Creo que ya se habrán dado cuenta de que estoy un poco clavada con el rollo de los niños (o sea, mis hijos) y la alimentación. Y cuando digo “un poco clavada”, en realidad lo que estoy diciendo es “nada relajada… quizás tal vez hasta un poco obsesionada”.
Pero las cosas suceden por alguna razón; y es por eso que de pronto llegó a mis manos un libro que me quitó todo este peso de encima: Whining & Dining: Mealtime Survival for Picky Eaters and the Families Who Love Them de Emma Waverman y Eshun Mott.
Me gusta mucho su filosofía y la forma en la que sugieren afrontar este dilema de tener un picky eater, o lo que es lo mismo, un hijo tiquismiquis pa´comer.
Les comparto algunas de sus ideas:
1. El ser tiquismiquis para comer es muchas veces una forma de llamar la atención. Es bien sabido que a los niños les encanta llamar la atención, aunque sea de forma negativa. No dejes que la obtengan de esta manera. No más comentarios acerca de si comió, si no comió, si sería lindo que se lo acabara… nada. Cero comentarios al respecto.
2. El niño decide qué quiere comer y cuánto. Punto. Pero, de ti depende que las opciones que él tenga sean las mejores. Tú preparas una sola comida para toda la familia (nada de comida especial para el niño tiquismiquis). Ahora, de lo que está en la mesa, él decide qué servirse y cuánto. Tú lo respetas. Obviamente, cuida lo que hay en la mesa (en el refrigerador y en la alacena), de tal forma que lo que decida comer sea nutritivo.
3. Los niños todavía tienen ese instinto de saber cuándo tienen hambre y cuándo están satisfechos. La mayoría de nosotros (adultos) ya hemos perdido ese instinto. Además, ellos saben escuchar lo que su cuerpo necesita. No les quitemos ese instinto, forzándolos a comer más de la cuenta. Respetemos su decisión. De hambre, no se van a morir.
4. Haz que el ambiente a la hora de la comida sea relajado y amigable. Platiquen de todo (menos de quién está comiendo qué y cuánto).
5. No es necesario castigarlos por no acabarse la comida ni dejarlos sentados en la mesa hasta que se la terminen. El hambre es suficiente castigo. Pero eso sí, si deciden no comer, no hay nada hasta la siguiente comida.
6. No te preocupes de que tu hijo pueda estar malnutrido. Si tú tienes la mínima preocupación por que tu hijo tenga una buena nutrición, lo más seguro es que esté completamente sano. Es más, no analices “lo que ha comido hoy”; sino “lo que ha comido esta semana” y verás que ha comido mucho más balanceado de lo que pensabas.
7. Recuerda que el estómago de tu hijo es aproximadamente del tamaño de su puño; así que no necesita tanta comida para llenarse, ¿verdad?
8. Algunos estudios han demostrado que un niño puede necesitar estar expuesto entre 6 y 10 veces a una misma comida, antes de animarse a probarla. Sin embargo, la mayoría de nosotros desistimos inclusive después de la primera. Ponte en sus zapatos: haz de cuenta que tú estás en un país extranjero y no tienes ni idea de lo que te están ofreciendo. Seguramente, preferirías comer únicamente aquello que te es familiar, ¿o no? Pero quizás después de ver (varias veces) que otras personas sí se están comiendo ese platillo misterioso, tal vez te animes a probarlo. Lo mismo sucede con tu hijo. No dejes de ofrecérselo, aunque de entrada te diga que no.
Pues yo llevo algunos días poniendo esta teoría en práctica. No sé si mis hijos poco a poco comenzarán a probar cosas nuevas. Espero que sí. Mientras tanto, en verdad estoy disfrutando de esta nueva faceta de mamá-nutricionalmente-más-relajada. Lo recomiendo. Y si esta teoría no funciona, de todas maneras el libro vale la pena, ya que viene con más de 100 recetas deliciosas (¡y nutritivas!) que te inspiran a meterle un poco de variedad y creatividad a tu menú.
Bon appetit!