Yo, Edvard Grieg, me movía como un hombre libre entre hombres.
Bromeaba a menudo, leía los periódicos, viajaba y partía.
Yo dirigía la orquesta.
El auditorio con sus lámparas temblaba de triunfo como balsa del ferrocarril en el momento de atracar.
Me transporté hasta aquí para ser corneado por el silencio.
Mi cabaña de trabajo es pequeña.
El piano de cola está aquí tan apretado como la golondrina bajo la teja.
En general, los bellos acantilados escarpados callan.
No hay ningún pasaje
pero hay una compuerta que se abre a veces
y una luz peculiar que mana directa del duende.
¡Disminuir!
Y los golpes de martillo en la montaña llegaron
llegaron
llegaron
llegaron una noche de primavera a nuestro cuarto
disfrazados de latidos de corazón.
El año antes de mi muerte enviaré cuatro salmos para rastrear a Dios.
Pero eso empieza aquí.
Una canción de aquello que está cerca.
Lo que está cerca.
Campos de batalla dentro de nosotros
donde los Huesos de los Muertos
luchan para volverse vivos.
Traducción de Roberto Mascarócon algunas irresponsables variantes de F.F.