Hay estos días tantos estrenos y presentaciones que apenas me quedan ganas para escribir y tengo descuidado este blog. Me siento culpable por ello y os pido disculpas; sé que un puñado de vosotros lo seguís con atención, algo que os agradezco muy, muy sinceramente. Hecha la introducción, quiero hablar de Todos eran mis hijos, la obra de Arthur Miller que se presenta estos días en el teatro Español, con dirección de Claudio Tolcachir y un reparto que encabezan Carlos Hipólito, Gloria Muñoz, Fran Perea, Manuela Velasco y Jorge Bosch. Nombres más que suficientes para acudir al teatro.
Admiro profundamente a Arthur Miller. Es uno de los autores que más me fascinan y su teatro profundo, intenso y revelador es siempre una lección. No recuerdo quién le definió como uno de los mejores cirujanos del alma humana, pero creo que es una acertadísima imagen. Todos eran mis hijos tiene todas las virtudes del mejor Arthur Miller, incluida esa ajustada y brillante carpintería teatral, que allana el camino a todos los directores que abordan sus obras. Miller enreda los conflictos y coloca sus cargas de profundidad en escenarios aparentemente livianos. Claudio Tolcachir ha buscado la médula espinal de Todos eran mis hijos y ha podado la obra (estrenada en enero de 1947, para un público totalmente distinto del de hoy en día) sin que pierda ese sabor salado que deja la historia de los Keller. Su puesta en escena no es naturalista (incluso deja ver las patas negras en uno de los lados del escenario para que no se pierda esa sensación de teatralidad) pero está llena de verdad. El dibujo de sus personajes, cada uno con sus propios colores, es preciso y exacto.
En eso tienen mucho que ver, claro, sus actores, empezando por Carlos Hipólito, un rey Midas de la interpretación que convierte en oro todos los personajes que toca. Le azoran los halagos, pero es imposible no rendirse ante su Joe Keller; es un papel del que parece muy alejado, y de hecho lo rechazó en un principio. Pero Tolcachir lo convenció y Carlos lo ha moldeado hasta darle su forma. Gloria Muñoz sigue en estado de gracia y su angustiada Kate está llena de ternura, firmeza y sinceridad, la misma que respiran Fran Perea y Manuela Velasco. En resumen, una magnífica función de teatro. De teatro con mayúsculas.