Revista Cine
Director: Nicolas Winding Refn
Y bueno, hemos visto "Too Old to Die Young", la serie de Nicolas Winding Refn en conjunto con Ed Brubaker, reputado guionista de cómics cuya obra, la verdad, no me gusta tanto, aunque es autor de títulos interesantes, como la saga criminal de Criminal (valga la redundancia), su intento de oscuro hard-boiled que oscila entre los lugares comunes e historias previsibles aunque atractivos personajes o ambientes, y una que otra trama excelentemente escrita. También es autor de The Fade Out, un plano y, otra vez, previsible ejercicio noir con guionistas alcohólicos, intensas femme fatales, estrellas del cine metidas en conspiraciones y ejecutivos que, sorpresa, andan metidos en redes de pedofilia. Velvet es una entretenida historia de espías que, sin embargo, no aporta ni ofrece nada nuevo o medianamente refrescante a las historias de espías, nuevamente un ejercicio de respeto y homenajes a los grandes referentes del género, con las traiciones esperables, las máscaras esperables y los giros esperables. Scene of the Crime es una correcta historia de detectives modernos, con un misterio que cumple con su cuota de enigmas y nudos, pero que poco se aleja de los códigos de siempre, por lo que su lectura no es nada memorable. De lo mejor de Brubaker, en todo caso, vemos Kill or be Killed, sobre un tipo que se vuelve un vigilante porque un demonio le dice que debe matar a los malos, enemistándose con la mafia rusa, siendo la gracia que siempre se mantiene la ambigüedad moral de las acciones del protagonista, cuestionando la naturaleza de sus decisiones sobre la base de su incierta salud mental. Y está, claro, su obra magna, su irregular gran obra maestra, Fatale, yo diría que una épica estadounidense que se da el lujo y el gusto de visitar múltiples épocas de la historia de Estados Unidos abordando diversos géneros literarios/cinematográficos, como el terror, el noir, el western, el drama grunge, influencias de Lovecraft (supongo), etc., la que, curiosamente, brilla en sus historias pequeñas o secundarias, pero que flaquea en su trama principal, la que nunca logré entender bien, con unos tipos muy malos de no sé dónde (creo que del infierno) que persiguen a una mujer incansablemente por todo el mundo y toda la Historia, mujer que huye y que en su huida, precisamente, conoce a toda clase de personas, metiéndose en toda clase de arquetipos y tramas (las mejores, como ya dije, hasta que llegan los malos y de nuevo a huir). Si tuviera que recomendar algo de Brubaker, Fatale sería mi elección sin pensarlo dos veces. Hacer un repaso a la obra del director danés sería innecesario: ya hemos comentado toda su filmografía en el blog."Too Old to Die Young", que incluimos en nuestra lista (de mentira) de lo mejor del 2019, en un arrebato de entusiasmo que ahora nos muerde la cola. Y no es que no me haya gustado esta serie de diez episodios y unas trece horas de duración, claro que no, ya nos iremos explicando bien (espero). Es que "Too Old to Die Young" es buena, buenísma incluso, pero frustrante, bastante frustrante. Toda frustración se origina en que esta serie es demasiado dispersa e inconcreta en prácticamente cada aspecto de ella; ambiciosa hasta la falta de cohesión y sus consiguientes altibajos narrativos; sin mencionar que el ego de Winding Refn debe haberse elevado a las nubes, ahora que se ha convertido a sí mismo en una marca (byNWR) y parece querer aplicar su alta estilización visual, su sello digamos, hasta el cansancio y la vacuidad.
