Los más de sesenta años que el músico Toots Thielemans dedicó al mundo del jazz le han convertido, dentro de los márgenes comerciales que permiten el purismo clásico, en algo más que un reconocido intérprete de armónica que consiguió elevar a la categoría de maestría los sonidos que modulaba con sus labios. El jazz tiene mucho que agradecerle a la popularidad que logró este instrumentista nacido y fallecido esta semana en Bruselas, que coqueteó primero con la guitarra, inspirado por su compatriota Django Reinhardt hasta que encontró la técnica perfecta para dar a la armónica un status superior entre los habituales sonidos del jazz.
Colaborador de Quincy Jones en los años setenta, Toots Thielemans comenzó a dar las primeras muestras de creatividad innovadora con álbumes sublimes como Images (1975), en el que ya introducía su querencia por las bandas sonoras, que más tarde serían parte importante de su contribución musical, incorporando una majestuosa versión del tema principal compuesto por Henry Mancini para Días de vino y rosas (Blake Edwards, 1962) junto a la pianista norteamericana Joanne Brackeen. Toots Thielemans se ha movido siempre con comodidad entre los estándar del jazz y las sonoridades de la bossa nova, estilos musicales que han encontrado siempre un perfecto acoplamiento a ese sonido, aparentemente simple pero realmente complejo, de la armónica. Se dice de este instrumento que se aprende a tocar en un día, pero se necesita toda una vida para perfeccionar su técnica. Thielemans nos enseñó a reconocer la cadencia de la armónica aunque sonara de fondo, como en ese maravilloso "Sunny day", tema principal de la serie Barrio Sésamo (1969-), que compuso su primer director musical, Joe Raposo. El compositor decidió introducir la armónica del por entonces llamado Jean "Toots" Thielemans junto a un coro de niños que conformaron la esencia principal de la serie infantil, y que nos ha acompañado durante cuatro décadas.
Por aquel entonces, el músico belga ya se había consolidado como un instrumentista de jazz capaz de adaptarse a cualquier estilo, incluidas las bandas sonoras. Sus colaboraciones con Quincy Jones le llevaron a participar en algunas de sus composiciones para el cine, como El prestamista (Sidney Lumet, 1964) o ese maravilloso "Love theme" de la película La huida (Sam Peckinpah, 1972). Pero de aquella época es especialmente notable su colaboración con el compositor John Barry en la banda sonora de Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969). No se puede entender la esencia de uno de los mejores trabajos de John Barry sin ese sonido urbano y lánguido que aporta la armónica en temas como "Joe Buck rides again" o el propio "Midnight cowboy".
Su prolífica participación en bandas sonoras de películas ha dado lugar a espléndidas creaciones junto a grandes nombres de la música de cine en las que su aportación ha sido siempre esencial: Yakuza (Sydney Pollack, 1974), con Dave Grusin; Buscando al señor Goodbar (Richard Brooks, 1977), con Artie Kane; o la cadencia precisa de sus trabajos con John Williams, Permiso para amar hasta medianoche (Mark Rydell, 1973) y Loca evasión (Steven Spielberg, 1974).
En Europa, Toots Thielemans también estuvo presente en notables bandas sonoras de algunas películas como Delicias turcas (Paul Verhoeven, 1973), con el compositor holandés Rogier van Otterloo, con el que colaboraría en álbumes de jazz, o en la saga El manantial de las colinas (Claude Berri, 1986) y La venganza de Manon (Claude Berri, 1986), junto al francés Jean-Claude Petit. Aunque desde el punto de vista cinematográfico no resulta especialmente destacable, es espléndida la aportación de la armónica de Toots Thielemans a la banda sonora compuesta por Vladimir Cosma para el thriller francés L'affaire (Sergio Gobbi, 1994), en la que encontramos una sublime recreación jazzística de "E lucerne le estelle" de la Tosca de Giacomo Puccini. Hay momentos especialmente sublimes en la aportación cinematográfica de Toots Thielemans al cine, como esa maravillosa versión de "I love Paris" que interpretaba de la mano de James Newton Howard en la banda sonora de la comedia romántica French kiss (Lawrence Kasdan, 1995). O esa colaboración con Christopher Young en una banda sonora de acción como la de Hard rain (Mikael Salomon, 1998), en la que Thielemans volvía a demostrar que era único para desgranar sonoridades insólitos de su instrumento.
Si la armónica de Toots Thielemans nos ha acompañado durante cuarenta años de forma casi imperceptible gracias al tema principal del programa Barrio Sésamo, en Holanda fue más de una década la que permaneció en la memoria colectiva de los espectadores el tema principal de la serie policíaca Baantjer (1995-2006), uno de los iconos de la televisión de aquel país. El productor Herman van der Zwan pidió a Toots Thielemans que compusiera el tema central, y éste creó una maravillosa composición lánguida y al mismo tiempo romántica que tituló "A lonely detective in Rotterdam", y que finalmente acabó teniendo que cambiar (la serie se desarrollaba en Amsterdam) por el de "Circle of miles", incorporándose durante décadas al repertorio habitual del armonicista belga. Este tema forma parte del legado musical de un genio del jazz que también ha incorporado al universo musical estándar maravillosos como ese "Bluesette" que compuso en 1962 utilizando como instrumentos principales su propio silbido y una guitarra que interpretaba él mismo.
Al margen de sus aportaciones para el cine, no podemos dejar de recomendar el que quizá sea uno de los mejores álbumes que se han publicado jamás fusionando el jazz y la bossa nova: "The Brasil project" (1992), y su posterior continuación, "The Brasil project vol. II" (1993), son auténticas obras maestras con instrumentistas como Mark Isham, Lee Riteneur, Dave Grusin o Marc Jhonson junto a grandes músicos brasileños como Luis Bonfá, Caetano Veloso, Chico Buarque, Milton Nascimento, Gilberto Gil o Eliane Elias. Y que por cierto incluye una versión bossanova de "Bluesette" que es apasionante.
Toots Thielemans, fallecido hace unos días a la edad de 94 años, convirtió un pequeño instrumento en la base de una revolución musical en el jazz. Su contribución ha sido, quizás más allá de la popularidad de su nombre, decisiva para la memoria colectiva de muchos amantes del jazz y del cine en las últimas cuatro décadas. Quienes han tenido la fortuna de verle en directo en algún concierto saben de la magia que desprendía cada una de las tonalidades musicales que sabía sacar de su armónica. "It's hard to say goodbye", decía una de las canciones que compuso para el álbum "The live takes" (2000). Efectivamente, es difícil decir adiós a una de las figuras más influyentes de la música de los últimos tiempos.