"En Polonia, ese estado de cosas se ha [...] resuelto: allí, si los judíos no querían trabajar, eran fusilados. Si no podían, se les trataba como al bacilo de la tuberculosis con el que el organismo de un hombre sano se puede llegar a infectar. Esto no es cruel, si pensamos que, cuando se contagian, incluso a las criaturas más inocentes de la naturaleza, como las liebres y los ciervos, hay que matarlas para que no hagan daño a nadie. ¿Por qué a las bestias que querían traernos el bolchevismo habría que ahorrarles más sufrimientos que a esas criaturas inocentes?" Adolf Hitler.
"¿Cuántas citas más hacen falta para demostrar que Hitler ordenó el Holocausto: cien, mil, diez mil?" Michael Shermer.
Por fin hemos llegado al final de este top-serie sobre algunos de los mitos populares alrededor de la oscura figura del dictador por excelencia: Adolf Hitler (aquí la , y tercera parte). Como tardé más de lo esperado para acabar este top, decidí compensar a mis lectores con un mito adicional. Como ya hemos visto, existen distintos tipos de mitos que van desde el chisme infundado (como que era darwinista o judío), los fraudes (como sus presuntos diarios), conspiraciones paranoicas (como los platillos voladores nazis), hasta mitos que derivan de curiosidades e incógnitas históricas válidas (como el saber si era ateo, vegetariano o compañero de clase de Wittgenstein).
En esta ocasión examinamos un mito algo distinto: uno en el que se busca reivindicar a Hitler, asegurando que una de las atrocidades más infames de la historia, el Holocausto, no fue ordenado por el Führer. Entre los negacionistas, hay esta vertiente que asegura que Hitler nunca se enteró del Holocausto y por tanto fue inocente de este atroz crimen. Aprovechándose de una auténtica polémica histórica, esta variante de la negación del Holocausto tergiversa datos históricos y controversias a su favor apresurando las conclusiones.
Una polémica legítima: intencionalismo vs funcionalismo
El consenso científico de los historiadores respecto a la responsabilidad de Hitler en el Holocausto (y el resto de crímenes contra la humanidad que se cometieron en su mandato) es algo que sencillamente no se discute debido a la enorme convergencia de pruebas. Pero lo que sí generó polémica entre los historiadores profesionales por mucho tiempo es si el exterminio de los presos judíos (y otros) fue planeado desde un inicio o si fue una idea que vino con la marcha de la guerra. A esta controversia se le conoce como el debate entre intencionalistas y funcionalistas.
Los intencionalistas aseguran que Hitler fue directamente responsable y ya tenía planeado el exterminio en masa desde principios de la década de 1920, pues toda la política nazi estaba enfocada a este fin. Se postula también que la invasión a Rusia y la búsqueda expansionista del Lebensraum (espacio vital) del Tercer Reich estaban directamente motivadas y vinculadas a la " Solución final de la cuestión judía". Por su parte, los funcionalistas sostenían que, al menos en un inicio, solo se pretendía en realidad expulsar a los judíos y otros "indeseables", y que la Solución final fue el resultado del fracaso de la guerra contra Rusia.
Si algo expuso este debate fue la enorme complejidad de los problemas estudiados en historia, pues los mismos eventos sociales son complejos y muy a menudo contingentes, en el sentido de que terminan dirigiéndose hacia caminos que no se contemplaban en un inicio. El editor de la revista Skeptic y autor de Por qué creemos en cosas raras (1997), Michael Shermer, explica en su citada obra que el debate quedó sanjado a favor de los funcionalistas debido a este punto, la complejidad misma de los eventos históricos:
"La secuencia funcional transcurrió desde la segregación de los judíos de todas las actividades de la vida alemana (y, poco después, de la confiscación de la mayoría de sus hogares y propiedades), pasando por su concentración, aislamiento (con frecuencia en condiciones de hacinamiento e insalubridad que desembocaban en la enfermedad y en la muerte) y explotación económica (trabajos forzados no remunerados que con frecuencia suponían sobreesfuerzo, hambre y muerte), hasta el exterminio."
