Revista Viajes
El plato fuerte del viaje a Tonga, saltar al agua y nadar con yubartas o ballenas jorobadas. Normalmente es ilegal bañarse con ballenas (casi todas las especies están en cierto riesgo de extinción) pero en Tonga apostaron por legalizar, de forma restringida y responsable, esta práctica (sigue estando terminantemente prohibido hacer submarinismo con ballenas). La jugada parece que les está saliendo bien.
En el archipiélago de Vava’u (también se puede hacer en Ha’apai) tienen un número limitado de licencias que no ha aumentado en los últimos años con tres operadores principales, yo fui con Whales in the Wild, que tienen mucho cuidado de no hacer tonterías.
Las ballenas jorobadas de Tonga pasan el verano austral (octubre-mayo) alimentándose en las aguas del círculo polar antártico y viajan en invierno a las aguas más cálidas y tranquilas de los trópicos para reproducirse.
De junio a septiembre las aguas de Tonga reciben la visita de decenas de ballenas que viajan hasta allí para parir. Una vez el ballenato ha nacido deben esperar un par de meses hasta que éste haya almacenado la energía suficiente para viajar hasta las aguas de la Antártida.
La rutina del “día de ballenas” empieza a las siete de la mañana donde los aventureros nadadores se encuentran en el muelle. En cada barco el límite es de ocho pasajeros, el capitán y el guía local. En el agua sólo puede haber cuatro personas y el guía por ballena así que se hacen dos equipos por barco. En caso de que un barco tenga mucha mala suerte y no encuentre ninguna ballena con ganas de aceptar nadadores se llaman entre ellos por radio y se reparten las ballenas simpáticas de forma que, independientemente de la empresa con la que navegues, como mínimo te puedas dar un chapuzón. Una vez se zarpa de Port of Refuge no se tardan ni cinco minutos en ver ballenas, ya sea saltando o simplemente estando por ahí. Los guías las observan unos minutos para ver un poco de que humor están y entonces deciden si intentarán meterse en el agua o no. En caso de ir al agua lo hacen desde unos cien metros de distancia y nadan hacia donde está la ballena (generalmente sumergida, es espectacular la precisión con la que las encuentran) y entonces hacen la señal para que el primer equipo salte. Cada vez que la ballena (no el ballenato) sale a respirar (cada 10-15 minutos) se cambian los equipos y así hasta que mamá se cansa de los turistas y decide alejarse. Hacia las dos o tres de la tarde se hace la parada para comer (bocadillos, galletas, zumos, fruta fresca… van muy bien pertrechados en los barcos) en una playa paradisíaca. Después de comer se buscan ballenas un ratito y, antes de volver a puerto, se hace una parada en algún lugar interesante para nadar y hacer snorkel. Antes de las cinco todos los barcos están amarrados en puerto y los aventureros estamos en tierra contando las batallitas del día.
Esta vez, a diferencia de Filipinas, hay fotos y vídeos submarinos del viaje gracias a Jason Orr, chef y amiguete de Blanket Bay, que me dejó su GoPro (me pido una para Reyes).Madre y cría, ballena y ballenato
De los siete días que estuve en Tonga dediqué tres a la actividad estrella de nadar con ballenas.
Las ballenas más buscadas para nadar son las madres con cría y yo tuve la suerte de encontrar varias.
Una vez en el agua se ve a la madre ballena sumergida inmóvil a unos diez metros de profundidad, tan quieta que parece de mentira. Al poco de estar ahí flotando en la superficie observando a la ballena es cuando empieza la magia.
Algo se mueve debajo de la ballena. El pequeño ballenato asoma la cabeza por debajo de la madre y nos mira directamente a los nadadores. Una vez nos ha contado y recontado decide que no somos una amenaza, reúne todo el valor que puede, abandona la seguridad de la madre y sube a la superficie a respirar.
Es muy divertido fijarse en el comportamiento del ballenato. Hubo uno en concreto, muy pequeño, que al principio subía, respiraba precipitadamente y bajaba otra vez. Después de hacerlo tres o cuatro veces se decidió a acercarse un poco a nosotros a ver qué hacíamos ahí. Una vez estuvo a unos tres o cuatro metros del grupo le dio un ataque de timidez y volvió con la madre, a la que debió contarle una mentirijilla que la hizo subir a respirar y alejarse un poco, pero no los suficiente como para que el otro equipo no pudiese saltar al agua.
