Revista Cultura y Ocio
No me gustan los “encuentros abiertos” con las personalidades públicas; tampoco resisto las ruedas de prensa multitudinarias. En las dos modalidades la presunta conversación se vuelve incontrolable y las intervenciones del público (o de los periodistas) fluctúan entre las preguntas inverosímiles o las peticiones absurdas (hay programas de televisión que aprovechan para montar el espectáculo que precisan a costa del trabajo de los demás) y las reflexiones y opiniones que no importan a nadie, en realidad. Tampoco me siento cómodo en esas entrevistas de promoción que apenas duran diez minutos ni en esos denominados junketts en los que nos reúnen a cuatro, cinco o más en un tiempo habitualmente corto. Creo que deberíamos rebelarnos contra estas nuevas costumbres. Pero eso es harina de otro costal. Volviendo a esas reuniones multitudinarias, sean o no con profesionales de la información, exagero, naturalmente, porque hay preguntas pertinentes, ajustadas e interesantes. Las ha habido esta mañana, por supuesto, en el encuentro que ha mantenido Tom Stoppard, uno de los grandes del teatro internacional, en el María Guerrero. Ha sido el suyo un discurso un poco caótico, pero repasando las notas he visto que ha dejado varias perlas que revelan que es un hombre de una extraordinaria inteligencia. Ha sabido salir con educación, elegancia y habilidad de cuestiones que hubieran supuesto un laberinto para él, y ha dejado bien claro que la labor del autor de teatro es hacer y hacerse preguntas constantemente. Me lo han dicho muchos autores, directores y actores, y es algo que tenemos que aprender. Hace tiempo que pasó de moda adoctrinar desde el escenario; no hay que educar al público, hay que abrirle las orejas, sacudirle para que no se adormezca en la butaca... Pero sin molestarle, sin que ese zarandeo resulte doloroso. El teatro -cualquier forma de teatro- ha de ser lluvia fina que vaya calando en los espectadores... Y Tom Stoppard ha puesto hoy en el María Guerrero varios puntos sobre las íes de esa manera: con una firme delicadeza.