Revista Sociedad
Froilán De Lózar
[I]
Con permiso del maestro Saramago, diré que me ha pasado un poco como a su escribiente de la Conservaduría General del Registro Civil. José lleva en secreto la colección de vidas de famosos, recorta y guarda todo lo que digan de ellos los periódicos. Don José ha habilitado en su casa un fichero especial de gentes que despuntaron en algo: el deporte, la canción, la moda, lo que sea, algo que los hizo subir por encima de todos los demás. El funcionario, que nunca ha dado motivos a sus directores para una reprimenda, está a punto de perderlo todo el día que se decide a investigar el paradero de una persona normal, uno de tantos como rezan en el fichero de los vivos, una mujer, una dama cualquiera, una ficha cogida al azar de la Conservaduría, un hilo que por fin le lleve a una persona anónima. A lo largo de esta novela, que el último Premio Nóbel nos participa de una forma sencilla, repleta de metáforas hermosas, alumbrada de voces como las nuestras que a diario se hacen eco de otras voces anónimas, el funcionario vivirá obsesionado por encontrar, primero la dirección, después a las personas que la conocen, los padres, los amigos, los vecinos, el que fuera el marido, los lugares por donde la vieron, la escuela donde aprendió las letras de pequeña... Don José me recuerda ese sueño que a cierta edad nos suele tentar a los humanos: los grandes fastos, las mansiones, la vida festiva de tantas estrellas, lo que dicen, lo que hacen. Al final del camino que el destino me reserve, argumentaré en mi defensa, al revés que el celebrado maestro, al contrario que el personaje al que dio vida, que me pasé los días coleccionando fichas de personas humildes, como ese don Agustín, corresponsal de este periódico en Venta de Baños (Palencia), personas sencillas de las que aprendí tanto, personas de los pequeños pueblos con unas historias sorprendentes, que vivieron interpretando oficios, asumiendo todas las dificultades que a su paso salieron y que, tentado por esa curiosidad, la misma que al funcionario de la novela le domina, busco al azar la ficha de un personaje famoso, a escondidas de quienes me conocen le cito para un día. Logro que me conceda unos minutos de su apretada agenda, y sin más contemplaciones, le pregunto: -¿Cuál es su meta? -Llegar a lo más alto -¿Y para usted qué es lo más alto? -La cumbre del éxito. -¿Y considera usted que allí estará bien? -Allí, como Dios. Todo el mundo te admira. Se acabaron las colas en las consultas y comercios, el dinero te llueve. ¿Para qué quieres más? -¿Cuesta mucho llegar? -No hay que estudiar una carrera, pero sí es conveniente ser un poco agraciado, más bien alto, mostrar buena presencia, rodearse de firmas importantes. -¿Y no hay en todo eso que usted dice, demasiados síntomas de apariencia? -Lo importante es llegar, no importa cómo. -¿Y no tiene miedo a caerse? -Es más difícil. En cualquier caso, vas cayendo despacio y tienes muchos lugares donde agarrarte. -¿Y si se muere de éxito? -Mira, me alegro que me preguntes eso, porque morirte allí da otra sensación, otro prestigio. -¿Eso quiere decir que ya se ha muerto alguna vez? -Bueno, no; morirme, lo que se dice morirme, no; pero he visto cómo se morían otros y de qué modo los vivos mencionaban a los muertos, con cuánta entonación.. -Entonces, morirse no es lo más importante...? -No, lo importante es servir para algo después de muerto.
[II]
Aquella ficha no pudo completarse. Luego comprendí que no tenía sentido mezclar su nombre entre los otros nombres, porque para los ojos del mundo nunca servirían como ejemplo los nombres que yo elegí, aquellos a los que yo di vida en un cajón, ordenándolos alfabéticamente y dándole una especial relevancia al apartado de experiencias. Porque, al final, uno cuenta lo que pasa, lo que le obligan a pasar aquellos que lucen sus insignias y cargos por encima de él. Esto me dio una idea. No descarté del todo mi experiencia anterior. Mi secreto estaba a buen recaudo, oculto en una caja, dentro de un cajón, con la advertencia previa a los de la casa de "no tocar". Había entrevistado a un personaje muy famoso, pero no estaba satisfecho. Sus respuestas me habían sonado huecas, como si echara en falta la madurez de cualquiera de los personajes que se encontraban en mi archivo: el cartero, el panadero, el músico, el pintor... Cualquiera de ellos hubiera ofrecido un trago de su bota, cualquiera le hubiera quitado importancia a sus conocimientos en un gesto de humildad que para mí lo decía todo, el pan que moldearon como nadie, los emplastes naturales que utilizaron para atajar las enfermedades, la suya, la de los suyos, la de sus animales... El acento de superioridad que denoté en aquel individuo, me hizo añorar de tal modo la sencillez de los míos, que tentado estuve de detener su suficiencia con una palabrota. Quienes creyeran que su fundamento, su razón de vivir, la causa por la que incluso arriesgarían su vida, se encontraba en la cima más alta, que recapacitasen; que mirasen abajo, que se preguntaran a cuántos habían pisado mientras subían, a cuántos más pisarán desde lo alto, quién les impedirá tomarse la justicia por su mano luego. Arriba todo vale, o casi todo. Todo puede valer. Y lo digo porque ayer busqué otro nombre fuera de mi armario. Un hombre, a simple vista, superior, para saciar esa curiosidad que me embargaba. He aquí lo que le pregunté sobre su meta: -¿Cuál es su sueño? -Mi sueño era ser Presidente. -¿Y ahora que ya lo es, sigue soñando? -Sueño de otra manera. -Entonces,cree usted que mereció la pena? -Fue un camino muy largo, plagado de minas, rodeado de enemigos, pero me sentí protegido por una gran familia. -¿Usted cree que aquellos que elaboran las leyes tienen en consideración a todo el mundo?