Batalla de San Marcial (1813) Autor: Augusto Ferrer-Dalmau
Con la sublevación del 2 de mayo de 1808 en Madrid
comenzaba una guerra donde los españoles, sus nuevas instituciones de gobierno
y las Fuerzas Armadas, librarían una lucha desigual frente a un enemigo muy
superior que en ese momento era el amo y señor de prácticamente toda Europa, la
Francia del Emperador Napoleón Bonaparte. La relación de fuerzas iniciales era
dramática y el ejército francés al mando del mariscal Murat, cuñado del
emperador y responsable de la represión del levantamiento patriótico en Madrid,
prevé una corta campaña victoriosa. Sin embargo, la realidad será muy diferente
a esos planes iniciales, ya que, rechazados los franceses en el Bruc y Zaragoza
a continuación son completamente derrotados en una batalla campal en Bailén,
donde el general Dupont y sus tropas, incluidas unidades de la mismísima
Guardia Imperial, deben rendirse al general español Castaños. Era el 19 de
julio de 1808.
El enfado del emperador fue colosal, se traslada
personalmente con el grueso de su ejército el Grand Armée a España y en
menos de un mes de campaña recupera la capital. Confiado en que ahora sus
mariscales terminarán la guerra se retira a Europa. Nada más lejos de la
realidad, pese a victorias francesas como Coruña o Talavera, las tropas
regulares españolas, coaligadas con portugueses y británicos, las guerrillas y
los costosos asedios fueron minando la moral y las tropas del Ejército de
ocupación, hasta tal punto que Napoleón calificará a España como úlcera, por la
cantidad de bajas anuales. Su derrota, primero en Rusia en 1812 y luego en la
campaña de Alemania de 1813 permiten a los hispano-británicos pasar a la
ofensiva, la victoria en Arapiles abre la puerta de la Capital y la sucesión de
derrotas francesas en Vitoria, San Sebastián y San Marcial firman la conclusión
de la guerra en la Península.
Sin embargo, esto no es del todo correcto. Si bien
es cierto que las operaciones de Lord Wellington y sus soldados británicos en
España concluían, tras el saqueo de San Sebastián, no sucedía lo mismo para las
tropas españolas. Por un lado quedaban algunas guarniciones francesas aisladas
en la zona Norte, como Santoña, que no se rendiría hasta 1814, por otro lado
Cataluña seguía ocupada por las tropas imperiales al mando del mariscal Suchet
que retenían en su poder diversas localidades desde Tortosa a Figueras, ciudad
condal incluida.
Los británicos decidieron invadir el Sur de Francia
donde el mariscal Soult intentaba oponer resistencia para salvar a un imperio
que se tambaleaba, asediado en todas sus fronteras. En su empresa el general
inglés contaría, como durante toda la guerra, con una ayuda inestimable, tropas
regulares del Ejército español, las mismas que ya habían derrotado a los
imperiales en Bailén y San Marcial. Ahora les tocaba devolver la visita a los
franceses, casi seis años después, y llevar la guerra a su propio territorio.
Las operaciones comenzaron en febrero de 1814. El
mariscal Soult despliega sus efectivos entre Bayona y San Juan Pie de Puerto,
pero los regimientos más veteranos han tenido que ser enviados al Norte a
defender París, teniendo que recurrir para equilibrar sus tropas con soldados
bisoños de reciente reclutamiento, por su parte el Ejército aliado está formado
por los británicos y una división portuguesa, junto a ellas el 4º Ejército de Galicia del general Manuel Freire de Andrade, el vencedor de San Marcial y
cuyas unidades fueron las primeras españolas en rebasar la frontera francesa,
en concreto el Batallón de Marina de Ferrol, actual Tercio Norte de Infantería
de Marina, y la 1ª División española encuadrada en el ejército de Wellington,
al mando del general Pablo Morillo, el cual años después, siendo capitán
general de Venezuela, derrotaría a Simón
Bolivar en la batalla de la Puerta, obligándole a firmar un Tratado que
terminaba con la “Guerra a muerte”, una costumbre bolivariana de fusilar a
cuanto español cayese en sus manos, enfermos y heridos incluidos.
El plan de campaña era sencillo, ahora se trataba de
vencer a las tropas francesas en su propio territorio y derrocar
definitivamente a Napoleón Bonaparte, terminando con sus sueños de gloria de
dominar Europa entera. El primer objetivo Bayona.
La toma de esta ciudad se presentaba una tarea
bastante complicada. Las primeras operaciones de las tropas españolas, a las
que se sumaron las del general Espoz y Mina desde Navarra consistieron en
embolsar a los franceses en San Juan Pie de Puerto. El general Morillo
derrotaba a las tropas enemigas en esa zona, las cuales tenían que replegarse,
quemando tras de sí todos los puentes para evitar ser alcanzados, fijando una
débil línea de defensa entre Bayona y Orthez, protegidos tras el río Gave.
