Era su marido. No confiaba en él de todo, es cierto, pero presuponía cierto cariño, cierto respeto que estaría por encima de sus discusiones. Supuso mal. La tarde empezó, como siempre, sobre las siete. Un timbrazo. Ya está aquí, a ver si con suerte la partida de mus con los amigos no se ha alargado mucho. Bueno, se ha ido a las cuatro menos cuarto, casi con el último bocado. Bajo.
A ella le gustaba pasear. A él ir de bar en bar. Ella llegó a pensar que casi era mejor. Las tardes que cedía a su ‘afición’ no había discusiones. Al menos no en la calle. Sin embargo, aquella tarde la apetecía pasear, aparcar el coche, intentar cogerlo del brazo, hablar de tonterías, de la última ocurrencia de su hija. Mirar a las demás parejas y sentirse a su altura rozando un destello de esa complicidad de la que disfrutaban otros matrimonios.
Hacía tiempo que había empezado a olvidar cómo comenzaban las discusiones. Eran tantas. Nunca olvidó cómo terminó esa. ¿Por qué salió sin dinero? ¿Por qué salió sin llaves? Quizás después de todo, hasta ese día, confíaba plenamente en su marido.
No recuerda cuántas horas estuvo dando vueltas. Digna. Agarrando con fuerza su bolso inútil. Con cara de estar paseando, mientras que su mente se repetía “Tonta, tonta, tonta. Cabrón, cabrón, cabrón”. Sin poder llamar a casa desde una cabina. Sin dinero. Sin atreverse a pedirlo. Sin poder coger un autobús. Sin poder llegar a casa. Sin atreverse a moverse. Presa en una calle llena de gente, paralizada hasta que él decidiese volver a buscarla tan deprisa como se había marchado.
Volvió. Esgrimiendo una disculpa que en realidad era otro reproche. “¿Por qué siempre tienes que cabrearme?, ¿Porqué me haces hacer cosas que no quiero? Monta. Vámonos.
Muchos años después, ya viuda, le confesó a su hija que siguió siendo muchos años más tonta y su padre más cabrón. Ese día pudo poner fin a todo. Pudo marcharse. Lo pensó, acarició ese pensamiento y dejó que se esfumase. Dejaron de salir juntos, de discutir, de hablarse, de mirarse. Pero siguieron amargándose en su propio jugo.
Su único consuelo era ver que había criado a una mujer independiente. Herida, pero independiente. Ella nunca saldría sin dinero y sin llaves, ¿ o sí?