
Escritor disruptivamente multidisciplinar.
Arturo Accio, nació en Guadalajara México, se autodefine como activista literario y buscador de imágenes alternas de la realidad, caracterizado por un humor crudo y retratar el sinsentido de la vida, cuenta con cerca de cuarenta publicaciones desde el año 2000, trabajos de poesía, cuento corto, novela, una ópera y una obra de teatro, ha sido traducido al inglés, portugués, y polaco. Su obra la puedes encontrar gratuita en:
https://play.google.com/store/books/author?id=Arturo+Accio&hl=es
A Arturo lo conocí en mi viaje a Guadalajara (Jalisco, México) de 2024. Yo había ido a presentar mi libro de historias «tarantinescas», «Relatos a Quemarropa», y Angélica Domínguez, dueña de la editorial Proyección Literaria que lo publica, me consiguió una entrevista en la estación de tren ligero de Juárez. Nos lo pasamos genial. Pocas veces me han hecho una entrevista con tanta cultura subversiva en la que hablamos de aspectos de mi vida más que de mi obra. La conexión fue tal que me propusieron presentar mi libro en algunas actividades de LA OTRA FIL. Yo no conocía de qué se trataba, pero rápido me vi rodeado de gente afín a mí. Creadores, independientes, fieles a sí mismos y al público que les ayuda: y a nadie más.
Tras hacerle un hueco a mi libro en sus presentaciones, llegó la amistad, que se refrenda con las ganas que tenía de que formaran parte de mi blog. Y será la primera de más colaboraciones. Por lo pronto, aquí les dejo algo de su obra. Mi luna está encantada de estar rodeada de satélites como él. Siempre dispuesto a ayudar. Y yo, eso, siempre lo pago con mi amistad inquebrantable.
TOO MANY CATS
Héctor se había despertado con el dolor de cabeza más insoportable de su vida, según su propio análisis estructural, tomando en cuenta la relación entre calidad de alcohol y cantidad ingerida, aunque lo que en realidad lo estaba matando era el tabaquismo, una segunda opinión de un doctor le había dado ya un ultimátum y cada vez que tosía lo comprobaba. Tenía en el cuerpo tres parches para tratar de controlar su adicción sin haber logrado gran resultado, ya que su problema era más mental que físico. Pero por lo pronto lo que lo mantenía en total desequilibrio era esa cruda, la cual redoblaba entonces sus efectos sobre el maestro de ética y filosofía amante de los felinos, haciéndolo desear desaparecer por completo.
Se dirigió al refrigerador decorado con infinidad de figuras de gatos, donde no había alimentos, pero sí cervezas, embutidos y lo principal para él en esos momentos, una bebida energizante. Todo lo tenía previsto hasta el mínimo detalle desde que volvía a su casa, dónde poner cada cosa, descolgar el teléfono, despertadores, y cualquier otro enser que lo uniera con el mundo.
Al dirigirse de regreso a la cama, notó en la sala la presencia de alguien sentado, y que observaba una estatuilla de porcelana del gato Félix con expresión de indiferencia y desesperación en cada ángulo de su cara. Estaba perfectamente vestido al corte inglés, de pies a cabeza de blanco y con la espalda exageradamente recta.
Héctor se ajustó un parche que resistía quedarse en su lugar, meditaba si sería algún conocido de borrachera que invitó a pasar la noche, cosa que sería común y comprensible, dado que en su pequeño departamento no tenía una sola posesión de valor material como para que fuera un asaltante, y su única compañía eran cientos de libros, apuntes, calificaciones e infinidad de objetos relacionados con su obsesión gatuna.
Se desconcertó un poco cuando su invitado le saludó por su nombre, con un aplomo y seguridad que rayaban en lo ridículo.
—Muy buenos días, maestro Héctor.
—Buenos días…
—Oh, creo que no nos hemos presentado aún. Tengo muchos nombres, pero eso ya lo sabes, me puedes decir como te plazca. Te hemos venido siguiendo, tanto el equipo de arriba como nosotros, desde hace mucho tiempo, incluso he de confesarte que resultaste agradable para mí durante una temporada, pero en fin… Como has de suponer correctamente, de este tipo de negociaciones sólo se puede encargar tu servidor.
Apenas iba a formular una pregunta cuando su interlocutor le dijo en tono seco, pero aún cortés.
