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Como Tolstoy era ruso, y a mí me gustan mucho los tópicos, diré que Lev Nikolaevich era como una muñeca rusa. La primera imagen que muchos teníamos de él cuando lo leímos por primera vez era la de un gran escritor, un aristócrata, una persona sobria, sosegada, que medía sus palabras, y que no podía ser más diferente del otro grande de las letras rusas, aquel ludópata atormentado, deportado a Siberia en sus ratos libres, y siempre con el agua al cuello.En cuanto una abre la primera muñeca y profundiza un poco más en sus obras, se encuentra con un entrañable abuelete, un hombre que renegaba de su clase social, se vestía de campesino y dedicaba casi la segunda mitad de su vida a predicar el amor universal y escribir obras un tanto ñoñas.Abrimos otra muñeca y nos encontramos con un hombre que cargó con el inmenso trauma de no recordar a su madre y no haber visto jamás su retrato; que creció atormentado por su fealdad y por su naturaleza pecadora, que sólo salía del burdel para sentarse a la mesa de juego, que anotaba en su diario, con una estilo de desganada lírica, su primera experiencia, "vil y repulsiva", de sexo anal; y que, antes de casarse con Sofía Bers, la obliga a leer dicho diario, un truculento juego que los dos mantendrían por el resto de sus días.Pero hay más. La siguiente muñeca nos muestra a un hombre que reniega no sólo de su clase social, sino también de la iglesia ortodoxa; que niega la divinidad de Cristo a la vez que dedica todos sus esfuerzos a conducir a la humanidad a la senda de la verdadera fe cristiana; y un hombre que probablemente nunca se dio cuenta de hasta qué punto cambió el mundo.
Lugar donde está enterrado Tolstoy. Quizá también la ramita verde.
De su infancia, hay una conocida anécdota que ha pasado a la historia de la literatura. Fue el día en que su hermano mayor Nikolai le reveló a sus hermanos Serguei, Dimitri, al pequeño Lev, de cinco años, y a Maria, de tres, que había descubierto el secreto por el que toda la humanidad podría ser feliz. No habría más guerra ni más enfermedades, todo el mundo sería feliz y se amarían los unos a los otros. A partir de dicha revelación, los hermanos fundaron la Hermandad de las Hormigas (Nikolai, probablemente, había oído hablar de la Hermandad Moravia, y había confundido esa palabra con "muravey", "hormiga" en ruso) y, aunque Nikolai nunca les reveló más detalles de aquel prodigioso descubrimiento, sí les dijo que lo había escrito todo en una ramita verde que había enterrado cerca de un pequeño barranco en Yasnaya Polyana. Añós más tarde, Tolstoy pidió ser enterrado en el mismo lugar que esa ramita verde.
Los autores de Sovremennik (El Contemporáneo): busca al intruso
Tolstoy siempre se sintió raro, diferente, aislado del resto del mundo, aunque quizá no tuvo conciencia de ese aislamiento hasta el día en que, a la edad de 19 años, completamente solo por primera vez en su vida, ingresado en una clínica para enfermedades venéreas en Kazan, escribió en su diario: "hace 6 días que me ingresaron. He cogido la gonorrea, donde se suele coger".Nuestro amigo cultivó ese aislamiento, y a veces es difícil saber hasta qué punto era sincero en sus valoraciones, o era simplemente impostura. En cuanto se hubo dado a conocer como escritor, no tardó en hacer saber a quien quisiera escucharlo que Shakespeare era un petardo o que Tyutchev era un poeta incomparablemente más profundo que Pushkin. En sus últimos años, todavía dedicó tres años de esfuerzos y lecturas para escribir Shakespeare y el teatro, una desquiciada lectura del bardo que al señor Wilson le produce vergüenza ajena.En la extraordinaria foto que veis arriba, se aprecia perfectamente cómo a nuestro amigo le gustaba dar la nota. ¿Cómo? ¿Que nos van a hacer una foto de "grupo de escritores"? Pues espera que me ponga el uniforme. Pero es que, para más inri, el joven conde en realidad prefería la compañía de siervos y criados a la de sus propios oficiales, que de hecho le provacaban un firme rechazo, cuando no asco, y a los que era capaz de zurrar de lo lindo en sus ataques de ira.Se alistó en el ejército en parte para enmendar su disipada vida y en parte para acumular experiencias, dado que acababa de escribir La Historia de Ayer, una especie de extensión o ramificación de sus diarios. Fue en el ejército donde empezó a agudizarse su cuestionamiento del cristianismo como lo conocemos, al ver a los sacerdotes rociar a los soldados con agua bendita al tiempo que los arengaban a matar infieles. Así, un buen día de marzo de 1855 se sintió inspirado por una gran idea, la idea de "una nueva religión...la religión de Cristo, pero purgada de creencias y misticismo, una religión práctica, que no prometa la felicidad futura, sino que ofrezca la felicidad en la tierra".
