Revista Salud y Bienestar
Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos habitamos una vida de exceso. La existencia nos provee con una sobreabundancia que roza el absurdo. Las casi infinitas gotas de agradable agua caliente que acarician nuestra piel en la ducha, la ropa limpia con la que nos vestimos, el desayuno abundante con alimentos diversos provenientes de muchos lugares... Abrimos el día con elementos suficientes para despertar el asombro y la gratitud, lamentablemente suelen pasar desapercibidos, y no tomamos conciencia instalados como estamos en densos niveles de despiste, pensamiento rumiante y embotamiento afectivo. Algunos lo llaman estrés, otros ritmo de vida moderno, yo prefiero decir alienación. Estamos alienados por las circunstancias y sobre estas por nosotros mismos y nuestra programación mental.
La incapacidad de tomar conciencia del exceso que el universo ha provisto a nuestro alrededor con un planeta como el que habitamos, un diseño genético como el que encarnamos y unas posibilidades de aprendizaje y crecimiento como las que tenemos nos sume en una oscuridad de la que no es fácil salir. Terminamos convertidos en zombis de la queja, seres que vagan por el mundo llenándolo de protestas y otros contaminantes. Es imposible ser feliz cuando no se alcanza a ver la maravilla y uno habita en sombras permanentes. Por eso los poetas han sido siempre determinantes y eran bien considerados y mejor acogidos. Es necesario cantar las maravillas para recordar que están ahí y poder sentirlas en plenitud. Hoy las pantallas y la propaganda han expulsado a los poetas, hemos construido una sociedad opulenta que se siente mísera. Nuestros indicadores de salud son altísimos pero la gente se siente cada vez más enferma, económica y políticamente estamos mejor que nuestros abuelos pero la mayoría protestamos de continuo por no sentirlo así. "Cualquier tiempo pasado fue mejor", dicen algunos torciendo la mirada para evitar ver que la evidencia dice lo contrario. Nos sentimos deficitarios y carentes por tanto compararnos con el resto. Todos quieren ser como el millonario, el deportista famoso o la escultural actriz y como no lo consiguen terminan protestando por una injusticia inconsistente dado que esos que admiran por su brillo también tienen sombras alargadas convenientemente disimuladas por los técnicos de iluminación correspondientes.
Nos jugamos nuestra felicidad según interpretemos que el vaso que nos sirve de la vida está medio lleno o medio vacío. Según nos coloquemos en la bancada de los que sienten las carencias de la vida o su desbordante generosidad terminamos gritando protestas y quejas amargas o coreando alegres consignas. No es difícil adivinar cuál es la grada de mayor tamaño en este partido. De cualquier manera me gustaría invitarles al pequeño palco donde desde antiguo se instalaron los que se atrevieron a mirar la vida con ojos de niño, loco o poeta. Es un lugar pequeño, modesto, alejado del terreno de juego pero en su simplicidad rebosa un esplendor difícil de contar con palabras. Es en este rincón de donde surgirá de nuevo la posibilidad de comprensión que permita avanzar el siguiente paso a esta humanidad torpe pero tenaz de la que formamos parte. Anímense y visítenlo, está mucho más cerca de lo que se imaginan.