Es probable que hayas oído hablar alguna vez de lo que se conoce como «regla de las 10.000 horas», que Malcom Gladwell hizo famosa en su libro Outliers (traducido al español como Fueras de serie).
La «regla de las 10.000 horas» afirma que el éxito en cualquier iniciativa depende en gran medida del tiempo que dediques a su práctica.
Un error habitual al interpretar este principio es asociar el éxito al esfuerzo, cuando en realidad el éxito depende —sobre todo— de la práctica.
10.000 horas de práctica surten el mismo efecto tanto si suponen un esfuerzo enorme como si no suponen el más mínimo. Lo importante es practicar las 10.000 horas.
Lo que la mayoría de las veces llamamos esfuerzo es en realidad una emoción asociada a superar la pereza o resistencia mental a hacer algo.
Sin embargo, a lo que se refiere la «regla de las 10.000 horas» es al componente físico de la actividad, no al emocional.
Lo que hace que realmente mejores es la repetición física de la actividad, no la recurrencia del esfuerzo mental o emocional que suponga vencer la pereza de hacerla.
Esto es así por dos motivos. El primero de ellos es que la repetición de una actividad va aparejada a un «bucle de aprendizaje». Esto significa que, cada vez que repites la actividad, aprendes cosas nuevas sobre ella.
Lógicamente, cuanto más repites, más aprendes y, cuanto más aprendes, mejor la haces.
El otro motivo es que, cuanto mejor la haces, menos atención necesitas prestarle al hacerla.
De hecho —si sigues practicando— llega un punto en el que ya no necesitas prestarle atención, porque realizar esa actividad se ha convertido en un automatismo, es decir, en un hábito.
La mayoría de nuestros comportamientos cotidianos son automatismos (hábitos). Desde que te levantas hasta que te acuestas, mucho de lo que haces es en modo «piloto automático».
Esto puede ser una gran ventaja. Por una parte, porque hacerlo de manera automática requiere un esfuerzo mental muchísimo menor del que requiere hacerlo de modo consciente.
Por otra parte, porque «de manera automática» significa que lo gestiona tu Sistema 1, dejando «libre» al Sistema 2, que puede dedicarse a actividades potencialmente más valiosas.
El problema al desarrollar un nuevo hábito —o modificar uno ya existente— es que, para hacerlo, necesitas inicialmente usar el Sistema 2.
Por ejemplo, cuando empiezas a aprender a montar en bici, o a conducir, tienes que prestar atención a muchos factores a la vez. Eso supone un «esfuerzo» en términos de atención.
Solo a fuerza de repetir mucho eres capaz de montar en bici, o de conducir, sin tener que «pensar» en lo que estás haciendo —es decir, sin usar tu Sistema 2—, gracias a que es el Sistema 1 quién controla esa actividad.
Mejorar nos cuesta porque nos auto-saboteamos por medio de «restricciones mentales» que dan lugar a comportamientos erráticos.
En general, somos conscientes de que hay formas mejores de hacer lo que hacemos, pero nos da pereza cambiar.
Por consiguiente, limitamos la práctica de esas mejores formas de hacer a «situaciones especiales». La excusa que nos contamos para no hacerlo siempre y con todo es que «no merece la pena el esfuerzo».
Por ejemplo, si voy a enviar un documento a un cliente importante, entonces reviso con especial cuidado que no contenga faltas de ortografía o, si quiero asegurarme de que mi proyecto gane, dedico horas a pensar la mejor forma de hacerlo.
El problema de este comportamiento es que —al ser discontinuo— nos obliga a emplear el Sistema 2 cada vez que lo ponemos en práctica, sin llegar nunca a convertirlo en un automatismo gestionado por el Sistema 1.
Además del esfuerzo muy superior que conlleva —al ser algo puntual— también es más fácil cometer errores, precisamente por falta de práctica.
Por eso es importante entender que la excelencia es un asunto del Sistema 1, tu «gestor de hábitos».
Cualquier cosa que hagas con el Sistema 2 tendrá por lo general más errores, requerirá más tiempo y dará más pereza hacerla que si dispusieras del automatismo correspondiente.
Por tanto, la receta para la excelencia contiene dos palabras clave: todo y siempre.
Un automatismo significa que todo lo relacionado con algo lo haces siempre de la misma manera. Si a veces lo haces de una forma y a veces de otra, significa que aún no has desarrollado un automatismo.
La gente que dice cosas como «yo tengo organizada mi casa, pero no mi despacho» o «yo los documentos importantes siempre los reviso en detalle» o «si algo realmente me interesa, dedico tiempo a pensar en la mejor forma de hacerlo», se autoengaña.
O tienes el hábito de ser una persona organizada, o no lo tienes. O tienes el hábito de cuidar los detalles, o no lo tienes. O tienes el hábito de pensar antes de hacer, o no lo tienes.
Por ejemplo, si eres una persona organizada, significa que tienes el hábito de organizar y eso a su vez significa que lo organizas todo y lo organizas siempre. Organizar es algo natural para ti, que sucede de manera natural, automática e inconsciente, sin ningún esfuerzo, porque lo gestiona tu Sistema 1.
Los hábitos están engranados en tu personalidad, en tu forma de ser. Eres tus hábitos. Y no puedes ser simultáneamente de dos formas distintas (ni siquiera el Dr. Jekyll puede).
Esto es muy importante y puede darte pistas.
Si normalmente no te acabas la comida, dejas los libros a medias o no terminas las películas o series que empiezas, es probable que también dejes sin terminar otras cosas que haces —incluyendo temas profesionales—, porque tienes el hábito de dejar las cosas sin terminar (aclaración: dejar algo al 99% es dejarlo sin terminar).
De manera análoga, si habitualmente terminas tu comida, así como los libros, películas o series que empiezas, entonces es probable que también termines el resto de lo que haces —incluyendo los temas profesionales—, porque tienes el hábito de terminar lo que empiezas.
Así que recuerda, lo que la «regla de las 10.000» horas realmente nos dice es que la excelencia es algo que forma parte de ti, de tu forma de ser; que todo lo relacionado con algo siempre lo haces de una determinada manera —que además es la manera adecuada de hacerlo—.
Y lo mejor es que, a la larga, además de producir mejores resultados, la excelencia cuesta mucho menos esfuerzo que la mediocridad.