Oye, Antón, ¿tú te has follado a muchas putas?
Como no podía ser de otra manera, la vida de nuestro autor está jalada de caminos cruzados e históricos encuentros literarios. Qué maravilla imaginar a Tolstoy, en Londres, escuchando arrebatado a Dickens en una de sus lecturas públicas de Cuento de Navidad. O su relación con Turgueniev, con el que estuvo en un tris de batirse en duelo. La verdad es que lo de Tolstoy con Turgueniev venía de lejos: en 1833 la madre de Turguéniev, aquella señora que aterrorizaba a Ivancito y le daba una paliza por cualquier nimiedad, tuvo una hija ilegítima con el Dr. Bers, futuro suegro de Lev Nikolaevich. Por no hablar de la relación, que de hecho nunca llegó muy lejos, de Turgueniev con la hermana de Tolstoy, Maria.Curioso, también, el modo en que Pasternak se cruzó en su camino. El artista Leonid Pasternak fue a Yasnaya Polyana, acompañado de su hijo Boris, a hacer bocetos del cuerpo amortajado de Tolstoy.Los encuentros con Chéjov o Gorki están bien documentados. Incluso demasiado bien. Nos cuenta Gorki que Lev Nikolaevich, jugando el papel de veterano de mil guerras y de vuelta de todo, le habló de esta guisa al doctor Chéjov: "y dígame, Antón Pavlovich, usted, de joven, ¿se folló a muchas putas?". Ante el comprensible estupor de su interlocutor, Tolstoy prosiguió: "yo sí, yo fui un follador infatigable." Eso después de elogiar sus relatos, y aconsejarle que olvidara el teatro.Pero el encuentro que de verdad habría electrizado la historia de la literatura fue aquél que nunca se produjo.
El Monasterio de Optina
Parecería como si Tolstoy y Dostoyevski se hubieran pasado la vida mirándose de reojo, vigilando los movimientos el uno del otro, demasiado cautos para dirigirse la palabra. Sus caminos paralelos, sin embargo, harían de 1866 uno de los años más fecundos de la historia de la literatura, cuando la revista Russkii Vestnik fue publicando, de manera alterna, los sucesivos capítulos y volúmenes de Crimen y Castigo y Guerra y Paz, que a la sazón llevaba el título de 1805.Años más tarde, en 1878, los dos visitaron de manera casi simultánea el monasterio de Optina, al que desde hacía algunos años acudían casi en masa los fieles en busca de respuesta a sus dilemas vitales como los griegos se dirigían al oráculo de Delfos. Dostoyevski, devastado por la reciente muerte de su hijo Aleksei, acudió allí en busca de consuelo espiritual y halló, en el padre Ambrosio, inspiración para el personaje del padre Zósima de Los Hermanos Karamazov. Por su parte, Tolstoy fue al monasterio movido más bien por sus inquietudes religioso-intelectuales. En los últimos años, el monasterio de Optina se había ido inclinando hacia una lectura de los evangelios más cercana a lo que buscaba Lev Nikolaevich: se entendía el cristianismo no simplemente como un acto de adhesión a una fe, sino como una inacabable andadura espiritual que exigía completo sacrificio por parte del creyente.
Abuelito, dime tú
Desde siempre, Tolstoy se había sentido atraído y había recibido con los brazos abiertos la influencia del pensamiento de hombres como Voltaire y Rousseau, nombre este último peligrosamente asociado a la revolución. El humanismo y el racionalismo habían arraigado con fuerza en nuestro autor, sin desalojar en ningún momento su religiosidad. Y naturalmente, un humanista como él no podía permanecer callado mucho tiempo ante el autoritarismo del zar y la crueldad con que trataba a sus súbditos. Algunos episodios marcaron a Tolstoy de por vida y situaron al señor conde en la senda de la revolución y el anarquismo. Por mencionar sólo tres, en el ejército tuvo ocasión de asistir a los crueles castigos que se infligía a los soldados que cometían una falta. Además, en el viaje que hizo a Francia no se le ocurrió otra cosa mejor que asistir a un guillotinamiento.