Pero el problema fundamental era cruzar el río Adur,
muy ancho en la zona de Bayona y defendido por obras de fortificación y
baterías de artillería. En ese punto fueron desplegadas las divisiones del 4º
Ejército de Galicia que colaboraron con varios ataques a favorecer el cruce del
río por las tropas británicas, tras varios intentos y múltiples dificultades se
consiguió tender un puente para que los soldados aliados continuasen su avance.
Los anglo-portugueses derrotaban al mariscal Soult en Orthez, donde las tropas
francesas abandonaron el campo en una auténtica desbandada general. En esta
batalla resultaba herido, por el rebote de una bala, el general británico lord
Wellington, el cual se encontraba en ese preciso instante hablando con el
general Álava “herido este poco antes, no de gravedad, pero en parte
sensible y blanda que siempre provoca a risa” como magistralmente escribió
en conde de Toreno en su Historia del levantamiento, guerra y revolución de
España.
El Imperio napoleónico vivía sus últimos días, en
ciertas localidades se proclamaba la vuelta de los borbones, en esas
circunstancias se presentaba en al campamento aliado el duque de Angulema,
partidario de la vuelta de Luis XVIII, quien intentó negociar un acuerdo con
Wellington. Burdeos pasaba al campo realista y se entregaba a los aliados sin
disparar un solo tiro. En un acto desesperado Napoleón, que había devuelto la
corona a Fernando VII por el tratado de Valençay, permitía su regreso a España,
con el vano deseo de apartar a los españoles de la guerra.
Las tropas continuaron su camino en la invasión de
Francia. La 2ª División del general Carlos de España, tras cruzar el río Adur
colaboró en el cerco de Bayona, mientras el grueso de las unidades españolas
perseguían a los franceses en retirada, Soult llevaba tres días de ventaja en
un repliegue desesperado sobre la
localidad de Tolosa, para acelerar la marcha dejaba por el camino, bagajes,
pertrechos y diversos carros que ralentizaban el avance de sus soldados. A
finales de marzo de 1814 ambos ejércitos se encontraron definitivamente en la
ciudad francesa de Tolosa, antigua capital del primer reino de los visigodos.
La Francia imperial estaba derrotada, el 31 de ese mismo mes los aliados
ocupaban París. Así que Soult se dispuso a librar su última batalla, sabiendo
que ya no le quedaba más territorio
sobre el cual poder retirarse, para colmo de males el Emperador era obligado a
abdicar por sus mariscales a principios de abril.
Durante diez días ambos ejércitos se fueron
tanteando y realizaron los preparativos para el combate definitivo. El francés
fortificando a toda prisa la ciudad y esperando que el río Garona fuese un
obstáculo lo suficientemente importante para los aliados, mientras estos, al
mando del duque de Wellington, se desplegaban en torno a la ciudad intentando
ocupar las zonas más favorables para el asalto final, junto a los británicos
las tropas españolas del 4ª de Galicia al mando del general Feire, con el ánimo
de desquitarse de tantos años de lucha en su propio país.
Eran las 7 de la mañana de una fría mañana del 10
abril de 1814. Comenzaba el último acto de una guerra que había comenzado seis
años antes cuando las tropas del emperador invadían España.
Los franceses ocupaban las alturas alrededor de
Tolosa, disfrutando de una mejor posición para el combate, los españoles
realizarían un ataque frontal al centro y ala izquierda, mientras los
británicos harían lo propio en la derecha. En esta época los ejércitos se
desplegaban en línea, banderas al viento y uniformes de colores que destacasen
de forma clara, especialmente la infantería, azul para los franceses, rojo los
británicos y blanco los españoles, aunque estos con el paso de la guerra habían
adoptado otros colores. Había que avanzar soportando el fuego de los cañones
enemigos hasta una distancia de poco más de 150 metros, el alcance efectivo de
los fusiles de la época apenas era mayor que esa y solamente los de mejor
manufactura.
Las tropas españolas, bayoneta calada, oficiales al
frente, con la música de los tambores y pífanos para marcar el paso, las
banderas bien desplegadas y visibles para el enemigo, desafiantes, marchando
cuesta arriba, en silencio y sin griterío, solamente el lamento de los heridos,
fueron avanzando a paso firme y decidido desalojando a los franceses de sus
posiciones, teniendo estos que buscar refugio en los reductos fortificados.
