Nos encontramos sin duda ante un dilema apasionante que se nos presenta a cada paso que damos por la vida sin importar nuestra edad, conocimientos, experiencias o creencias. En prácticamente todas las circunstancias de la vida nos encontramos ante la difícil situación de elegir entre ir hacia adelante, o bien por el contrario, refrenar nuestro ímpetu y repensar las cosas un poco mejor.
Seguramente todos quisiéramos tener una bola de cristal que mágicamente nos mostrara el resultado de nuestras decisiones sin embargo, como es imposible, no queda más que confiar en nuestra intuición y tomar acción esperando lo mejor.
Tratando de encontrar una guía que permita tomar las mejores decisiones, no se me ocurrió un camino mejor que comenzar por conocer la definición concreta de los términos implicados; Confianza y Prudencia.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos dice:
Confianza:
- Esperanza firme que se tiene de alguien o algo.
- Seguridad que alguien tiene en sí mismo.
- Presunción y vana opinión de sí mismo.
- Ánimo, aliento, vigor para obrar.
De estas definiciones me quedo con la número cuatro.
Ánimo, aliento y vigor para obrar. Nos da la idea de una fuerza interna que ponemos en marcha para alcanzar un objetivo.
Ahora bien, para que ésta fuerza se albergue en nuestro interior y pueda manifestarse positivamente, es indispensable que cuente con una base lo más objetiva que sea posible, es decir, hay que conocer aquello en lo que pretendemos depositar nuestra confianza ya sea que se trate de una persona o un proyecto de vida.
He aquí nuestra primera clave. Conocer aquello en lo que pretendemos depositar nuestra confianza.
De vuelta al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española encontramos nuestra segunda definición:
Prudencia:
- Templanza, cautela, moderación.
- Sensatez, buen juicio.
- En el cristianismo, una de las cuatro virtudes cardinales, que consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello.
La prudencia entonces nos invita a sopesar detenidamente lo positivo y lo negativo de cada situación, de cada oportunidad y de cada persona con las que nos encontramos para saber si continuamos por ese camino o bien, modificamos en alguna medida nuestro actuar o de plano, dar marcha atrás.
Podremos decir entonces que nuestra segunda clave es; Evaluar con calma las ventajas y desventajas de hacer o no hacer.
Cuando juntamos ambos términos tenemos entonces que para resolver adecuadamente las distintas situaciones en las que nos podamos encontrar, debemos con base en aquello que sí conocemos, discernir objetivamente los pros y contras de las posibles decisiones a nuestro alcance, que normalmente se limitan a; continuar como vamos, continuar con algún cambio o detenernos y tomar un rumbo diferente.
Visto de esta forma pareciera ser algo tan complicado entonces, ¿por qué nos cuesta tanto trabajo tomar buenas decisiones?
Pues simplemente porque en medio de la objetividad se cuelan nuestros anhelos y queremos, a veces muy sutilmente y otras en forma muy clara, que la mejor opción coincida con nuestro ideal. El problema es que no siempre es así. En muchísimas ocasiones, tal vez la mayoría, la mejor opción requiere al menos, sacrificar alguna parte de nuestras pretensiones lo que nos cuesta un trabajo enorme, tanto que muchas veces descartamos la mejor opción y decidimos por la de peores consecuencias pero que se ajusta a nuestro deseo.
Entonces el mayor obstáculo de una buena decisión es la objetividad. Para descubrir el significado preciso volvamos al diccionario en donde encontramos:
Objetividad:
- Perteneciente o relativo al objeto en sí mismo, con independencia de la propia manera de pensar o de sentir.
- Desinteresado, desapasionado.
- Que existe realmente, fuera del sujeto que lo conoce.
Como se ve en las definiciones, la objetividad es la capacidad de ver las cualidades de aquello que se observa sin importar lo que yo piense de ello. Es decir, las cosas tal cual son.
Ahora bien, el último ingrediente necesario pero tan importante o más que los anteriores es, conocernos a nosotros mismos pues somos nosotros quienes boicoteamos nuestras propias decisiones por no entender que lo que estamos intentando a través de nuestra decisión, es hacer prevalecer nuestro deseo y no como deberíamos, optar por aquello que nos hace mejor.
Entonces recuerda, que si te conoces bien, conoces aquello sobre lo que debes decidir y lo observas objetivamente, podrás optar por la mejor opción con toda confianza.