Revista Viajes
Nuestro cuarto día en Tokio, un lunes 15 de febrero día de mi cumpleaños para más señas, no había amanecido con un sol radiante precisamente. Si bien la mañana aguantó con nubes pero sin llover mientras acudíamos al mirador del edificio del Gobierno Metropolitano, ya al llegar a Shibuya comenzó a lloviznar ligeramente. Este distrito joven y animado siempre se ha relacionado con la cultura inconformista y pop de muchos jóvenes tokiotas. En él puedes encontrar multitud de restaurantes, tiendas, famosos grandes almacenes, cafés y un sin fin de cosas para hacer y para ver. Perdiéndonos por sus calles nos topamos con el edificio de Tower Records, un icono de Shibuya y líder de ventas de discos en todo Japón, y cómo no, el edificio Shibuya 109 que alberga en su interior un gran número de tiendas para mujeres, y donde las dependientas ya son un espectáculo por si mismas. Desde aquí se marca la tendencia de la moda que van a llevar los adolescentes japoneses, y en ocasiones, los del resto del mundo
Partiendo de las calles más amplias y céntricas dominadas por los grandes rótulos luminosos se bifurcan algunos pequeños ramales que forman las calles más estrechas y donde es difícil meter más comercios de los que ya existen. Caminar por ellas se hace más complicado, más aún en un día de lluvia con todos esos paraguas transparentes cruzándose a cientos. En ellas comenzamos a mirar algún lugar donde comer algo, y todo sin perder de vista los pisos superiores que albergan a la mayoría de los restaurantes en las zonas más comerciales.
Pero tanto mirar nos llevó a calles donde los comercios dejaban paso a hileras de restaurantes. Y en Japón nuestras teorías no iban a ser diferentes a las que aplicamos en el resto del mundo. Y éstas nos dictan que allá donde vieras gente, más aún si son locales, es donde debes entrar y probar su comida. Algunos restaurantes de estas calles, decorados de un modo más occidental, se encontraban medio vacíos mientras que otros que lucían sobradamente sus años de dar comidas estaban repletos de clientes. Y en uno de esos pudimos tomar un almuerzo formidable a base de un espectacular ramen, arroz frito y unas ricas gyoza, todo por 1.400 yenes cada uno, lo que viene a ser poco más de 8 euros. La prueba de que en Japón se puede comer muy bien por poco dinero.
Tras la estupenda comida tocaba cruzar por el paso de peatones más famoso del mundo, con el permiso de el paso de Abbey Road de los Beatles. Quizás fuera por la hora o quizás por el cielo nublado pero el famoso cruce de Shibuya nos decepcionó un poco. No se que esperábamos exáctamente, pero esperábamos más de él, y de hecho nos gustó mucho más el del cruce de Ginza. Generalmente todo el que pasa por el cruce de Shibuya intenta subir al Starbucks de la primera planta frente al cruce, y las colas que había para ordenar una bebida lo delataban. Otra novedad parece ser la del empleado controlando al que sube las escaleras para que lleve su consumición, al menos cuando estuvimos nosotros.
Y el otro objeto de deseo de los que vienen a Shibuya es hacerse una foto acariciando a la estatua del famoso perro Hachiko. Parece una tontería pero tras verlo tantas veces mientras preparábamos nuestro viaje a Japón y las visitas a los diferentes distritos de Tokio, nos hizo una ilusión enorme cuando, al fin, pudimos ver a Hachiko impertérrito frente a docenas de turistas haciendo cola para inmortalizarse con él. La historia de este perro fiel seguramente ya la sabréis si habéis leído algo de Tokio o, en su defecto, visto alguna de las películas que llevaron al cine con sus historia, pero por si acaso la resumo. Resulta que este perro acudió todos los días a la estación de Shibuya durante nueve años a recibir a su dueño como siempre hacía, a pesar de que éste ya había muerto de un paro cardíaco. Gracias a eso se convirtió en símbolo de fidelidad en todo el mundo. Pero últimamente, dicen las malas lenguas que el perro no acudía por fidelidad sino porque el dueño le llevaba unos pinchos de pollo que era su comida favorita. Yo me prefiero quedar con la versión romántica.
