“Pienso que ya llega la hora, que dentro de un momento, todo se acabará”
Soy incapaz de sacarme la melodía de la cabeza. Vuelvo y vuelvo a ella sin remedio. Intento recordar su letra, su compositor o cantante. Creo que eran Los Módulos -digo para mí-. Pero no, no era “todo se acabará”. No iba la canción por ahí, no hablaba de consunción. No, no; creo que como casi todas las canciones hablaría de amor. Volveré a intentarlo:
“¿Pienso [o siento}? que ya llega la hora, que dentro de un momento…”
Ta, ra,ra, ra, ri, to, ta, ra, ra, ra, ra, ri… “…que dentro de un momento… te alejarás de mí”. Sí, eso es. “Te alejarás de mí”. Wow, qué alivio. Creí morir, desaparecer, vaya angustia. La verdad es que cada vez me falla más la memoria. Los amigos y también mi mujer me dicen que no me preocupe, pero yo sí me preocupo.
Final de etapa, fin de carrera, fin de curso, fin de fiesta, fin de año, fin de ciclo, final de una época, fin de la era, fin, fin…, siempre fin, final, ¡bluff! Apenas iniciamos algo (una excursión, una comida, un encuentro de amigos) y ya estamos instalados en su final ideando a dónde iremos en la próxima salida, cuándo la próxima caminata, dónde encargaremos la comida siguiente, u organizaremos la reunión posterior.
¿Ignoramos, pasamos, prescindimos del presente? Tal parece. Siempre estamos recordando –¿será por eso que tiramos tantas fotos?– o planificando. Quizás sea porque no queremos protagonizar a plena conciencia el final de lo que sea; quizás sea que cualquiera de estos minúsculos apagamientos se nos antojen un ensayo, un anticipo del THE END con mayúsculas.
Me recuerdo de niño o adolescente, sentado en mi pupitre, escuchar al profesor de turno decir cosas que apenas entendía y menos me interesaban:
− La vida es un instante. Debéis, queridos alumnos, estar siempre alerta −soltaba con ardor, en la época de ejercicios espirituales, don Miguel, profesor de ahora no recuerdo bien qué–. Debéis de ser como las vírgenes prudentes y tener siempre la lámpara encendida. No debéis descuidaros, pues no sabemos el día ni la hora.
−Pero ¿qué me cuentas Miguelín? –decía por entonces yo para mí−. Llevo escuchándote quince eternos e interminables minutos y ¿me hablas de la brevedad de la vida? Aburrido estoy ya de este curso y sé que sólo llevo en él tres meses. Y si esto es así, como en verdad lo es, ¿cómo voy a sentir breve toda una existencia? Creo que podrías inventarte otra historia más convincente.
Pasaron los años y ahora soy yo el profesor.
−Profesor, profesor, esto es un rollo. Además no sirve para nada −a impertinentes comentarios como éste me enfrento un día sí y el otro también.
−¿Cómo que no sirve para nada? −cuestiono a mi vez, tranquilo y con gesto sarcástico− ¿Cómo que para qué sirve? −suelo proseguir imperturbable.
−Sí, sí, que para qué sirve todo este rollazo que nos tiene ya rayadísimos− se engallan los compañeros de quien quiera que haya hecho la pregunta, sospechando en mí debilidad donde siempre hay reflexión.
−¿Para qué sirve la vida? −respondió una vez a la gallega el interpelado profesor, o sea, quien esto escribe.
−¡……!
−Exactamente. Ahí está la respuesta. No podéis contestar nada. Y es que la vida es un misterio que puede llegar a ser insoportable. Ahora la pregunta os la haré yo a vosotros: «¿Cómo sobrellevarla?»
Tras unos segundos de tenso silencio desde el fondo del aula alguien alzó la voz para decir:
−Olvidándonos de que se acabará, obviando su finitud.
Era Marco, un chico que desde la tarima yo solía ignorar por parecerme un pasota de tomo y lomo, quien de manera tan inteligente había hablado.
−Obviar el final no es posible ni conveniente −le respondí–, pero sí podemos reconciliarnos con lo inevitable disfrutando del presente, viviéndolo en plenitud con todos los sentidos.
−Eso es lo que hacemos, profe, cuando durante el finde hacemos botellón en el parque. Disfrutar del presente y olvidar que la vida está abocada a su final –intervinieron a coro tres o cuatro adolescentes de rostro colonizado por granos y espinillas.
−Sí, lo sé, pero equivocáis el procedimiento. Anestesiáis el cerebro con alcohol en vez de usar vuestra materia gris para disfrutar del presente en su totalidad.
−¿Pero entonces?
−Aquí es cuando lo que ahora decís que os aburre muestra su completa utilidad. Me refiero al arte, la música, la literatura, el pensamiento reflexivo… El desesperanzado “todo tiene su fin” que señalaban Los Módulos en su famosa canción debemos completarlo con un pertinente «estuvo muy bien mientras duró» o su equivalente “gozar del hoy en plenitud”.