficas, con motores, con pollos al horno, con tableros de circuitos eléctricos, con soldadoras… Gente capaz -o que aprende a serlo- de reparar algo que al final resulta ser sus vidas, las de los otros, sus familias, sus comunidades. Historias de segundas e insospechadas oportunidades. Verosímiles, luminosas.
Hola, esto es lo que hay