Revista Cultura y Ocio
Magnolias Orientales, extraño nombre para un grupo.
Extraño nombre que hoy da su adiós consciente a un íntimo número de… sí, puede que fans sea la palabra exacta.
La cosa es que se nos reunió a unos cuantos informadores iniciados y amigos del perfume Magnolias para comunicarnos que era su último concierto.
El triste acto se desarrolló (decir "celebró" es una ironía para la que no tengo estómago) en el salón de actos de un colegio femenino del Viso. Sólo había capacidad para unas cien o ciento y pico personas. Yo calculé un lleno hasta la bandera (se dice así, ¿no?).
Un telón morado ocultaba el escenario. Telón que tardó una hora exacta en abrirse. Pero no nos importaba. Formaba parte de un rito. Y era la última vez que íbamos a ser partícipes de tal rito.
Durante la hora de espera me entretuve saludando a conocidos. Descubrí algunas caras nuevas. Los incondicionales, estaban todos: Corazones, Ordovás, Rafa Abitbol, Jaime Cuadreny, los Advokat, el Jardín de las Delicias, Al Este del Edén, los de Cachivaches, Maderas de Oriente, Yukon Sinteticon, Ramón de España, la Chelito, Telurium, Hipopotamendras Locas, etc. Parecía mentira ver juntos en un mismo concierto a yeyés desatados, punkys, new wave y piraos por la electrónica. Pero esta es la singular mezcolanza que va a escuchar a los Magnolias.
El resto de la gente eran amigos de los músicos. Tan extraños como ellos solos. Había muchas colegialas vestidas de uniforme, de piel muy pálida y mirada fija en algún punto indeterminado. No eran colegialas corrientes. Era domingo: no había razón para que estas tías llevasen uniforme. Me acordé de Tania, la canción de los Magnolias dedicada a una colegiala con poderes telequinéticos. Sí, debía haber alguna relación. Cerca de Vladimiro, de los Advokat, se sentaba una impresionante rubia vestida a lo Sandeman, con capa y sombrero. Un poco más allá, una inválida en una silla de ruedas oculta tras unas gafas de sol. Y una nena delgadísima vestida de cuero, de pelo negro y fijado con brillantina, también con gafas de sol y con la cara maquillada de blanco. A su lado, Fanny Saavedra, el director y "unas amigas".
Cuando se estaba abriendo el telón, llegó Haro Ibars.
El escenario estaba lleno de bultos cubiertos por sábanas blancas. Vestidos con un chaleco sin mangas, una camisa de cuadritos y unos sencillos blue jeans, apareció Néstor, el técnico de sonido, tan tímido y pecoso como siempre. Nos leyó varias notas de gente que no había podido venir pero que participaba "en espíritu" del triste acto. Gente como Sisa, las Punto de Cruz, los de Makoki, y, agarraos, Brian Eno y Bryan Ferry. Ante el natural repeluzno de asombro que hormigueó por el público al oír estos nombres, la propia Eulalia, líder y batería del grupo, salió sonriente (cada día está más maciza esta chica: no sé cómo lo hace) y nos aclaró que una cinta que mandaron a la Virgin había caído en bastantes manos por allá, siendo los más entusiastas Eno y Ferry.
A continuación fueron saliendo el resto de los miembros y descubriendo los bultos. La formación para este último concierto había sufrido una modificación. Gus, el cantante, ya no estaba con ellos. Néstor dijo que iban a utilizar play-back de su voz.
Y ahora, para los profanos, voy a empezar a explicar qué es lo que hace único a este grupo. Bueno, hacía (me va a ser duro acostumbrarme a la realidad de su desaparición).
Fernando Márquez. "Todos los chicos y las chicas". Las Ediciones de la Banda de Moebius, 1980.