Sigue ganando elecciones pese a que está acosado por la corrupción de muchos de los suyos que no quiso o no se preocupó de atajar: quizás porque empezó en política cuando las corruptelas se aprobaban y agradecían por fraternidad partidaria, cuando el SPD alemán sostenía al PSOE, y la CDU-CSU al PP.
Mariano Rajoy pasó por los tiempos de las comisiones y otras infecciones purulentas en los partidos políticos.
En todos, incluido el falsamente puro comunista. Que usa los huecos del sistema para la protección de jornaleros, por ejemplo, robando fondos públicos “para la buena causa”.
Como los nuevos de Podemos, colaborando y cobrando secretamente de regímenes corruptos y destructivos como el venezolano, o de dictaduras religiosas como la iraní, o de universidades para las que no se trabaja, o empleando en negro a trabajadores domésticos.
El político corruptible, y los hay en todos los partidos, suele nacer como hacendoso pájaro carpintero y hacerse milagrosamente buitre, carroñero que rapiña según su edad y su poder, poco cuando empieza a volar, mucho si es grande y ya imponente.
Nadie cree que Rajoy se haya beneficiado de los robos de sus cercanos, y quizás por eso, tras la caída del 20D de 2015, ha vuelto a renacer, y hasta se diría que podría volver a ganar con más margen aún si hay elecciones en diciembre.
Mientras, todos van a por él y hasta quieren dirigir el PP prometiéndole abstención si nombra a otro candidato.
Le temen, y para quitárselo de encima lo han ridiculizado e insultado, pero él ahora está en China explicándole al G20 a petición de los dirigentes comunistas del país cómo consiguió sacar a España de la ruina a la que iba cuando llegó al poder.
Ocurrió al nacer 2012, cuando Pedro Sánchez tenía caliente aún su asiento de consejero en la Asamblea de Cajamadrid, luego Bankia, que le había concedido una hipoteca especial bonificada sólo para empleados y gente influyente, como él.
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SALAS