Spoiler.
Esto ocurrió hace un tiempo, algunas semanas ya. Escribí unas notas, pensando que se me pasaría la sensación, pero tras un par de meses, no acaba de desaparecer. No ha vuelto a ocurrir, y no deja de ser una tontería, un fallo sin importancia, pero ahí sigue.
Planteamiento.
Acabo de llegar de vuelta a casa de dejar a los niños en el cole. Voy directamente a la cocina a poner la cafetera para desayunar yo... y me encuentro las bolsas de sus meriendas olvidadas encima de la mesa. Tardo un segundo en darme cuenta; no hay tiempo ya, no hay Ctrl-Z, no hay remedio.
*
Es la primera vez que me pasa. Así que no sé muy bien cómo reaccionar. No puedo volver al colegio y hacerles llegar sus bolsas. No puedo acercarme a la hora del recreo y tratar de verlos tras la valla. No puedo pasarles comida por la verja... Una tontería tras otra pasa por mi cabeza. Diez minutos, quince, y poco a poco voy pasando de pensar en qué hacer, a desayunarme la culpa mojada en el café.
Nudo.
Lo que tienen que llevar los peques al cole es siempre responsabilidad suya: la mochila, los estuches y los materiales, agendas, tareas... Cada tengo que pedirles que comprueben todo lo necesario para estar listos. Hemos llegado a un punto en el que les pregunto directamente si tienen Educación Física esa mañana, para que ellos se gestionen y revisen su toalla y su neceser. Ya tienen -tenemos- el proceso medio interiorizado y asumido. Porque también forma parte de su autonomía y su responsabilidad; si olvidan algo, la culpa y las consecuencias son para ellos, no para nosotros.
*
Pero la merienda es cosa mía... Y enseñarles, y dar ejemplo.
*
Forma todo parte de un proceso, de un aprendizaje. Ya llegará, pero aún no se manejan lo suficiente como para acordarse y ocuparse de todo. Con aún no son capaces de ciertas cosas, como prepararse ellos el desayuno y gestionar la merienda de cada día, o llevar dinero para comprarlo. Aunque sí como para tener claro qué les toca y comprobar su mochila, asearse y estar listos para salir a tiempo.
*
Pero la merienda es cosa mía... Y esa frase se convierte en un eco lejano durante toda la mañana.
Desenlace.
Llega la hora de ir a recogerlos, y esto que a muchos puede pareceros una soberana tontería, a mí no se me cae de la cabeza. Pero cuando salen por la verja, se me abalanzan a los brazos, como cada día.
*
-¡Papi, se te ha olvidado la merienda!
-Lo sé, cariño, lo siento mucho. Perdón.
-YYYY me ha dado de sus galletas. -Y a mí XXXX de su bocadillo.
-¡Qué bien! ¿Vamos para casa?
-Síííí... Te quiero mucho, Papi.
-Y yo a vosotros. ¿Me perdonáis?
-¡Vale! -¡Claro!
*
Así de simple. Ellos han pasado la mañana en el cole, pero el que se lleva una nueva lección soy yo.
Escena post créditos.
No ha vuelto a ocurrir. Pero la culpa no entiende de enmiendas y reparaciones, y menos de posibles reincidencias. Lo que es increíble es cómo una simpleza, una soberana tontería como esta, te hace sentir, aunque sea por unas horas, el peor padre del mundo.
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