Lo supe desde antes de abrir su mochila. Estaba demasiado ligera.
Sí, le había atinado:
―¡Pablo, no traes tu lonchera otra vez, se quedó en la escuela!
Ok… cada mamá tiene su propia locura en la cabeza, dentro de la cual, pequeños eventos insignificantes la pueden sacar totalmente de quicio, así que no me juzguen cuando les diga que no soporto que mis hijos olviden la lonchera en la escuela.
¿La razón? Es muy simple. El olor de los tuppers que se quedan cerrados con restos de comida, fermentándose en el calor de la lonchera toda la tarde, toda la noche y toda la mañana hasta que llegan a casa al día siguiente. ¡Guácala! El simple hecho de escribir esto hizo que se me pusiera la piel de gallina.
―¡¿Por qué siempre se te olvida?!
―Porque así me hizo Dios, mamá. Todos somos diferentes y eso es lo que me hace especial…
¡Tómeleee!
A preguntas tontas… respuestas ingeniosas.
No estaba la lonchera en la mochila, pero sí la tarea de Catecismo.
Whatever… es una lonchera y unos tuppers. Bájale a tu neurosis.
Fin.