Revista Cine

Todo tiene que ver con todo

Publicado el 05 junio 2011 por Libretachatarra

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LE QUATTRO VOLTE
data: http://www.imdb.com/title/tt1646975
Parábola minimalista sobre la relación cósmica de los seres vivos y los objetos inertes. Casi sin diálogos, austera, típico exponente del cine arte, “Le quattro volte” enlaza una serie de conversiones de hombre a cabra, de cabra a árbol, de árbol a carbón. Se sostiene un ciclo forzado (la primera escena de la película remite al final) pero, en realidad, sólo refiere la existencia como una sucesión de transformaciones. Cinematográficamente, Michelangelo Frammartino (director y guionista del filme) corta las “transiciones” con un fundido a negro y un sonido (una respiración, el crepitar del fuego, la lluvia) como única explicación de lo sucedido.
“Le quattro volte” enhebra momentos maravillosos, sobre todo en el segmento del pastor y sus ovejas. En tomas en apariencia nimias, logra transmitir emociones con alta sutileza y eficacia. Es un ejercicio absolutamente despojado, que en este caso funciona plenamente. Aceptamos que no es una película de recomendación amplia; necesita de un espectador entrenado en cine arte. Pero logra, no ser hermética en su laconismo.
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Especialmente, hay una secuencia notable, por cómo está filmada y por cómo está interpretada por un perro. Michelangelo Frammartino la resuelve con una cámara en lo alto y en esa posición transcurre un rato largo. Sólo mueve la cámara de derecha a izquierda para ver, a un lado, el corral con las ovejas y el perro del pastor chumbando en la calle empinada del pueblito de Calabria; del otro, una ruta que lleva a un bosque. De un auto bajan dos personas vestidos de romanos. Poco después, los pobladores pasan celebrando el Vía Crucis. Los dos romanos, una cruz, los sacerdotes, los habitantes del pueblo.
Todos, con excepción de nuestro pastor de ovejas que agoniza en una cama. Y su perro, intuyendo la ruptura de la rutina de todos los días, ha salido a la calle a avisar con sus chumbidos. Ladridos que no son interpretados por los transeuntes que sacan al perro a patadas o se escapan de su acoso, creyendo que el animal los va a morder.
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Esa secuencia de unos cuantos minutos es una joya en sí misma. Casi filmada sin cortes, no sólo debe coordinar los movimientos de los actores, sino del perro, personaje central de ese segmento. La puesta en escena de esa secuencia es una hallazgo. Para los que analizamos la dinámica dramática en el guión, es un buen ejemplo de cómo, sin palabras, se consigue mantener la atención del espectador. Esa secuencia maneja el suspenso (¿qué pasó con el pastor? ¿cuándo alguien se dará cuenta de lo que está tratando de llamar la atención el perro?) y lo matiza con mucho humor. Es un momento dramático de la historia (hemos visto al pastor empeorar en su tos y, nos imaginamos, cuando no lo vemos de pie con sus ovejas por la mañana, que algo funesto ha pasado); sin embargo, no podemos dejar de sonreírnos cuando vemos al perro corrido por dos romanos, un toque de color plenamente surrealista.
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Otro elemento sútil de la trama de “Le quattro volte” es que las transiciones están sugeridas en el relato. Nada nos dice, explícitamente, que haya una relación entre el pastor y el cabrito; entre éste y el árbol; entre el árbol y el carbón. Pero la yuxtaposición de segmentos nos sugiere esa interpretación: uno está mutando en otro; uno muere para que viva el otro. Y cada cosa deja un elemento en lo otro. Seres vivos u objetos inanimados, hay una relación subterránea que nos une, lazo esencial que nos hace vibrar sincronizadamente en el transfondo cósmico del Universo.
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