Nada nuevo puedo yo añadir a todo lo que se haya dicho ya antes sobre Paracuellos, una obra maestra indiscutible de Carlos Giménez donde una vez más pone de manifiesto su inmensa capacidad narrativa. En ella cuenta otro capítulo más de su autobiografía y la de nuestro país. Un pedazo de la historia viva de España. Con estilo descarnado y directo nos recuerda una época de niños de ojos inmensos, orejas de soplillo y rodillas huesudas. Niños que no comprenden nada de lo que está pasando, pero que aceptan lo que viene como algo natural. Da igual que sea una bofetada o una caricia, el hambre desesperada y constante o la abundancia repentina. Todo es asumido con semejante calma, con la misma indiferencia fatalista. Y es que estos niños que no conocen ningún porqué son precisamente los grandes perdedores de la tragedia de un pueblo, y Giménez está ahí para denunciar con el ojo fijo de su cámara el abuso del que detenta el poder sobre el más indefenso. El vencedor sobre el perdedor, el fuerte sobre el débil, el adulto sobre el niño. Por eso sus mujeres son siempre beatas de rostro avinagrado, y sus hombres son arrogantes paramilitares perpetuamente coléricos. Cobardes revanchistas dispuestos a desfogar su rabia y su resentimiento con quien no puede enfrentárseles. Tal vez Giménez caiga en los estereotipos, pero es bien cierto que esa España alguna vez existió y en muchas partes todavía existe aunque sea dentro del armario. En realidad Carlos Giménez, aunque está haciendo el relato de nuestro pasado, está también retratando la condición humana. El argumento, situaciones y personajes de Paracuellos tienen un halo de universalidad que describe lo peor del ser humano, nuestra ruindad, nuestra mezquindad. El conocimiento de que la masa ciega se escuda en el anonimato para estar siempre dispuesta a correr en defensa del vencedor, en ayuda del poderoso. Paracuellos apunta hacia todo aquel que está dispuesto a abusar, a excusarse en las guerras para destruir, rapiñar y violar. Aquel que se muestra ansioso por apostarse en un tejado y disparar a todo lo que se mueva. Si 36 – 39: Malos Tiempos era el horror, Paracuellos es su consecuencia.
Fran G. Lara
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