Lo había prometido y aquí está. Vale que con, ejem, tres meses de retraso (no tengo perdón de Dior), pero aquí tienen ustedes cinco de las cosas que me enamoran de la capital nipona.
LAS IZAKAYAS. Para qué vamos a engañarnos: la mitad del tiempo que estuvimos en Tokio lo pasamos riendo, bebiendo y cerrando izakayas. En estas tascas a lo japonés abiertas hasta altas horas de la madrugada no hay que dejar de pedirse una rica (y barata) cerveza de barril y unas tapitas de su amplia carta. Eso sí, atentos los vegetarianos: estos japoneses tienen la mala costumbre de echarle bicho a todo lo que cocinan, con lo que podéis encontraros sobre el delicioso pincho de pimientos que despreocupadamente habíais pedido una capa bien consistente de láminas de atún. True story. ¿La que más frecuentamos en nuestra visita? Una tabernita de madera llamada Torikizoku (4-11-4 Roppongi, Minato-ku) en la que ya teníamos nuestro rinconcito prácticamente reservado.
Pero (increíblemente) no solo de especialidades japonesas vive el visitante… Parece que los habitantes de Tokio se pasan el día entero picoteando, y a cualquier hora puedes encontrar abierto algún restaurante de cualquier tipo de comida que se te ocurra. En Shibuya, sin ir más lejos, tenéis a vuestra disposición una pizzería de la cadena Sbarro (Hirazen Miyamasu Bldg 1F & 2F, 1-24-15 Shibuya), originaria de Brooklyn, en la que saciar vuestro hambre a altas horas de la madrugada con una porción de riquísima pizza.
Pero si queréis saber más sitios donde comer por poquito dinero en la capital nipona, no dejéis de pasaros por este artículo de María Pérez Suárez en El Viajero en EL PAÍS. Delicioso y barato… en Tokio.
LOS KARAOKES. Que sí. Que vaya tópico. Que todos queremos emular a Scarlett Johansonn y Bill Murray en Lost in Translation. Pues qué queréis que os diga… ¡Claro que sí! Encerrarte en una salita con tus amigos a destrozar a voz en grito casi cualquier canción que se te ocurra, sin olvidar jamás, como exigen los cánones, la clásica Bohemian Rhapshody mientras pides bebida y muchas veces comida (¿veis cómo los japoneses se pasan el día comiendo?) a placer, es de las experiencias más divertidas que me he echado a la cara… Por cierto, busco socios para montar algo parecido en Madrid. Socios capitalistas, claro está.
LAS TIENDAS DE MÚSICA. Lástima que no hubiera descubierto en condiciones al grupo japonés post-rockero Mono antes de mi visita a la capital nipona, porque en lugar de dejarme los cuartos en Amazon podría haberme hecho con su discografía en alguna de las tiendas de la cadena Disk Union, repartidas por barrios tan bulliciosos como Shibuya o Shinjuku. Nosotros visitamos la de Shimokitazawa (Setagaya-ku Kitazawa 1-40-7 Kashiwa 3rd Bldg.), el barrio de moda del momento, y servidora casi se queda a vivir en la sección de rock progresivo. Palabrita del Niño Jesús.
LAS COMPRAS. Ya que una no puede permitirse más que suspirar frente a los escaparates de Ginza y Omotesando, zonas donde las tiendas de Chanel, Prada y demás marcas de súper lujo crecen como setitas, el plan de acción es atravesar la marea de gente que atiborra la popular Takeshita-dōri y sus tiendas de curiosidades y ropa para los más jovencitos, hacer una (larga) parada en WEGO (6-5-3 Jingumae, Shibuya-ku), una tienda de segunda mano al final de la transitada calle y continuar hasta toparte con paraísos de las compras como Marc By Marc Jacobs (4-25-18 Jingumae Shibuya-ku), BAPE (4-21-5 Jingumae Shibuya-ku) o A.P.C. (5-47-13 Jingumae Shibuya-ku). Y, cómo no, perderse en Laforet, un centro comercial loquísimo en el que puedes encontrar desde una tienda de See By Chloé a una escuela de golf. Pero si lo que queréis es enteraros de dónde podéis hacer unas compras frikis de calidad, pasaros por el reportaje que de nuestro viaje hizo mi señor esposo en AlfaBetaJuega. Yo solo voy a decir dos palabras y dejar que mi tarjeta de crédito se eche a llorar: Nakano Broadway.
LAS PIJOTADAS VARIAS. Los máquinas expendedoras (sobre todo el café calentito que puedes comprar en ellas), los bebedizos de extraña raíz para evitar la resaca (funcionan, vaya si funcionan), los konbini abiertos 24 horas (qué rico el el sandwich de huevo del Family Mart al llegar a casa de madrugada), el mochi en cualquiera de sus encarnaciones, el umeshu (vaya lingotazos del delicioso licor de ciruela cuando ya estabas más que harto de cerveza), la cuarta planta del Don Quijote (jamás he visto un almacen con tanta chorrada por metro cuadrado), los calcetines de panda de Takeshita-dōri, las edamame de aperitivo, las máquinas súper locas de los salones recreativos…
Pero, lo que más, lo que más me gusta de Tokio es la gente que me ha enseñado todas estas cosas que os he contado en el post. Algunos siguen allí, otros se pasean por Madrid o por el frío Londres. Y cuando me acuerdo de esa marciana ciudad, lo primero que me viene a la mente son todos ellos. Susquierounmontón.
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