Y justo al arrancar veo cómo se apagan las dos lucecitas verdes de mis guantes calefactados. Mal pinta esto. Con el frío que hace. Pero como no hay más remedio, he metido la primera, he cedido el paso a un coche y me he lanzado de cabeza de nuevo a la autovía.
Ir a ciento veinte por la autovía es una locura si lo haces a lomos de la Cabezota. Los primeros minutos son divertidos y curiosos pero cuando pasa un rato se te empiezan a escurrir las botas por las estriberas. Caes en la cuenta de que esa velocidad es una barbaridad. Cuando voy en coche no lo parece, pero en moto ves, tocas, sientes el peligro mucho más cercano y te haces un idea aproximada de lo que podría pasarte si te caes o te caen. Además, hoy he visto encarnado el peligro en ese camión que se ha salido de la carretera y que ha provocado un atasco de varios kilómetros en la A-2. Y es que la vuelta ha sido entretenida.
La mañana estaba engañosa, porque no hacía demasiado frío al salir. Sí, nublado, con un sol cuasi impotente que solo ha sido capaz de vencer en un par de ocasiones a la red de nubes que hoy atravesaba la España vaciada. Pero claro, a mil doscientos metros tiene que hacer frío en febrero. Ese ha sido el asunto, los mil doscientos metros que he ido escalando a golpe de biela.
El reto de hoy -sí, el reto- era ir a Medinaceli y llegar sin caer en la tentación de Hita ni en la de Jadraque ni en la de Mandayona ni en la del río Dulce ni en la de Sigüenza. Por alguna razón llevo unos días seducido por la palabra Roma, palabra evoca en mi interior unas cuantas decenas de viajes y unos cuantos cientos de sitios que son de mi propiedad. Incluso recuerdo que un día les propuse a los colegas ir a tomar un café allí, pero el asunto no cuajó. No sé qué pudieron ver de extraño en coger las motos y llegarnos a Roma, tomar un café y volvernos.
El campo estaba de invierno, de invierno de verdad. Y estaba vacío. Nadie labrando, nadie viajando, nadie paseando. Allí, en las tierras más antiguas de España -supongo que son las más antiguas, o casi- no había sitio para nadie. Todo el borde del mantel que la Alcarria extiende hacia el norte estaba más roto que nunca. La tierra roja sangraba entre Jadraque y Sigüenza como si nunca se fuese a curar.
En momentos así, cuando te ves rodeado de nada, con el cuchillo del frío entrando por el cuello, afilas la mirada y empiezas a descubrir la vida que se le oculta al distraído, y es entonces cuando las cosas adquieren sentido y unes los puntos de ese dibujo que no entendías, y entiendes la letra de esa canción que has cantado toda la vida y comprendes por qué hoy querías ir a Medinaceli, a la ciudad del cielo.
Comprender cosas, viajar a otro sitio, cambiar de lugar, cambiar de perspectiva, ver las cosas de otra manera, provocar la oportunidad, soñar tu sueño, mirar adentro, mirar adelante, mirar a los lados y tirar. Creo que todo esto, si lo metes en una coctelera y lo agitas dos minutos con un poco de hielo picado, te da como resultado el licor de la vida que se te escurre de las manos si no te empeñas en que no se así.
Yo pienso que el motivo de ir a Medinaceli era volver a Roma, lo que pasa es que la Roma que tenía más a mano era el arco del triunfo de Medinaceli. Da igual que sea del siglo I que del II, y da igual que el aire se haya llevado casi toda la decoración. En realidad, da igual que sea romano o que sea árabe -hay un precioso arco árabe a pocos metros-. Volver a Roma y luego, volver a casa por cualquier camino.
Por curiosidad he mirado en el diccionario de la RAE esta palabra, volver, y me ha dado veintisiete respuestas: dar vuelta o vueltas a algo; corresponder, pagar, retribuir; dirigir, encaminar algo a otra cosa, material o inmaterialmente; expresar en una lengua lo escrito o expresado en otra; restituir; poner o constituir nuevamente a alguien o algo en el estado que antes tenía; hacer que se mude o trueque alguien o algo de un estado o aspecto en otro; dar otro estado, forma; mudar el haz de las cosas, poniéndolas a la vista por el envés, o al contrario; rehacer una prenda de vestir de modo que el revés de la tela o paño quede al exterior como derecho; hacer a alguien mudar de dictamen con persuasiones o razones; entregar lo que excede al recibir un pago, por haber sido hecho este en moneda mayor que su importe; hacer girar una puerta, una ventana, para cerrarla o entornarla; restar la pelota; dar la segunda reja a la tierra, especialmente cuando esta se ara después de sembrada para cubrir el grano; despedir o rechazar, enviar por repercusión o reflexión; despedir un regalo o don, haciéndolo restituir a quien lo envió, especialmente cuando se da a entender con algún desabrimiento; resolver, mezclar; ir al lugar de donde se partió; anudar el hilo de la historia o discurso que se había interrumpido con alguna digresión, haciendo llamada a la atención; torcer o dejar el camino o línea recta; repetir o reiterar lo que antes se ha hecho; defender o patrocinar a alguien o algo; dicho de ciertos líquidos, especialmente del vino, acedarse, avinagrarse o dañarse; inclinar el cuerpo o el rostro en señal de dirigir la plática o conversación a determinadas personas; y girar la cabeza, el torso, o todo el cuerpo, para mirar lo que estaba a la espalda.