La rutina se repitió de tal modo que cada equipo pudo nadar dos veces con la ballena y el ballenato, hasta que el ballenato se cansó de tanta atención y la madre tuvo que aguantarlo cerca de la superficie.
Fue una imagen muy tierna pero el guía dio el encuentro por acabado para que el ballenato pudiese descansar.Ballenato juguetón
Un día nos encontramos con un ballenato que estaba ya en el límite de poder emprender el viaje a la Antártida. Un adolescente, y como tal, estaba revolucionado. Las hormonas.
La madre debió llorar de alegría al vernos. Se quedó en el fondo sesteando, descansando de hijo durante un rato, mientras el ballenato nos enseñaba las piruetas que era capaz de hacer tanto dentro del agua como fuera.
Saltó casi encima del guía, nos dio coletazos a todos, salió a respirar en medio del grupo todas las veces imaginables… incluso imitó nuestros movimientos. Y eso que era un bicho más grande que un todoterreno. Esto fue lo más divertido. Si nosotros dábamos una vuelta el ballenato también, si el guía hacía una voltereta el ballenato también, si nos poníamos boca arriba… el ballenato también.
Así hasta que empezó a saltar. Debió pensar que éramos algo tontos porque ninguno de nosotros saltó. Y mientras tanto la madre encantada de la vida de que alguien jugase con su hijo.
Estuvimos entrando y saliendo del agua durante unas dos horas hasta que fuimos nosotros los que nos cansamos de tanta atención y le devolvimos el hijo a la ballena, que a punto estuvo de sacar la cartera y darnos una propina.El canto del machoEl último día encontramos, en aguas profundas alejadas de las islas, a un macho cantando. Las ballenas no tienen cuerdas vocales así que emiten sonidos con el aire que tienen en las fosas nasales. Tanto machos como hembras pueden emitir vocalizaciones pero son únicamente los machos los que “cantan”. En Tonga dicen que es para atraer a las hembras.Supimos que había un macho cantando cerca de donde estábamos porque paramos el barco para ver si veíamos ballenas y de repente todo vibraba. El guía lanzó el hidrófono al agua y averiguó la zona por la que debía estar el macho. Todos nos pusimos a mirar hacia allí.Una vez salió a respirar, bastante lejos por cierto, lo seguimos hasta que se sumergió otra vez. El guía saltó al agua y lo localizó estático a unos quince metros de profundidad. Saltamos al agua y nos situamos encima del macho, al que era muy difícil de ver porque el agua estaba muy turbia.
Y empezó a cantar otra vez. Es una sensación muy extraña ya que el agua entera transmite las ondas que crea la ballena de tal manera que te vibran los huesos desde dentro haciéndote sentir como un diapasón. Impresionante. Me ahorraré las descripción porque tengo el vídeo de la experiencia.Swallows CaveAntes de volver a puerto en el último día de ballenas fuimos a Swallows Cave. Es una cueva donde viven miles de sardinas y nadar entre ellas es muy divertido.
El agua es cristalina y el sol entra por los orificios naturales de las rocas que forman la entrada a la cueva.
Los haces de luz atraviesan el agua e impactan en las escamas de las sardinas, que están en constante movimiento, generando unos bonitos juegos de destellos y reflejos.
MafanaLas últimas dos noches de mi estancia en Tonga las pasé en la isla Mafana. En ella hay cuatro cabañas para los huéspedes del Mafana Backpackers, al que se llega en barca desde la isla principal, en un trayecto que dura un cuarto de hora si no hay muchas olas.
La casualidad hizo que durante esas dos noches yo fuese el único huésped de la isla, por lo que estuve como Tom Hanks en “Náufrago”, con la salvedad de que no me puse a hablar con ninguna pelota de volley ball ni me tuve que arrancar una muela con un patín.
Estuve alojado en una de las dos cabañas-árbol que hay en la playa, una de las suites, ya que tienen un barril con agua de lluvia en la parte trasera con la que te puedes dar una ducha. Evidentemente no había electricidad ni agua corriente por lo que el lavabo era compostable (un cubo, hablando en plata) y, atención, no había wifi.
La verdad es que estuvo muy bien. Dormí a la altura de los cocoteros, sobre las olas en una cabaña sin puertas, en un colchón en el suelo rodeado por una mosquitera.
Y aquí doy por acabada mi crónica de Tonga, la próxima vez volveré con Marina y con un montón de pastillas para el mareo para que pueda lanzarse al agua con las ballenas.
Enrique