Revista Viajes
Si se ha ido a visitar el mercado de pescado de Tsukiji no es mala idea ir dando un paseo hasta los jardines de Hamarikyu, situados al borde de la bahía de Tokio. Su particular peculiaridad es que sus estanques se nutren de las aguas saladas de la bahía y albergan a muchas aves acuáticas que las utilizan como su balneario particular. En ellas es posible observar patos, cormoranes, gaviotas entre otras aves acuáticas.
Los jardines Hamarikyu nos recibieron con una primavera anticipada, una constante en este viaje que hemos efectuado por Japón. Algunos de los cerezos de los jardines ya se encontraban floreciendo y eran objeto de mucha atención por parte de los turistas, pero sobre todo por parte de los propios japoneses que contemplaban las flores con especial ensimismamiento. Y no es de extrañar, ya que debíamos estar a más de dieciséis grados de temperatura, que superamos ampliamente los dos días posteriores en Tokio. La entrada a los jardines cuesta 300 yenes, unos 2,5 euros por persona, y creo que merece la pena dar un paseo por ellos.
Un pequeño templo escondido en uno de los caminos sorprende al visitante, acompañado de su propio tori, en esta ocasión construido en hormigón. Esta zona está especialmente llena de cuervos que reposan escandalosamente en las ramas de los árboles, y además son enormes de tamaño, así que hay que tener especial cuidado si uno no quiere ser bautizado con una buena dosis de excrementos de cuervo.
En la parte de los jardines que dan a la bahía de Tokio es posible divisar el Puente del Rainbow - el puente Arcoiris-, el puente colgante que atraviesa el norte de la bahía y que sirve para cruzar a la isla artificial de Odaiba. También se divisa las torres de apartamentos del distrito de Tsukuda y del área Tsukishima. En esta zona de los jardines tiene parada los barcos turísticos que comunican la bahía de Tokio con la zona de Asakusa, la más tradicional y con el templo más importante de toda la ciudad.
Algunas construcciones tradicionales adornan los estanques de los jardines, y entre ellos la casa de te estaba especialmente concurrida. Había una larga cola para poder saborear un te verde cómodamente sentados en su tatami disfrutando de la paz y quietud que transmite este lugar.
Uno de los activos más potentes de los jardines de Hamarikyu es un pino negro plantado en el año 1709 nada más y nada menos, con lo que tiene más de trescientos años de vida. Con su longevidad sus ramas han ido creciendo desmesuradamente y la gravedad ha hecho mella en ellas, por lo que ha recibido cuidados especiales y sus ramas se han apuntalado con maderos. Resultaba complicado sacarle una fotografía y que cupiera entero, pero yo lo intenté.
Tras el paseo por los jardines de Hamarikyu regresamos dando un largo paseo a través de Ginza hasta llegar de nuevo a la estación de trenes de Tokio. A parte del vistoso y gran edificio que alberga la estación, los sótanos son un hervidero de pasajeros y gente cruzándose con más o menos prisas, pero también son una galería de restaurantes que venden su comida para llevar. Es uno de los mejores ejemplos de la variedad de la gastronomía japonesa, y todo empaquetado para llevar a casa y listo para consumir. Resulta complicado no dejarse tentar por todo lo que puede ofrecer al viajero, y tras un duro día de caminatas y exploración por Tokio, fue una tabla de salvación y de perdición para nosotros. De salvación porque nos facilitó llevarnos la comida a nuestro apartamento y poder despelotarnos cómodamente, y de perdición porque compramos de casi todo, una barbaridad de apetecible comida. Estas fotos son sólo un pequeño ejemplo de lo que te puedes encontrar, y además a precios muy razonables.
El edificio Marunouchi de la estación de Tokio fue construido en 1914, levantado en ladrillo rojo es muestra de orgullo para los tokiotas. Después de su restauración ahora también alberga el hotel Tokyo Station, un elegante hotel para carteras pudientes.
Posted in: Japón Enviar por correo electrónico Escribe un blog Compartir con Twitter Compartir con Facebook