Llevo días releyendo "La casa de cartón" con lápiz en la mano, con vino barato frente a la playa, con distancia social, y me sigue pasando que algo dentro de mí se revuelve. Regresar a Martín Adán refuerza la imagen de ir cerrando las puertas a todo aquello perecedero y ausente de color. Alejarse de la misma manera que el poeta se fue alejando de todo. Primero en los bares con mesas de madera y aserrín en el piso. Luego, en las habitaciones del Larco Herrera, mientras seguía su camino hacia el Canevaro, hacia el Loayza o, acaso, hacia la rosa misma.
Hay quienes podrán objetar que ese Martín Adán, el que empezó a huir para no tener que ser feliz con permiso de la policía, recién nacería años después de la publicación de su primer libro y lejos de la tía Tarcila. Pero si hacemos caso a la vida dicotómica propuesta por José Antonio Bravo, en donde el caos, la virulencia política y la mierda eran el “afuera” y las aulas del Colegio Alemán, la literatura española de Huidobro y el simbolismo de Eguren eran el “adentro”, entonces podríamos estar de acuerdo en que desde los catorce años en los que probablemente empezó su obra, el poeta habría estado ya construyendo su forma muy personal de aislarse y de comunicarse. Y esa forma de exilio es la que compartimos en su lectura.Difícil hablar de un libro cuya vocación parece ser el silencio o la voz a medias en medio de una sucesión de imágenes y colores superpuestos, de estampas a un Barranco por momentos irreconocible. Difícil también imaginar que este inicio literario sea el de un colegial, de un talento precoz a lo Rimbaud y más aún cuando recordamos que es un sobresaliente dentro de una promoción escolar con nombres capitales en las letras como: Xavier Abril, Estuardo Núñez y Emilio Adolfo Westphalen, entre otros.
© Editorial: Revuelta Editores / Máquina Purísima (2020, detalle de la portada)
SIN DUDA, ESTE ES ARTE DE VANGUARDIA
Una de las dificultades para ingresar a "La casa de cartón" (1928) es que se inscribe dentro de la vanguardia. Ésta se caracteriza —entre otros aportes como la ruptura de la métrica, la proliferación de imágenes, la presencia de la máquina como representante de la industria que se expande modificando las ciudades— por un discurso de discusión sobre la nación, en donde lo político cobra importancia. Ya Luis Alberto Sánchez señala esta observación en su prólogo, al decir de su alumno, pero jamás discípulo, que “sin duda, este es arte de vanguardia. A algunos les parece que no y, claro, dentro de una monocordia política, todo cuanto no trasunta afán social, resulta apolítico y retrasado”. Sánchez también es cauto y perspicaz en advertir que en Adán la vanguardia reside en la forma, pues en ese arte vanguardista que practica, aún se olfatea al civilista que lleva dentro.
Similar apreciación tiene Mariátegui que desde las primeras líneas del colofón advierte que el poeta no es “precisamente vanguardista, no es revolucionario, no es indigenista”. Hay que entender que la vanguardia se presenta también como una respuesta al modernismo y recordar al modernismo como el primer intento de emancipación de Europa para crear una voz propia.
Es en esa intención que el vanguardismo surge como voz iconoclasta, parricida si se quiere, en tanto empiezan a reclamar una serie de elementos para poder hablar realmente de una literatura nacional. Mirko Lauer, en su libro "La polémica del vanguardismo 1916-1928" (2001), señala cinco actitudes en torno al debate sobre el vanguardismo, una de ellas se caracterizó por su “reacción contra lo nuevo y en defensa del modernismo poético”. Estamos hablando de las discusiones por instaurar una tradición, una identidad y el debate era desde dónde partir y quiénes representaban esa identidad. Pero ¿hay política en esta obra?
Volviendo a Mariátegui, éste señala que sí, aunque el poeta no se percate de las condiciones políticas que forman y posibilitan su literatura. Es decir, las condiciones culturales, políticas y económicas que se traducen en la obra de cualquier creador. Sin embargo, discrepamos del Amauta en esta apreciación ¿Sería acaso posible que alguien como Martín Adán no reflexionara sobre su entorno?
Fachada de el Palacio de Cartón, 1921 © Catálogo de Exposición Internacional de Industrias
EL PALACIO DE CARTÓN
Quizás la respuesta a esta aparente asepsia política la encontremos en el propio título de la obra. Al respecto, el investigador Chrystian Zegarra ha aportado datos valiosos para volver a este libro inclasificable y leerlo con otros ojos. Según su artículo "Un país de Beaver Board: cinematografía y nación desechable en La casa de cartón de Martín Adán", el título de la famosa obra del poeta estaría relacionado con una edificación que quedaba en donde actualmente se ubica el Hotel Bolívar.
Hablamos del Palacio de Cartón, construcción de fachada mandada a hacer por Leguía para la Exposición Nacional de Industrias en el año de 1921. Cumplíamos entonces cien años de independencia española —es un decir— y la ciudad estaba atravesando por una serie transformaciones, muchas de ellas epidérmicas. Una de estas fue la construcción de este edificio bautizado como Palacio de Cartón debido al material utilizado “producto de fibra de madera, utilizado para la rápida y barata instalación de techos y paredes”, conocido como “beaver board”.
Cien años de independencia y nada perdurable, nada cierto, el Palacio de Cartón simbolizaba lo que aún somos: una cáscara hueca, un pedazo de cartón. Siguiendo esta línea, Zegarra plantea que la propuesta de La casa de cartón puede leerse como una crítica al proyecto modernizador de Leguía. Como se observa, esta primera publicación promueve aún debates sobre su contenido y clasificación, es decir ¿Cómo clasificar La casa de cartón? Para Jhon Kinsella se trata de una novela y de la misma opinión es Zegarra, aunque voces disidentes como las de Ricardo Silva-Santiesteban sostengan lo contrario. Quizás clasificarla es lo que menos importa, su obra presenta la misma dificultad para la taxonomía como la vida de su autor.
UNA NUEVA EDICIÓN DE "LA CASA DE CARTÓN"
El motivo de estas líneas es su reciente edición a cargo de Máquina Purísima, de la poeta y editora Cecilia Podestá, junto con Revuelta Editores. Se trata de una edición singular, acompañada por óleos del artista Enrique Polanco creados en diálogo con la obra.
No queda más que celebrar la nueva edición de un libro capital en la literatura peruana y latinoamericana de uno de los poetas mayores en nuestra lengua. Una provocación en la que se dan lugar múltiples voces sobre su propuesta: la política, la artística y personal —la evocación al hermano perdido—, el yo desdoblado, la melancolía y el humor. Una inauguración a la que asistimos como viejos sin antes limpiarnos los ojos y olvidando que se trata de la mirada de un adolescente que nos propone todo, menos morir.