Después de esta marcha y mientras volaba la metralla, estallaban las granadas y
todo el campo era cruzado por disparos de la fusilería francesa los batallones
españoles con su general, don Manuel Freire al frente, avanzaron sobre los
reductos franceses a buen paso, sin devolver el fuego, manteniendo la formación
hasta alcanzar las obras exteriores de las fortificaciones. En ese momento una
descarga cerrada de fusilería francesa, casi a quemarropa, hizo vacilar el
flanco español. Se ordenó que avanzase
la brigada de reserva.
La llegada de refuerzos hizo que se estabilizase
momentáneamente la situación, pero a costa de una batalla encarnizada, cargas
de caballería y sostenido fuego de fusilería y la artillería francesa que
diezmaba las filas españolas. Allí dejaría la vida el coronel de los húsares de
Cantabria, don Leonardo de Sicilia, que con sus jinetes cargó varias veces
contra el enemigo para cubrir a su infantería que no eran otros que los
soldados del regimiento de tiradores de Cantabria, los cuales solamente se
replegaron cuando recibieron una orden directa del mismo Wellington, dispuestos
ellos solos a resistir en ese flanco cualquier ataque francés, al precio que
fuese y sin ceder un palmo. Al mando del regimiento de la Corona también
quedaba en el campo de batalla el coronel don Francisco Balanzat, varios jefes y oficiales dieron su vida para
mantener ese ala, siendo muchos otros heridos, pero sin dejar de animar a sus
tropas, manteniendo su moral y mostrándose en los lugares más expuestos del
combate, y el primero de todos ellos el mismo general Don Manuel Freire, dando
ejemplo del comportamiento de los oficiales españoles.
Esta acción permitió que los ingleses alcanzaran sus
objetivos, los franceses flaquearon en ese momento y las divisiones españolas
ya rehechas continuaron con su avance tomando los baluartes enemigos. Por su
parte los soldados de la brigada del general Morillo alcanzaban las afueras de
la ciudad, obligando a sus defensores a replegarse al interior de las murallas.
1.983 españoles dejaron su vida en la batalla de Tolosa.
En la noche del 11 al 12 de abril evacuaban la
ciudad las tropas de Soult que se retiraban hacia Carcasona, abandonaba
heridos, artillería y los carros más pesados. Todo era inútil, Napoleón había
abdicado, París estaba ocupada y en España las pocas tropas francesas que
quedaban estaban cercadas. La guarnición de Barcelona intentó por dos veces
romper el asedio siendo rechazada, finalmente Suchet con los pocos hombres que
le quedaban evacuaba Cataluña rumbo a Narbona, dejando a su suerte a las
unidades francesas de Barcelona, Peñíscola o Figueras, las cuales aisladas
tuvieron que capitular. Una semana después ambos mariscales se rendían a los
aliados.
Poco después el rey Fernando VII crearía como
reconocimiento a esta batalla la “Corbata azul de Tolosa” que fue concedida a
las unidades que tomaron parte en este combate que significaba el final de la
Guerra de la Independencia. Actualmente el
lema del Tercio del Norte de Infantería de Marina, ganado en esa batalla
contra los franceses, se puede encontrar en su escudo: "Valor y Disciplina"
El heroísmo, sufrimiento, actitud y comportamiento
que mostraron las tropas españolas durante toda la Guerra de Independencia
española, una verdadera Nación en armas que se alistó para defender a su patria
y a su rey de la invasión de una potencia extranjera, es y ha sido ampliamente
reconocido, tanto a nivel nacional como internacional, probablemente quien
mejor lo haya expresado fuese Sir Arthur Wellesley, I Duque de Wellington y
Grande de España:
“¡Guerreros del mundo civilizado!:
Aprended a serlo del Cuarto Ejército Español,
formado por soldados gallegos que tengo la dicha de mandar; cada soldado de él
merece con más justo motivo que yo el bastón que empuño; el terror, la muerte,
la arrogancia y la serenidad, de todo disponen a su antojo.
Dos divisiones inglesas fueron testigo de este
original y singularísimo combate, sin ayudarlos en cosa alguna, para que
llevasen ellos solos una gloria que no tiene parangón en los anales de la
historia.
¡Españoles!:
Dedicaos todos a imitar a los inimitables
gallegos.
Distinguidos sean hasta el fin de los siglos por
haber llevado su denuedo y bizarría a donde solo ellos mismos se podrán
exceder, si acaso ello es posible.
¡Nación Española!:
Premia a la sangre vertida de tantos cides
victoriosos. Dieciocho mil enemigos, con numerosa artillería, desaparecieron
como el humo, para que no os ofendan jamás.
Franceses!:
Huid pues, o pedid que os dictemos las leyes,
porque el 4º ejercito va detrás de vuestros caudillos."
Lesaca, 3 de septiembre de
1813.
3 días después de la
victoria española en San Marcial
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