Lo bueno después de una elecciones es que todos los partidos políticos ganan.
Es una maravilla, así da gusto.
En estas catalanas pasa lo mismo. Bueno, a algunos nos les queda otro remedio que reconocerlo, pero con matizaciones.
Aquí doy mis impresiones y lo que pienso que, evidentemente, no significa que tenga razón.
Parece que los partidos españolistas (no lo digo en tono despectivo, que quede claro) han ganado, que todo está terminado y que todo va a seguir igual.
Si las cuentas no me fallan, los partidos independentitas tienen más escaños en su conjunto.
Así que, si se logran poner de acuerdo, no veo razón ninguna para que el objetivo de Artur Mars no siga adelante.
La gente ha votado, y ahora no puede decir nadie que no sabía lo que votaba.
Puede que los temas más sociales y económicos no se hayan tocado apenas, pero la opción en lo que a política soberanista se refiere estuvo clara desde el principio.
Y lo que también he apreciado es que en las nacionalidades históricas se está poniendo de manifiesto que los ciudadanos cada vez están más cansados y que buscan en nuevas formaciones, o en formaciones que antaño eran minoritarias, otras formas de hace política.
Puede que si estuviesen en el gobierno harían lo mismo que los de ahora pero por lo menos se empieza a creer que hay que darles una oportunidad.
Cada vez creo menos en las mayorías absolutas.
Por un lado está bien porque en democracia se les puede quitar al cabo de cuatro años y así, depaso, se les vé de que pie cojean.
Por otro, es mejor que haya varios partidos en el gobierno para que así el ciudadano note si realmente se preocupan por nosotros o por sus propios intereses, pues tienen que llega a acuerdos que con mayoría suficiente no harían.
Estas elecciones catalanas tendrían que servir para que los partidos políticos mayoritarios dejen de mirarse al ombligo y miren más a los problemas sociales del Estado.
Que son muchos.