¿O hacen las normas de acuerdo con las ideas de su partido y para ellos? -Yo soy político, no soy Dios. Tengo mis limitaciones. De alguna manera trabajo para todos los hombres, perosometido a unas pautas, de acuerdo a ciertas bases... -¿Y en sus bases, qué lugar ocupa Mónica Lwunski? -¿Usted, qué hubiera hecho en mi lugar...? -Yo no soy Presidente... -Pero le gustaría estar en mi lugar, y aunque no fuera su máxima aspiración, si le pusieran un buen trozo de carne delante de los ojos, se lo comería... Noté enseguida que me estaba perdiendo en una selva, que me cercaba un león hambriento, que lo del día anterior había sido un paseo comparado con esto. Me detuve. Busqué una frase, una palabra, una pregunta que mitigase aquella sensación de abatimiento... -Póngase usted, perdóneme, en el lugar de un condenado a muerte -¿Acaso se puso el condenado en el lugar de su víctima? -bramó mi entrevistado blandiendo raudales de ira. -Pero, ¡ usted no es Dios ! ¡Lo ha dicho antes: nadie puede arrancarle la vida a nadie! -¡Ya! y usted cree que su muerte lo solucionará todo...
[III] Deje el fichero abierto y una de mis hijas curioseó entre aquellos nombres. Tal y como pensaba, ninguno la sedujo. Eran vidas lejanas, personas anónimas que nacieron y casi murieron en el mismo lugar. ¡Qué podían enseñarnos, si apenas estudiaron! Algunos heredaron la tarea de sus padres; se atrevieron con el encargo sagrado de llevar a buen puerto el patrimonio, reducido éste a una casa de piedra que amenazaba ruína; un perro, un carro, cuatro fincas y una serie de utensilios y telares que hoy lucen en las mismas viviendas, remozadas por los sucesores, patrimonio legado por los padres y abuelos de mis protagonistas. En el archivo están mezclados todos los nombres: los vivos y los muertos, las mujeres y los hombres, los jóvenes y los ancianos y así... canteros, cantineros, catedráticos, maestros, mineros. Todas las fichas son del mismo color, no he habilitado ninguna señal para diferenciarlas. Todos están en la misma caja, en el mismo cajón; ordenados, eso sí, alfabéticamente. Allí se esconde un mundo, historias emotivas de tres generaciones, sentimientos y fabulaciones de hombres y mujeres de nuestra tierra que a su modo interpretaron el libro de la vida. Cuando me propuse buscar un nombre sobresaliente fuera de aquel mundo reducido, lo hice para probarme. Es cierto que allí se aprenden cosas. Todos te enseñan algo. Todos aprendemos de todos, pero con aquel traslado momentáneo, con aquella búsqueda casual, únicamente pretendía destronar ciertos miedos: todos somos iguales. Que se habilite una línea de rango por arriba o por abajo no le hace a nadie diferente en cuanto a lo fundamental. Están allí, suspendidos, en otro ambiente, porque de alguna forma han pretendido el éxito, se han preparado para el éxito, han pasado la prueba y cayeron bien a un jurado compuesto por personajes de la farándula. Pero eso no indica que ya lo tengan todo resuelto. Ese mundillo te exige también el cumplimiento de unas pautas, el sometimiento a ciertos pisotones que a veces terminan en tragedia, consumidos como ídolos. Cuando el primero me respondió que su meta era el final del camino, subir a lo más alto, sabía que había llegado allí porque estaba decidido a llegar como fuera. Sólo cuando fui a buscar otra de aquellas vidas para completar la experiencia, percibí entonces las enormes diferencias que se soportan a uno y otro lado de esa línea divisoria, de esa línea roja. Con esto no pretendo desencantar a nadie. Si alguien quiere algo y trabaja para conseguirlo poniendo alma y corazón, al final lo consigue, sea o no reconocido por la sociedad, reciba premios o castigos de la crítica, se le abran o se le cierren puertas. Yo vuelvo a mi afición. Regreso a mi fichero. Archivo un nombre más de los de siempre, un nombre viejo, un nombre raro, un nombre desconocido, un nombre que guarda en su interior lo que suman cien vidas. Yo vuelvo a mi cajón y hablo con ellos, y los veo como fueron, y los veo como son, sin máscaras ni amagos de anorexias, con su conformidad luciendo en lo más alto. No están todos, lo sé. Son apenas cien nombres, castellanos profundos, montañeses, cien gotas entre miles que como ellos pasaron volcando tradiciones y ordenanzas. Cien gestos, cien historias que tanto y tan bien hablan de un mundo que ya pasó a la historia. © Crónicas Fin de Siglo, 26 de Marzo de 1999 . Froilán de Lózar para Diario Palentino.