Para fundamentar el caso del funcionalismo, Shermer cita a varios historiadores especializados en la materia, los cuales a su vez han ofrecido evidencias en favor de esta postura. Por ejemplo, Ronald Headland, especialista en las Einsatzgruppen, explica que el "cariz cumpetitivo, casi anárquico y descentralizado del régimen nacionalsocialista, con sus rivalidades, una política personalista casi ubicua, y la eterna lucha por el poder entre sus órganos [...]. Es posible que el mayor mérito del enfoque funcionalista haya sido desvelar hasta extremos insospechados el carácter caótico del Tercer Reich y la gran complejidad de factores que tan a menudo intervenían en el procese de toma de decisiones." Esto mismo pudo ser la razón principal por la que la Solución final y las acciones en general de los nazis cambiaran con el paso del tiempo.
La historia, entonces, seguramente fue más o menos como la narra el difunto historiador Raul Hilberg, especialista en el estudio del Holocausto, citado también por Shermer:
"Yo creo que Hitler dio una orden general, pero que esa orden fue producto de todo un proceso. Entretanto, Hitler dijo muchas cosas que inspiraron ciertas líneas de actuación y determinadas iniciativas de los burócratas. En conjunto, no obstante, diría que cualquier tipo de asesinato sistemático, particularmente el de niños pequeños y el de ancianos, y todo tipo de gaseamiento, requería la orden de Hitler."
Pensar en el Holocausto como un plan creado desde que Hitler redactó Mi lucha (o incluso desde antes) que luego fue llevado a cabo con precisión exacta, es un reclamo que no se sostiene y que hoy día pocos historiadores apoyarían. Un evento tan complejo y contingente simplemente pocas veces se realiza con tal exactitud y planificación en la historia (de hecho, en este momento no recuerdo alguno que encaje con dichas características). A esto hay que agregar además evidencia documental que indica acciones distintas a las que después fueron tomadas. Ejemplo de ello es la carta de Himmler del 10 de diciembre de 1942, citada por el historiador Yehuda Bauer, donde se muestran las intenciones de aceptar el pago de rescate de los judíos:
"He preguntado al Führer sobre la posibilidad de dejar marchar a los judíos a cambio de un rescate. Me ha dado plenos poderes para aprobar casos así si de verdad suponen el ingreso desde el extranjero de sumas apreciables de divisas."
De acuerdo a Bauer, incluso existía un plan para deportar a los judíos a Madagascar. Cabe remarcar que nada de esto es prueba para los reclamos negacionistas que Hitler no conocía o no quería el exterminio de los judíos o que incluso los nazis nunca tuvieron la intención de asesinar a nadie.
"En la Alemania de antes de la guerra, la emigración era lo que más cuadraba a las circunstancias, y cuando no fue ni lo bastante rápida ni lo bastante expeditiva, la respuesta fue la expulsión -preferiblemente a un lugar 'primitivo' en el que no viviera ningún ario nórdico: la Unión Soviética o Madagascar-. Cuando, a finales de 1940 y principios de 1941, tampoco la expulsión funcionó y los nazis se encontraban ante la perspectiva de controlar Europa y, por medio de Europa, el mundo, se decidió la política del asesinato, lo cual, desde el punto de vista de la ideología nazi, era lo lógico. Todas esas políticas tenían el mismo objetivo: la limpieza, la eliminación."
Shermer expone así un caso sólido para el funcionalismo como el enfoque que ofrece mayor claridad sobre cómo se llegó a tan viles y criminales decisiones como el genocidio. Los negacionistas del Holocausto, como en muchas otras variantes de negacionismo, se han aprovechado de polémicas auténticas como ésta para crear la apariencia de rigurosidad de sus discursos, desviando las conclusiones de los especialistas hacia la creencia que se desea defender, aún sin importar los hechos.
Los negacionistas del Holocausto, como en otra ocasión observamos, comparten una serie de rasgos (mejor dicho, falacias) en común con otros grupos abiertamente anticientíficos, como son los creacionistas. Desde el creacionismo se exige que cualquier evolucionista aporte un solo ejemplo de eslabón perdido que pueda demostrar la existencia de la evolución. Así, el famoso negacionista del Holocausto, David Irving, en su obra La guerra de Hitler (1977), retó a los historiadores a que le mostraran una sola prueba documental de que Hitler había ordenado el Holocausto, un tipo de falacia que Shermer llama " falacia del fósil" en el caso de los creacionistas, y "falacia del fotograma" para los negacionistas como Irving.
