Revista Política

Todos los hombres tienen derecho a la revolución

Publicado el 13 noviembre 2010 por Peterpank @castguer
El mejor gobierno es el que no tiene que gobernar en absoluto. El gobierno en sí, que es únicamente el modo supuestamente escogido por el pueblo para ejecutar su voluntad, está sujeto al abuso y la corrupción antes de que el pueblo pueda actuar a través suyo. Entonces, el pueblo no tiene control sobre el gobierno. Somos testigos de la actual guerra en Afganistán para controlar las rutas del petróleo y extraer sus riquezas. Esto es obra de unos pocos individuos que utilizan como herramienta al gobierno; porque en principio, el pueblo no habría aprobado nunca esa medida. El gobierno nunca mantiene libre al país ni educa a su población. Si  se juzgara a quienes componen el gobierno, no sólo por el efecto de sus acciones, sino también por sus intenciones, merecerían ser castigados con la horca como claros malhechores.
¿ Por qué motivo se le impide a cada individuo dar a conocer el tipo de gobierno que lo impulsaría a respetarlo?. ¿No puede haber un gobierno en el que las mayorías no decidan de manera virtual lo correcto y lo incorrecto – sino a conciencia?, ¿en el que las mayorías decidan sólo los problemas para los cuales la regulación de la conveniencia sea aplicable? ¿Por qué tiene el ciudadano que entregarle su conciencia al legislador que él no ha puesto ahí directamente? ¿Qué sentido tiene entonces la conciencia individual? No hay otra solución,  antes que súbditos tenemos que ser hombres y cuando se es hombre no se puede ser súbdito. No es deseable cultivar respeto por la ley más de lo que es correcto. La única obligación que tengo derecho de asumir es la de hacer siempre lo que creo correcto.
La ley nunca hizo al hombre un ápice más justo. Y la masa de hombres, asumida su condición de súbditos solo les queda servir al Estado, no como hombres sino como defectuosas máquinas.
En la mayoría de los casos no hay ningún ejercicio libre en su juicio o en su sentido moral; ellos mismos se ponen a voluntad al nivel del suelo, y los hombres adocenados pueden ser diseñados para servir a un propósito ajeno. Y como tales hombres no merecen más respeto que lo que son, hombres de paja, no puede esperarse que los gobiernos que a lo largo del tiempo los han moldeado a su antojo sean precisamente quienes los respeten. Su precio en el mercado de la vida es ninguno, por eso mueren miles y miles al día y son incapaces de evitarlo y aún de sentirlo. En compensación lo que se les dice es que son “buenos ciudadanos”.
Mientras tanto, la mayoría de legisladores, políticos, jueces, clérigos y administrativos estatales sirven y se sirven del Estado y, como rara vez harán distinciones morales, siempre están dispuestos, sin proponérselo, a ponerle una vela a Dios y otra al Diablo.
Solo unos pocos oponen resistencia  y son tratados como enemigos.
El hombre sabio, consciente de su realidad, no aceptará ser “arcilla”, abrirá un hueco para escapar del viento de la opresión. Pensará que no ha nacido para ser convertido en propiedad de nadie o ponerse al servicio de ningún Estado del mundo. Porque además sabe que todo aquél que se entrega por completo, sin reservas, a sus congéneres es tenido por inútil y egoísta; sin embargo, aquel que se les entrega parcial y esquivamente es considerado benefactor y filántropo.
Como decía Thoreau, “Yo no puedo, ni por un instante, reconocer una organización política que como gobierno mío es también gobierno de esclavos.”
Todos los hombres tienen derecho a la revolución; es decir, el derecho a negarse a la obediencia y poner resistencia al gobierno cuando éste es tirano o su ineficiencia es insoportable.

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