Por Luis Schiebeler
Amiga, no te esfuerces en contarme tus andanzas por las playas del inmaculado tornasol, acabo de advertir en tus ojos la recaída de un largo itinerario de pesquisas alimenticias para tu amor. Siéntate, bebamos lo amarillo de ese tubo, mientras eludimos los inanes detalles de este álbum que veremos de a dos. Inclínate, ¿acaso sientes el halo de sosiego que corona este reencuentro? Es la mitad de frescura que abandonamos al separarnos, es decir, la que restaba para completarnos. En verdad, más que pasarte revista, prefiero que indaguemos cómo fue que nuestras perlas de tinta volvieron a juntarse en el epicentro del imperecedero papel secante de nuestras vidas. Y cómo es que el mouse del viento clickea sobre el nylon de aire que bien no quisiéramos que se disolviera, ni en el magenta casi rosado de esta tarde, ni bajo el mar donde se desdibujan todos los espejos y las gotas de lluvia que se tiran de tus ojos ahora, justo ahora, que te estaba por besar…
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