Irving, famoso por su demanda fallida contra la historiadora Deborah Lipstadt, sostiene que Hitler en realidad no estaba al tanto del Holocausto, para luego asegurar que pagaría mil dólares a todo aquel que pudiera aportar la prueba de lo contrario. Para sostener su caso, este negacionista cita una nota de Himmler del 30 de noviembre de 1941, cuando el jefe de la SS llamó a Reinhard Heydrich, vicecomandante de la Oficina Central de Seguridad del Reich (Reischssicherheitshaupamt o RSHA):
"Del búnker de Hitler en la Guarida del Lobo, ordenando que no habrá "liquidación" de los judíos."
Para Irving esto equivale a decir "el Führer ordenó que no se liquidara a los judíos", así en general. Pero el negacionista ve lo que quiere ver. De acuerdo a Raul Hilberg (nuevamente citado por Shermer) la entrada del diario de Himmler dice, en toda su extensión: "Transporte de los judíos desde Berlín. No liquidación", es decir, se trataba de una orden sobre un transporte particular y no sobre el destino de todos los judíos en Alemania. Lo más irónico aún es que todo indica que dicha orden llego demasiado tarde, ¡pues ese transporte particular fue liquidado! Tal como señala Hilberg, el tren que llegó a Riga (capital de Letonia) con un millar de personas fue aniquilado esa misma noche. Shemer además presta atención a algo muy peculiar en esta "prueba" de inocencia de Hitler:
"Además, el hecho de que Hitler vetara una orden de liquidación significa que la liquidación estaba en marcha. Desde este punto de vista, se da cumplida la cuenta del reto de los mil dólares de David Irving y de la petición de "una sola prueba" de Robert Faurisson. Si no estaban exterminando a los judíos, ¿por qué iba Hitler a sentir la necesidad de detener la eliminación de los de un transporte particular? La misma cita demuestra también que fue Hitler, y no Himmler ni Goebbels, quien ordenó el Holocausto."
¿Existe alguna razón de peso pata pensar que Hitler no sabía de los horrores del Holocausto? La respuesta es no, a menos que trate de esconderse en la conspiranoia. Michael Shermer cita además al ministro de Armamento y Guerra del Tercer Reich, Albert Speer, también conocido como "el nazi que pidió perdón", quien señalaba que, si bien es posible que el Führer no estuviera al tanto de los aspectos más técnicos, "pero incluso la decisión de pasar de los ametrallamientos a las cámaras de gas tuvo que ser suya, por la sencilla razón, como yo sé demasiado bien, de que ninguna decisión importante acerca de nada podía tomarse sin su consentimiento."
Por su parte, el historiador y sobreviviente del Holocausto, Yisrael Gutman, enfatiza en la participación de Hitler en todas las decisiones importantes acerca de lo que se tenía que hacer con los judíos (corchetes de Shermer):
"Todas las personas que le rodeaban iban a él con sus planes e iniciativas porque sabían que le interesaba [resolver "la cuestión judía"] y querían complacerle y ser los primeros en concretar sus intenciones y responder al espíritu de sus palabras."
Esto significa que, diera o no una orden concreta de exterminio, poco importa: a Hitler no le hacía falta explicitarla. El Holocausto "no fue tanto consecuencia de unas leyes o de unas órdenes como cuestión de espíritu, de entendimiento tácito, de consonancia y sincronización", señala Hilberg. Y es que, entre 1922 y 1945, Hitler hizo un centenar de declaraciones sobre cómo los países debían librarse del "envenenador universal de todos los pueblos: los judíos del mundo", comparando a los judíos con epidemias como la tuberculosis, que debía ser erradicada con igual éxito:
"Contra los judíos lucho con los ojos abiertos y a la vista de todos [...]. Dejo claro que esos parásitos serán finalmente exterminados."
El caso de los negacionistas en favor de Hitler es, a todas luces, un despropósito falaz que insulta la memoria de millones de afectados y confunde a generaciones futuras que deben comprender por qué un crimen como el Holocausto es algo que no podemos permitir que vuelva a ocurrir nunca más en el mundo civilizado.
SI TE INTERESA ESTE TEMA
* Por qué creemos en cosas raras (1997), por Michael Shermer, Alba Editores, España, 2009
* "Holocaust denial", entrada en la RationalWiki.