Y el tercer episodio tuvo lugar unos pocos años antes de que naciera Leoncito, y fue el levantamiento de los decembristas de 1825 contra el que iba a ser coronado nuevo zar, Nicolás I. La historia de esta revuelta, apagada de forma cruel por el nuevo zar, y que acabó con la ejecución de los líderes y con centenares de oficiales de origen aristocrático enviados a Siberia acompañados, de manera voluntaria, por sus esposas, entró a formar parte de la memoria colectiva del país, y se volvió una pesadilla para el zarismo hasta el fin de sus días. Tolstoy tenía la firme decisión de escribir una novela titulada Los Decembristas, pero pensaba que para entender bien la revuelta tenía que remontarse antes a la invasión napoleónica de 1812. Los Decembristas pasó a la historia de las novelas no escritas. En su lugar, nacieron Guerra y Paz y un profeta de la revolución...
Carta de Tolstoy a Gandhi, fechada el 8 de mayo de 1910
...muy a su pesar. Porque si bien es cierto que Tolstoy preconizaba que la propiedad privada era un robo, también tomaba al pie de la letra las palabras de Cristo sobre la otra mejilla. Tolstoy creía que cualquier forma de gobierno era perversa y que la única alternativa justa era la anarquía. Pero era demasiado inteligente para no darse cuenta de que si los hombres buenos renuncian al poder, lo tomarán los malos. Tolstoy se convirtió en el catalizador del descontento del pueblo precisamente porque no se aliaba con nadie y porque no proponía un camino alternativo. Se le daba muy bien criticar lo que estaba mal, pero era incapaz de señalar qué rumbo tomar. Nos dice Wilson que, a pesar de que Lenin sabía que el pueblo ruso nunca optaría por una revolución violenta, y mucho menos marxista, cada vez más se respiraban aires de cambio, se sentía que las cosas no podían seguir mucho tiempo como estaban. Pero como le sucede a todo buen profeta, los mensajes de desobediencia civil y, sobre todo, de resistencia pacífica de Tolstoy fueron a calar muy lejos de su propia tierra, concretamente treinta años más tarde en la India, vía Sudáfrica, país este último donde un joven Gandhi leía arrebatado El Reino de Dios está en Vosotros y establecía con Lev Nikolaevich una relación de mutua admiración.
A ver qué escribes
Como suele sucederme con los buenos libros de historia y biografías, me veo incapaz de hacer una reseña que haga justicia a lo que acabo de leer, sin resumir todas y cada una de sus páginas. Podría hablar de Chertkov, escritor que había de convertirse en secretario de Lev Nikolaevich y su más adepto seguidor, hasta el punto de que se dice de él que fue más tolstoyano que el propio Tolstoy. Tan estrecha fue su relación que en los últimos años de nuestro autor, una enloquecida y paranoica Sofia Tolstoy sospechaba que su marido, además de conspirar contra ella y contra su proyecto de recoger sus obras completas, se la pegaba con el secretario.
Quod est veritas?
Podría hablar también de su no especialmente idílica vida matrimonial, aunque esa historia es bien conocida, dado que pocos matrimonios han tenido una relación tan pública como los Tolstoy.Podría tomar uno de los múltiples senderos que ofrece la vida del conde y profundizar en la historia del retrato de Nikolai Ge Quod est veritas, que muestra a Cristo frente a Pilatos y se convirtió en un provocador icono antigubernamental, y cómo dicha historia se entrelaza con la posterior excomunión de Tolstoy, y cómo fue la reacción del pueblo ante dicha excomunión.Podría adentrarme en otro de esos senderos, el de los Dujobory y su fascinante historia, y cómo Tolstoy les entregó los derechos de Resurrección para que pudieran reunir fondos y emigrar a Canadá.Podría recordar sus últimos días, intentado esconderse del mundo en la casa del jefe de estación de Astapovo, con su mujer Sofia andén arriba andén abajo y el moribundo Lev Nikolaevich negándose a que lo visite, mientras reporteros de medio mundo hacían arder los telégrafos.Podría, por último, detenerme a hablar de la lectura que hace Wilson de las obras de Tolstoy, cómo reivindica Resurrección como una gran novela, cómo nos demuestra el modo en que, de modo más acusado que en otros autores, nuestro autor se reinventaba continuamente en sus libros a la vez que no dejaba de anticiparse a su propia historia. Porque, por muy interesante y jugosa que sea la vida de Tolstoy, lo verdaderamente interesante en este libro es la historia de la gestación y el análisis de las tres grandes entre sus grandes obras, Guerra, Ana y Resurrección.Podría incluso volver a leérmelo enterito.
Entierro de Lev Nikolaevich Tolstoy
Tenemos fotos y entrevistas de Faulkner, Borges, Nabokov, Mann... Pero ver a Tolstoy en fotos y, sobre todo, en películas nos produce una emoción especial. ¿Por qué? Quizá porque con él terminó el siglo XIX. Porque, diga lo que diga la cronología, Tolstoy pertenece a otra época, una época en la que no había cámaras. La época de Cervantes, Shakespeare o Goethe.