¿Qué es "Too Old to Die Young"? Es más que sólo la historia de un policía que, luego del asesinato de su compañero, se mete en una descendente espiral de violencia y oscuridad. Al menos, en lo argumental. La verdad es que no sé muy bien por dónde comenzar. Esta serie no es sólo un thriller ultraviolento. Quizás sea el trabajo más humorístico de Winding Refn. Porque es, en parte, una sátira de la sociedad estadounidense de Trump, una crítica a las policías, a esta pulsión fascistoide que los gringos tienen y que les cuesta un mundo admitir. Es también una comedia negra criminal, de equívocos y casualidades bastante hilarantes. Es también un drama criminal, profundamente nihilista y oscuro, de un pesimismo brutal y apocalíptico que, por supuesto, parece cobrar más realidad en estos días extraños. Es también un viaje medio místico o lisérgico o esotérico, con espíritus y visiones y esas cosas. Es también un surrealista drama urbano y coral. Es también una curiosa historia de fantasmas, incestos y sexo duro. El problema es que todo esto difícilmente se aúna en una propuesta coherente, descompensada en cada una de sus partes, así vamos de escenas y secuencias francamente sensacionales hasta momentos anodinos, superfluos e inconexos. Pero no es así durante todos los diez episodios; yo diría que los mejores episodios, desde el tercero hasta el octavo, son los mejores precisamente porque hay cohesión entre todos esos elementos mencionados, ciertamente un hilado más cuidado, pulcro, correlativo entre sí; mientras que los dos primeros y los dos últimos sufren de esos altibajos que el director intenta salvar mediante un gratuito y a veces arbitrario exceso estético, con piezas ejecutadas por el sólo hecho de que pueden hacerse, esperando que uno se quede con la boca abierta como bobo porque sí, porque hay luces de neón y cámara lenta. Si bien el primer episodio, en realidad, está bastante bien, en el cual es posible entrever qué se nos quiere contar, pierde potencia en un segundo episodio extremadamente letárgico, alargado y lánguido, interesante por momentos, pero tedioso a grandes rasgos, que abusa de esa mística amateur y el onanismo estético, con actores que más que actuar parecen posar, como si fueran modelos y las escenas, spots publicitarios. Ya en el tercero, sin dejar de lado ese carácter ecléctico de su atmósfera, las cosas se afianzan y durante los siguientes episodios, hasta el octavo, nos sumergimos de lleno en este agujero negro de maldad, ultraviolencia y desesperación vital, este viaje por lo peor de la humanidad, por lo más pérfido, por lo más fatalista, por lo más venenoso, porque, justamente, entendemos la intención de fondo: esa visión que busca transmitirse a través de la múltiples tramas y estilos; en el primero y segundo episodios uno realmente no sabe cuál es la idea conductora, pues lo visto en el primero, se diluye en el segundo. Eso es, la clave de todo: la idea conductora; con todo lo que se pueda decir en su contra, los episodios tercero al octavo tienen una idea que sustenta todo ese entramado diabólico de asesinatos e incertidumbre moral. Ya en los dos últimos episodios volvemos a la dinámica de la inconcreción, de la escena buena, ingeniosa y divertida, a la superflua y poco interesante, dando la impresión de que los creadores no sabían muy bien cómo terminar, echando mano de esto y lo otro, pero sobre todo del ralentí, la música estridente y devoradora, y esa mística de pacotilla, que me molesta porque banaliza el pesimismo y la negrura humana vistos antes, manifestado a través de los personajes, de carne y hueso, que viven en un ambiente con el que podemos identificarnos en algo: la sociedad alienada, la sociedad egoísta, la sociedad consumista en un sistema inhumano y deshumanizador que cultiva la locura, la rabia, el caos. Esa mística de pacotilla, básicamente, simplifica todo con un "los espíritus así lo quieren". Frustrante, porque una historia a la que le había costado ponerse sobre rieles pero que logró encauzar su idea y agarrar un ritmo apabullante, una rotunda atmósfera de decadencia, deriva nuevamente hacia el desorden y la dispersión.
No es mala en lo absoluto, para nada, no piensen eso al referirme más a sus aspectos poco satisfactorios, pero no diría que es magnífica o excelente o magistral, aunque no pueda sacármela de la cabeza. En la cabeza me quedaron sobre todo lo mejor de estos diez episodios, como el inicio del sexto episodio, brillante comedia negra criminal (coronado con esta extraña pero surrealista pieza), o la fiesta con la canción Homicide de fondo, el episodio quinto con todo el asunto del porno snuff (y esa persecución), los monólogos de John Hawkes y Jena Malone, pequeños detalles como una conversación de bar verdaderamente hipnótica, entre otros. Por último, si bien el reparto en general está notable (incluso el modelo de los labios carnosos y mirada felina actúa bastante bien cuando su personaje, en efecto, debe actuar y no modelar), es Miles Teller quien brilla con luz propia reemplazando a Ryan Gosling (broma), pues no es fácil interpretar a un personaje tan hierático pero tan complejo a la vez, sobre todo en lo moral, pues con su rostro parece no expresar mucho, pero Teller me convenció de que su personaje, en realidad, se duele y repugna por todo lo que lo rodea y por no poder hacer mucho para remediar el descenso hacia la oscuridad que devora a la humanidad, encandilada con sus malditas luces de banalidad; se duele y repugna de sí mismo por no dolerse ni repugnarse de sus propias acciones, acostumbrado como está a un estado de cosas amoral y salvaje que, cual mortaja, cual velo, cubre los ojos de las personas. No sé si tenga mucho que ver, pero me he recordado de esta frase que Bolaño escribió en su monumental 2666 que para mí sí tiene mucho que ver: "La sociedad acostumbraba a colar la muerte por el filo de las palabras".
En fin, ya he hablado demasiado. Yo que ustedes la veo de todas formas, es un imperdible. No para llegar a mi lista de lo mejor del año, pero merece su lugar entre lo más destacado. No se hacen películas así, tan arriesgadas y decididamente únicas. Espero verla de nuevo, eso sí con mejores condiciones ambientales, es decir, probablemente nunca más, a menos que me gane la lotería y me compre un lugar alejado de la gente y sus malditos ruidos. Ojalá. Porque quiero verla otra vez, más a lo bestia todavía...