—No interrumpas. Recuerda los buenos modales que recibiste en la escuela católica y que tanto odiabas pero evidentemente persisten dentro de ti. Déjame terminar de hablar. Te decía, esta historia ya la has leído muchas veces, incluso contesto a tu inminente pregunta, de si se me puede ganar con algún viejo revés de tu servidor escrito, siendo así, lo único que hacen es recortar la posibilidad de volverme a ganar, ya que si la historia la conoces, te resta una oportunidad, pero como los demás, tendrás tú la oportunidad, aunque inútil, según mis propias expectativas.
La expresión de Héctor permanecía incrédula. Pasaron por su mente los relatos que efectivamente había leído al respecto, a sabiendas de que en realidad cada uno era una oportunidad menos a su favor; así como también la sensación de tener que volver a soportar los duros y honestos reglazos disciplinarios por parte de la hermana Margot.
—Contrario a tus pensamientos, lo que haces en realidad es atentar contra todo el sistema, y eso no está bien, de hecho, debido a tu activismo intelectual encaminado a despertar conciencias, puede iniciar un efecto dominó sobre el resto de la gente, hasta hacernos desaparecer como los seres imprescindibles que hemos sido durante muchas generaciones. Para ser más exactos, he venido, no para hacerte una oferta, la situación amerita otra clase de medidas dentro de las reglas. ¿Cuáles?, bueno, podemos concederte un pedido, lo que tú quieras dentro de este ingenioso juego, pero el resultado es inevitable. Tú perderás.
Héctor pensó que era una alucinación por la inhóspita cruda. ¿Y si le pedía alguna prueba a su interlocutor de que era en efecto el gran cornudo? Claro que eso le podría quitar una oportunidad o un deseo, esos cuentos eran a los que siempre les daba la vuelta, la especialidad de él era el materialismo, el nihilismo al grado recalcitrante, los abstractos, no los pequeños trucos. Cayó otro parche hasta el suelo sin que le importara.
—Puedes pedir lo que quieras, incluso, me puedo ir al infierno, pero habrás gastado tu única oportunidad para saber algo de conocimiento extremo, esa mala pasada ya me la hicieron y por ese simple hecho queda descartada como victoria, pero no como deseo.
Héctor sujetó el tercer parche evitando que también cayera. Quiso desear primero que se largara y lo dejara en paz, pero luego se le ocurrieron preguntas interesantes, cómo por ejemplo, la integración de los sistemas de realidad, o la conjetura de Goldbarch, contestar alguna interrogante sobre Nietzsche, luego se le ocurrió una idea. Quizá si intentara con un juego de palabras, podría engatusarlo al estilo del Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas, que por cierto, él creía firmemente que era el lugar donde debería estar en esos momentos, soñando que correteaba a una pequeña e inocente adolescente a la cual no le haría el amor, y le sacaría al máximo la utilidad que tiene la poesía.
Su acompañante notó que su tren de pensamientos de desviaba y le recordó que no tenían todo el tiempo.
—Héctor, tú lo sabes, aunque una eternidad de sufrimiento te espera, por favor date prisa, miles de almas esperan su castigo, y el sufrimiento es un placer para mí del cual me estás privando.
¿Por qué no podría salirse con la suya como lo hace Garfield? Al fin se decidió por algo, aunque no estaba seguro del resultado.
La expresión original de satisfacción con la que el hombre del traje blanco había llegado al departamento del maestro, se transformó en una de hastió. Entonces, en una fracción de segundo, aproximadamente una heptallonésima, para ser más exactos, el entorno cambió, ya veía no un departamento austero y vulgar, sino lo que parecía ser el interior de una caja gigante. Un grito audible, ¿o quizás no?, salía de las entrañas de un ser a la perfección arreglado al corte ingles.
— ¡Maldito seas Héctor, por todas las eternidades y eones por venir!
El Gato de Schrödinger por primera vez tuvo compañía, y se dedicaba a mirar con natural curiosidad al extraño, que no daba crédito a lo que le sucedía.
—Con eso se responde a mi pregunta y quedo cien por ciento satisfecho con mi deseo.
Héctor sonrió, mostrando un aspecto felino y un poco menos escéptico que al inicio del día.
FIN
© Arturo Accio
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Presentando RELATOS A QUEMARROPA en la estación de tren ligero de Juárez
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