Y una alternativa. Si el Starbucks está petado de gente, justo en frente está el puente que une la estación de trenes y el metro, y desde ahí es posible contemplar vistas panorámicas del cruce de Shibuya desde las alturas y de la estatua de Hachiko.
Tras el paso por Shibuya tomamos el tren, la línea yamanote hasta la estación de Hamamatsucho, y llegamos a otro de los iconos de la ciudad de Tokio. La Tokyo Tower, pintada en unos atractivos colores rojo y blanco, es sin duda uno de los símbolos que identifican a la capital del Japón, visible desde numerosos puntos de la ciudad. Nuestra intención era ver la torre de cerca pero en ningún momento tuvimos la intención de pagar por acceder a sus miradores, aunque si que pudimos acceder a las dos primeras plantas ocupadas por la cafetería, tiendas de souvenir y artículos varios, y también por una extensa exposición de fotografías que ilustran la construcción de la torre y que son muy interesantes, sobre todo porque se puede apreciar como era aquel Tokio de la post guerra.
Cercano a la Tokyo Tower se encuentra el enorme templo de Zojoji, muy fácil de encontrar a muy poca distancia de famosa torre. El templo viene heredado del siglo XIV pero tras numerosos desperfectos y derrumbes en terremotos, tifones, incendios e incluso las bombas de la Segunda Guerra Mundial, hoy en día lo que pudimos ver es el resultado de las diferentes reconstrucciones.
Al templo Zojoji se accede por una enorme puerta roja de más de veinte metros de altura. Ha llegado hasta nuestros días en estado original desde que se construyó en el siglo XVII y es la mejor antesala al templo budista.
La imagen más inquietante del templo Zojoji no la representa el propio templo en si ni los edificios auxiliares. Un conjunto de decenas -o quizás centenares- de pequeñas estatuas con apariencia de niños pequeños sorprende al que visita el lugar. Casi todas estaban ataviadas con gorros de lana y bufandas y portaban molinillos de viento que giraban al unísono aquella desapacible tarde. Representan a los niños muertos antes de nacer y cada una de las pequeñas estatuas tiene el nombre del niño escrito en la espalda. Los padres dejan en ocasiones juguetes a sus pies, o los visten con abrigos cuando hace frío, o simplemente les ponen flores. Resulta perturbador.
Aunque en un principio no lo teníamos previsto, aprovechando que había dejado de llover decidimos ir paseando hasta otro de los distritos de moda de Tokio. Roppongi se ha convertido en los últimos años en el distrito de la movida nocturna. Muchos clubes y discotecas abren sus puertas en esta zona hasta altas horas de la madrugada, aprovechando que esta zona es la elegida para residir por muchos de los expatriados occidentales que trabajan en Tokio. La zona central de Roppongi es la que más llama la atención, en parte debido a sus grandes rótulos luminosos al estilo del distrito de Shinjuku. Por supuesto no pueden faltar los apreciados karaokes.
El Hard Rock Cafe en Roppongi
Roppongi Hills es una de las partes más nueva de la zona. Un conjunto de modernas torres que albergan centros comerciales, restaurantes, cines, Museo de Arte Mori dedicado al arte contemporáneo, tiendas de moda... La torre Mori ofrece buenas vistas desde su mirador panorámico, pero a diferencia de el del Gobierno Metropolitano aquí hay que pagar unos 1.800 yenes por cabeza. Decidimos no subir porque, entre otros motivos, la noche tampoco acompañaba demasiado para disfrutar de unas vistas al aire libre y a más de 200 metros de altura.
Y tras disfrutar de un día intenso, pero también muy agotador, pensamos que sería mejor comprar algunas cosas para comer y regresar a nuestro apartamento en Shinjuku para disfrutar de ella tranquilamente, y así poder preparar las visitas de día siguiente.Y para ello no hay nada mejor que los sótanos de las estaciones de tren o metro, como la de Roppngi, donde había gran variedad de sushi, sashimi, nigiri, gyozas, ensaladas....y ya de paso unos mojitos para dejar descansar el paladar de tanto sake.
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